Pedro Corzo
Ortega, el Tirano Banderas de Nicaragua
Con su copresidenta esposa son dignas figuras de una novela esperpéntica
Si hay un déspota, en la actualidad latinoamericana, que representa a los dictadores folclóricos que nos hemos gastado en este hemisferio, es Daniel Ortega Saavedra. Este sujeto llegó al gobierno como salvador del pueblo y ha resultado ser un incansable sepulturero de sus derechos y oportunidades.
El dictador nicaragüense, es el único remanente vivo de la Guerra Fría, el gobernante que más tiempo ha detentado el poder en su país, 28 años en dos periodos, con un saldo nefasto para sus connacionales. Ortega, antes que Hugo Chávez y Nicolas Maduro, fue un siervo fiel de Fidel Castro y la extinta Unión Soviética y buscó alianzas con China, Irán y Corea del Norte.
Por otra parte, es apropiado tener en cuenta una reciente denuncia de la embajadora de Israel en Costa Rica, presente para Nicaragua, quien afirmó que la organización terrorista chiita libanés Hezbolá y otros grupos radicales iraníes, tienen bases en Nicaragua, además de Bolivia y Venezuela, siendo esto una grave amenaza para los nicaragüenses, pero también para el resto del continente, si tenemos en cuenta los atentados terroristas de origen iraní en la Argentina de los noventa.
Sin embargo, este individuo no alcanza el repudio de Nicolas Maduro, aunque su desgobierno puede considerarse hermano univitelino del venezolano. Ambos regímenes se sostienen como consecuencia del control absoluto que ejercen sobre las instituciones nacionales respectivas, espurios procesos electorales y politización de las Fuerzas Armadas, amén de una ineficiencia económica catastrófica.
Otra característica fundacional del sandinismo ha sido la corrupción económica y el tráfico de influencias. La llamada “piñata” llevó al icónico diario La Prensa, el mismo que fue cerrado por orden del dictador en agosto del 2021, a titular “La Piñata un crimen que todos pagamos” en referencia a la expropiación de miles de propiedades, tierras, casas, empresas, automóviles y demás bienes, que la alta cúpula sandinista se apropió durante su primer mandato y nunca restituyo a sus legítimos propietarios.
La yunta Ortega-Murillo ha enmendado la Constitución Nacional en 12 ocasiones desde el 2007, incluida una disposición que le permite ser electo presidente hasta el fin de los tiempos, aunque sin dudas lo que más ha llamado la atención de los observadores es una reciente cláusula en la que se establece la figura de la “copresidencia”, en otras palabras, el país habrá de tener dos presidentes en ejercicio, dando paso así, a una sucesión dinástica en la que un hijo de la pareja presidencial asuma el poder.
En consecuencia, Ortega una vez más supera a su paladín Anastasio Somoza Debayle, ya que ha establecido en el predio de ambos, un régimen monárquico, una dinastía como la de los Castro en Cuba, o los Kim en Corea del Norte.
Desde enero de 2007, cuando retomó el control de Nicaragua, ha ido tomando medidas para perpetuarse en el poder a través de una constante represión, concretada en deportaciones, encarcelamientos masivos y asesinatos, imponiendo un estado policial del que no pueden evadirse ni sus propios partidarios y violando sistemáticamente, al igual que hacen sus pares de Cuba y Venezuela, la propia constitución sobre la que pretenden institucionalizar el poder que usurpan.
No obstante, estos autócratas se crecen en sus propias maldades e inventivas creando mecanismos que les protejan, aunque tengo la percepción que su último cometido, la figura de “copresidenta”, se relaciona más con la afirmación de un desaparecido mandatario cubano, Ramon Grau San Martín que decía con frecuencia, “Las mujeres mandan”, en otras palabras, Ortega es un depredador, pero su cónyuge no se queda atrás, ya que abusa de su propio marido.
Razón por la cual el escritor Jose Antonio Albertini ha dicho en numerosas ocasiones que América Latina, Nicaragua en particular, tiene su Bonnie y Clyde en la pareja presidencial que integran Rosario Murillo y Daniel Ortega, ambos dignos personajes de una novela de ficción, sino fuera por los graves perjuicios que el protagonismo de esta pareja ha significado para el pueblo nicaragüense.
Así que no dudo que si Ramon María del Valle Inclán nos acompañara en estos tiempos, no habría recurrido a un tirano ficticio para escribir su novela “Tirano Banderas”, ya que Ortega y su copresidenta esposa, Rosario Murillo, son dignas figuras de cualquier obra del género esperpéntico del inolvidable autor.
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