Manuel Gago

Perú y Chile: 20 años después

Perú y Chile: 20 años después
Manuel Gago
13 de julio del 2015

La evolución económica chilena en comparación con la peruana

En 1992 estuvimos en la Cartuja. No podíamos perdernos la Expo Universal, el acontecimiento de los 500 años, en España, la indicada después de medio siglo de descubrimiento, conquista, intercambio cultural o como mejor pueda nombrarse a la proeza del navegante Cristóbal Colón. Allí estaba Perú, en Sevilla, a orillas del Guadalquivir, compartiendo pabellón con el resto de América. Una muestra del Señor de Sipán ganándose algunas miradas pero no las suficientes. Para entonces, Perú tenía dos nombres mundialmente conocidos: Fujimori y Sendero Luminoso. El primero; porque cómo un modesto profesor universitario pudo haberle ganado la presidencia al laureado Mario Vargas Llosa y; el segundo, terroristas a punto de tomar Palacio de gobierno según Maruja Torres del diario El País. El “equilibrio estratégico”, para ella, era una realidad.

De vuelta en el avión, cuando unos preguntaban la hora peruana para acomodar relojes, un ingenioso a voz en cuello respondía: “Veinte años atrás”.

Esos veinte años por delante Chile los paseaba con orgullo en el mundo. Estaba a la caza de mercados internacionales, expandiendo negocios, buscando socios, mirando consumidores para su agroindustria. Cuando Chile avanzaba con seguridad, esa convicción era vista por acá como arrogante mientras por allá la certidumbre del inversionista que sabe que los mercados ganados es la estrategia de los nuevos tiempos.

En aquellos días Perú abandonaba la estrategia militar por la organización de campesinos y poblados de la serranía para enfrentar a Sendero Luminoso y al MRTA. La moral nacional estaba por los suelos. Abimael Guzmán, el cabecilla de Sendero, convertido en mito e inubicable. Tarata, María Elena Moyano y otros crímenes del terrorismo contra el país eran la noticia diaria. Aún así, Perú estuvo presente en la Expo de Sevilla, haciendo todos sus esfuerzos cuando poca fe asomaba, sin inversiones a la vista, casi inelegibles en la comunidad internacional. Había que estar loco para llevar dinero a un país casi colapsado, con peligrosa inestabilidad social.

Chile en España debía marcar la diferencia, mostrarle al mundo que no era un paisito sudamericano conocido por masacrar en los estadios a sus estudiantes, volteando las páginas de su historia y abriéndose al mundo, sabiendo que allí está el futuro y no dentro de su demarcación territorial.

Un enorme Iceberg confinado en vidrio se ganaba las miradas de millones de asistentes a la Expo del V Centenario. Ocupó su propio pabellón. Nunca más en el montón de los menores. Ya está en las ligas mayores del comercio internacional. No hay licorería en mercados del primer mundo que no ofrezca vino chileno. Alrededor del Iceberg traído desde la Antártida, decenas de cajitas coloridas llenas de semillas eran exhibidas. Una muestra de su actividad agrícola al alcance del mundo entero. Ingenioso, así de simple. Nada de oro, momias y artesanías. Eso para nostálgicos sacando lustre al pasado.

Veintitres años después, como decía el buen maestro y periodista Willy Pinto, todavía “un complejo nos acompaña, nos ciega y nos detiene”. Mientras una real clase media chilena escoge calidad, el Perú todavía prefiere precio en sus mercados. A buen entendedor.

Que la quinua o el pisco sean peruanos o chilenos al consumidor mundial no le importa, tal vez ni saben dónde están Perú y Chile; como tampoco poco o nada importa si Nokia es Islandia o envasados fast food están repletos de transgénicos Monsato. Así de simple.

 

Por: Manuel Gago

13 – Jul – 2015

Manuel Gago
13 de julio del 2015

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