Raúl Mendoza Cánepa
Oclocracia
El tumulto ha forzado leyes y puede hacer lo que quiera

Ceder a los radicales no ayuda a la democracia, pero parece que en los últimos veinte años cualquier movida callejera jaquea al Gobierno y al Congreso. ¿Cuántas veces han tenido que retroceder por la gritería de la calle? El tumulto ha detenido privatizaciones (en Arequipa con Egasa y Egesur, por ejemplo), ha forzado leyes, ha quitado del poder a un legítimo presidente de transición (Manuel Merino) y podrá hacer lo que quiera porque el Perú es una oclocracia, en la que la muchedumbre manda y el gobernante se arrodilla.
No es una virtud de la institucionalidad que la mayoría enardecida decida; es una degradación porque el principio de autoridad deja de existir. Una multitud puede golpear a un policía, puede forzar a un gobernante por sucesión a que renuncie; y la policía se entregará a las llamas antes que disparar sobre una turba para salvarse. Se llama “oclocracia”, el gobierno de la muchedumbre.
La democracia no se mide por el número. Que una sola persona entre millones pueda tener la luz de la razón por sobre todos los que mandan nos dice que la masa puede ser un monstruo y que cualquier líder malévolo puede manipularla para forzar una revolución, un adelanto de elecciones, una ley perniciosa, una masacre e incluso su propia destrucción.
Hizo mal Manuel Merino en renunciar rápidamente, e hicieron mal sus ministros en correr a leer la Constitución asustados por lo que les tocaba con la muerte de Inti y Bryan. Por eso los revoltosos querían sus muertos, como los quieren ahora que la presidenta Dina Boluarte se asusta cuando prende su calculadora para sumar cadáveres que no son suyos y sobre los que no tiene responsabilidad penal. Tanto es su miedo que manda a policías y militares sin armas para que no maten y a los que finalmente matan, creyéndose así libre de toda responsabilidad. Tanto es su miedo que llama “hermanos” a quienes quisieran tenerla enfrente para lo que sea.
La presencia de Boluarte fortalece a la oclocracia, y aquí la ironía de que tenga que irse por presión de la calle. Valga la contradicción, pero tanto es su miedo que hasta quiere irse sin ella tomar la iniciativa, un “nos vamos todos” por cortesía del Congreso, un “nos vamos todos” que ella podría programar ahora mismo con un simple “renunciaré, y aviso por anticipado, el 1 de diciembre de 2023. Ni un día más”. Lo que vendría sería el proceso electoral del 2024; porque no podemos tolerar más gobernantes con miedo, aunque en este tema coincidamos con la oclocracia.
La oclocracia, por cierto, es la degeneración de la democracia, una fragilidad que puede dar paso a la tiranía de cualquier lado si no giramos el timón ni hacemos prevalecer ya el principio de autoridad.
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