Hugo Neira

Otro siglo, otra política

Notas sobre mi propio asombro

Otro siglo, otra política
Hugo Neira
01 de diciembre del 2019


«
Hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana» Star Wars.

Al revés, vengo de un viaje corto pero muy intenso. Una semana en España como invitado, y luego una breve visita a países vecinos al nuestro. No hay nada mejor que la información presencial. El encuentro que tuvimos fue con periodistas, académicos y hombres de negocios en Madrid. Es decir, gente de informes claros y sinceros de cómo van las cosas en ese país, y de paso, en Europa y en el mundo. Lo digo porque lo encontrado es una fuente cuya agua, en semanas venideras, llenará repetidas veces esta columna. En el viaje estaban dos peruanos aparte de mi persona. Federico Salazar y Ricardo Uceda. En la invitación estaba también Aldo Mariátegui, que reside en Madrid. 

Confieso que fue un placer volver a Madrid aun por unos días. Lo cordiales que fueron con nosotros, y lo claro y sincero cuando hablaron de sus propios problemas. ¿La prensa española? Qué placer. «La prensa triunfa frente a los fake news. El papel de los medios de información, en los lectores, tiene mayor credibilidad. Y prensa que denuncia los fraudes de másteres y tesis doctorales. «Hay políticos con 'titulitis' que hinchan sus curriculums» (La Razón). Y los 680 millones de euros de dinero público de gente del PSOE. Pero Pedro Sánchez ha sido el primero en las elecciones. O sea, el ciudadano español separa los socialistas que cometieron delitos del total de su partido. Eso ocurrió con la Junta andaluza, es decir, un gobierno local, y no con el total del personal. ¿Sensatos, no? 

Por mi parte, ya había visitado Chile en su crisis, y como el azar hace bien las cosas, me reencontré con un boliviano ilustrado y su versión de los acontecimientos, que resultan impresionantemente complejos. En la prensa peruana, que todo lo reduce, la cosa de Evo no es si fue un golpe de Estado o no lo fue. Hay otras personalidades en La Paz que son decisivas, y que aquí, ni se mencionan. Al amable lector, ¿le han dicho quién es y qué rol tiene David Choquehuanca, aymara, secretario general de la Asamblea de los Pueblos Americanos —nada menos— y Canciller? ¿Y otro personaje, cerca de Evo y rival a la vez de Choquehuanca, Alvaro García Linera, blancazo y cochabambino, teórico original de un marxismo comunitario, y cuando se casa con una ingeniera paceña lo hace bajo el rito arqueológico del Tiwanaku (nosotros decimos Tiahuanaco)? No me fastidien reduciendo el tema a un lío entre Evo y Carlos Mesa. La política boliviana es un cruce entre El Señor de los anillos de J. R. Tolkien, y las consecuencias de tener trotskistas católicos, únicos en su especie.    

En la prensa peruana, a la vuelta, encuentro un buen artículo sobre «el protagonismo de la calle», de Alonso Cueto. Una vez más los literatos aciertan. Sin embargo, no sé si «una sociedad conectada con la calle es la más saludable», como dice. Puede que sí, puede que no. A lo que voy, coloquialmente, «tener calle» es conocer la gente, sus sentimientos y emociones, algo corriente para los que hemos vivido la infancia en barrios de clase media baja o zonas populares, maneras y estrategias que los hijitos de papá ignoran. Ahora bien, ante el artículo de Cueto, tengo que decirle amistosamente —nos conocimos justamente años atrás en Madrid— que mucho de eso, el tema de las clases, venido del marxismo, hace rato que la sociología y las ciencias sociales tienen otra hermenéutica (el arte de interpretar). Gracias a unas tendencias más bien modestas, no visiones excesivamente globales, sino middle range theories, teorías de términos medios. Lo cual nos libra de los dogmas ideológicos. De ahí, entre lectura planetaria y aparición de modalidades sociales novedosas, el caso mayor y más conocido es el de Michel Hard y Antonio Negri, en Imperio, publicado por Paidós en el 2000. Revelan un nuevo sujeto social. Se llama multitud. 

