Pedro Olaechea

País de tribus

No somos capaces de asumir el espíritu de nuestra Constitución

País de tribus
Pedro Olaechea
11 de septiembre del 2018

 

Antropólogos y estudiosos de la evolución social del hombre —como Jared Diamond, Charles C. Mann, William Hardy McNeill, Francis Fukuyama (en The origins of political order) y recientemente Yuval Noah Harari (en su saga sobre el Hommo sapiens)— analizaron cómo, desde los albores de la humanidad, los hombres primitivos comienzan a organizarse en grupos. Así comienza la fascinante aventura del orden político y social.

Sin embargo, hubo un margen de tiempo muy amplio, entre el origen de las bandas o clanes primitivos hasta el actual orden social, basado en un Gobierno de leyes. El río ha traído mucha agua. A veces llegamos a preguntarnos hasta dónde fuimos capaces de evolucionar. Al respecto, Jared Diamond comienza su relato “Guns, germs, and steel. The fates of human societies”, con la reflexión que le plantea Yali, un político de Papúa Nueva Guinea: “¿Por qué los blancos (europeos) habían sido capaces de llevar más mercaderías a ellos que ellos a los blancos?". En corto, porque los europeos fueron capaces de conquistarlos.

De lo anterior, comparto estas reflexiones: 1) El mundo tuvo un desarrollo dispar desde sus inicios. Los autores proponen múltiples explicaciones, que van desde el clima y la orografía, hasta los animales que la naturaleza puso en determinados entornos geográficos. 2) Derivada de la primera: ¿hasta qué punto una sociedad se puede quedar “atollada” en su evolución política y social en la historia?

En el mundo moderno, las sociedades que más retraso muestran en su desarrollo son aquellas que no han logrado dar el paso hacia la “institucionalidad” integral: El Gobierno de las leyes y no de las personas. Y no se puede avanzar hacia una sociedad con normas cuando se intensifican las dudas respecto a su marco legal y se presentan crisis.

Al respecto, Enrique Krauze en su obra El pueblo soy yo, presenta el decálogo de Richard M. Morse sobre la concepción del poder personal del latinoamericano. Se podría resumir en aceptar el formalismo legal hasta llegar a sentirnos desorientados. En ese momento, comenzamos el camino de regreso, por la vía más breve, a la protohistoria. Me refiero a la de las bandas o los clanes, más agresivas y radicales cuando buscan imponerse. En ese contexto, cualquier documento o papel que se asemeje a un pacto social pasa obligatoriamente a un segundo plano. ¿#QueSeVayanTodos, no?

Ahora reconocemos el acto electoral como un hecho meramente formal. En el pasado, durante nuestras “gestas democráticas”, el cambio de ánforas, la toma del colegio electoral y otras estratagemas similares eran parte integral del proceso mismo. Se tomaba una comba y se salía a romperlo todo, con la inocente creencia de que así se resolvería “todo”. Es interesante y entretenido leer sobre la materia en Así se hizo el Perú, de Federico Prieto Celi.

Parece que no somos capaces de asumir el espíritu de nuestra Constitución ni el de las leyes que pedimos. Leyes que, por lo general, toman una arquitectura de castigo y jalón de orejas, y que hacen que vayamos a dormir convencidos de que así se lograrán los cambios que todos merecemos. Perú cuenta con más de 600,000 leyes o normas jurídicas vigentes. ¡Es demencial! Vemos en la Constitución un grupo de leyes que deberían protegernos, pero más bien son utilizadas por el Estado y la oposición como un artículo contundente que podría noquear al contrincante. El ciudadano, en este escenario, está de más. Si una persona pide su protección, los representantes del Estado lo miran con ternura y no saben si reirse o enviarlo al manicomio. Ya que si el Gobierno de turno y sus amigos deciden que “no conviene”, o que el que lo solicita no es “amigo”, piña pues.

Hay que reconocer la situación de crisis que enfrenta nuestro país, que es una de las más importantes desde su nacimiento. Finalmente vemos toda la magnitud de la podredumbre que nos persigue desde nuestra fundación: cuatro gobiernos, en los últimos 20 años, comprometidos en una de las estafas más vergonzosas de nuestra historia, que podría implicar a altas esferas de nuestro Poder Judicial.

Esta crisis nos da la oportunidad de llegar a nuestro Bicentenario como una sociedad que supo manejar y enmendar los latrocinios a los que ha sido sujeta, iniciando nuestro nuevo siglo como un país de leyes, no como un país de tribus irreflexivas. Hagamos el cambio de manera ordenada; sin prisa, pero sin pausa. Sí quedan jueces y fiscales probos en el Perú, asqueados con esta situación (como la gran mayoría de peruanos). Sigamos con cuidado los eventos que se desarrollan en los casos señalados, evitando caer en actitud de banda y sin dejarnos llevar por dimes y diretes. Hay que exigir el debido proceso, la presunción de inocencia, la actuación de pruebas y todo aquello que nos lleve a entender claramente lo sucedido, usando la justicia con criterio.

Nuestro futuro está en nuestras manos, así como el bienestar de las generaciones que nos seguirán. Asumamos la responsabilidad, y que sea nuestro reto la calidad y la dimensión del emprendimiento. El Perú y nuestros hijos se lo merecen.

 

Pedro Olaechea
11 de septiembre del 2018

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