Pedro Corzo

Perú en la encrucijada

Una segunda vuelta con candidatos realmente contrapuestos

Perú en la encrucijada
Pedro Corzo
01 de junio del 2021


Este domingo el electorado peruano determinará su futuro. A pesar de los quebrantos padecidos, el país aún tiene soberanía, algo inexistente en los países controlados por el marxismo o el populismo castrochavista, donde no existe la posibilidad de escoger una ruta que conduzca a la alternabilidad e inevitablemente se termina en la desesperanza.  

La sociedad peruana ha enfrentado en estos últimos años crisis muy severas que han puesto en peligro el sistema democrático. Todo indica que existe una rivalidad muy seria al interior de la clase política; el clásico cuento de los cangrejos que, cuando uno de ellos está a punto de salir del recipiente en el que se encuentran atrapados, sus pares lo derriban. 

Ignoro las particularidades internas de Perú, pero tengo la impresión, la inestabilidad de estos últimos años lo delata, de que la mayoría de sus políticos repiten la conducta de sus pares latinoamericano de frustrar las esperanzas que cándidamente los electores depositan en ellos periódicamente. Lo que al final de cuentas los conduce a elegir al peor de todos, tal y como ocurrió en Venezuela con Hugo Chávez y en Nicaragua con Daniel Ortega.  

La realidad es que el electorado debería ser mejor que sus políticos, pero no siempre resulta así. El votante amargado y desilusionado opta por el suicidio político, eligiendo a quien de una vez por todas va a liquidar sus opciones futuras. Es como una especie de voto de doble castigo: se penaliza al candidato y el elector se inmola.  

En una democracia eficiente, el funcionario electo es seleccionado por la población entre varios postulantes, y el elector debe informarse sobre las opciones. Y a pesar de estar informado, puede elegir a un sujeto contrario a sus oportunidades y prerrogativas, sepultando así las libertades y privilegios ciudadanos. 

Los dirigentes sociales y los políticos en general, tienen una gran responsabilidad por la situación actual; pero el juez y verdugo final es el ciudadano, quien con su respaldo masivo –así ocurrió en Cuba en 1959– o a través de elecciones –como pasó en Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Argentina y Venezuela– le confiere el poder a propuestas y sujetos que no buscan el gobierno, sino el control perpetuo del Estado.  

La segunda vuelta electoral peruana es una especie de reto al electorado. Tiene la oportunidad de elegir a una fuerza política definida como marxista, y a estas alturas del juego todos sabemos lo que esa guillotina de los derechos y oportunidades significa; o superar las frustraciones acumuladas y elegir un candidato dentro del sistema que, de no cumplir sus promesas, puede ser relevado de su cargo sin violencia. 

Las alternativas para los votantes están muy claras, son concretas, pues los candidatos han sido muy específicos en sus propuestas. En consecuencia, quien resulte electo nunca podrá ser acusado de haber faltado a sus promesas. Los votantes mostrarán si sus frustraciones los impulsaron a correr el riesgo de equivocarse nuevamente o simplemente decidieron de una vez por todas acabar con las opciones de cambio que se les presentan periódicamente. Hay sectores de la ciudadanía que evidentemente no simpatizan y hasta rechazan las alternativas, pero la escogencia es final. Los candidatos son realmente contrapuestos. Hay que elegir a quien se considere mejor. 

Pedro Castillo, como hiciera Hugo Chávez en su momento, va por la refundación y plantea una nueva constitución, que establecerá las pautas por las cuales se regirá el país. Propone que el Estado, en realidad los individuos que detentan el poder, sea el regulador de la vida de todos. Y si un estado débil es peligroso, lo es mucho más aquel que está controlado por un grupo de Iluminados que se sienten capaces de decidir sobre la vida de los otros.   

La sustitución del sistema económico vigente –que, aunque injusto, ofrece alternativas de cambio y espacios para soluciones diferentes– afecta el futuro general de la nación. La economía, al igual que la política, se infiltra en toda la sociedad y determina decisivamente nuestras opciones 

Para algunos, confiemos que sea la mayoría, Keiko Fujimori es la opción más prudente. Y tienen razón, porque cuando la política pasa a ser controlada en los laboratorios de estos “salvadores”, el elector puede estar seguro de que el resultado va a ser más devastador que la pandemia de Covid-19.

Pedro Corzo
01 de junio del 2021

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