El tema no es novedad, lo usa hace rato la reciente filosofía francesa: Foucault, Deleuze, Guattari, e incluso muchos estudiosos lo hallan en Maquiavelo o en Spinoza, en Nietzsche. La multitud interesa porque se enfrenta a formas de dominación muy diversas. Pero en América Latina, ¿qué tienen que ver los cocaleros de Evo con la protesta de las clases medias en Santiago? Son movimientos sociales, distintos, precarios, intermitentes —los "chalecos amarillos" franceses han celebrado un año entero de presencia— y la cuestión de qué son queda planteada. ¿Nuevos espacios de creación de conciencia? ¿O de nihilismo total, rompiendo cuanto hay? ¿Libertad o transformaciones impensables? ¿Búsqueda de un alma, puesto que los viejos relatos utópicos ya no existen? 

Por un tiempo, seguí el debate de Negri —vive en los Estados Unidos después de ser una de las cabezas de las Brigadas Rojas— y luego de lanzar lo de la multitud, dialoga con Gorz, Sloterdijk, Rancière, Badiou, Boltanski. Alguien las llamó «las nuevas subjetividades salariales», Zarifian, sociólogo, ni marxista ni neoliberal. O sea piensa por su cuenta. Esas multitudes que discuten a sus Estados, son una modificación gigantesca de la relación entre gobernados y gobernantes. Así de simple y así de enorme. No es una crisis económica. ¿Otras modalidades de representación? 

Seamos claros. Los estallidos sociales han sacado la política de sus muros. Vivimos en una era de inesperados fenómenos sociales. En ese caso, politólogos, sociólogos, pensadores y políticos, deberían ser más modestos. Nos ocurre que no sabemos qué ocurre. Me hacen pensar en Schopenhauer, en El mundo como voluntad y representación, la voluntad «como fuerza motriz ciega». «El hombre —pensaba Schopenhauer— era un ser irracional guiado por fuerzas inferiores» (Watson). La metáfora es geológica, de la tierra solo conocemos su superficie pero ignoramos cuando estallan los volcanes. Ninguna encuesta, ningún logaritmo, puede prever cuando una nación correcta y hasta conservadora como la chilena, estalla de la noche a la mañana. Yo ya no creo solo en la razón, cuentan también las emociones. 

En cuanto al voluntarismo de gente que sale a la calle y pone límites a sus gobiernos, bien puede ser un movimiento espontáneo de las clases medias, hartos de élites que se hacen cada vez más ricas. Se ha hecho un culto desmesurado a la riqueza. Quizá quieran un capitalismo que no haga más ricos a los ricos, mientras las meritocracias de diversos calibres son las capas serviles. ¿Por qué un joven chileno no va a salir a manifestar, si sigue una carrera universitaria, quedará prisionero de por vida de su deuda a un banco? Revolución de individuos, quieren salud y educación, con Estados que al menos en ese campo democraticen la vida intelectual y la salud pública. Por el momento, hasta en China, hay ciatro millones de multimillonarios. 

Antes de volver a Lima, con ganas de retorno al Instituto y mis tareas, el último día fui a ver a un viejo amigo. Le creen pintor, uno de los mejores, pero hacía sus cuadros con desdén, de a pocos. Se llama Velázquez. Quería ser noble, y lo logró. Tuve que hacer cola en El Prado, había una interminable. Venían por una exposición de Goya y sus infiernos. Cuando vivía en Madrid, iba al Prado cada semana como quien va a misa. La curiosidad, amigos. La curiosidad, madre del saber.


PD: Se nos ha ido el amigo Juan Carlos Valdivia, que pedía una «reforma política sin plazos y con debate», quien se ocupaba de los desequilibrios del poder. Adiós, amigo.

Hugo Neira
01 de diciembre del 2019

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