Eduardo Zapata

Obscuridad

¿Por qué no hay luces navideñas en las casas peruanas?

Obscuridad
Eduardo Zapata
06 de diciembre del 2018

 

Las ciudades y los comportamientos de sus habitantes hablan. Ciertamente no en el sentido que le damos a la palabra hablar —entendida como acción deliberada de decir algo— sino en el sentido de que constituyen una trama de signos que expresan el ser y el quehacer.

Usted que está leyendo estas líneas lo debe haber notado, consciente o inconscientemente. A diferencia de otros años, cuando las parpadeantes y ondulantes luces navideñas iluminaban la ciudad desde la segunda quincena de noviembre, hoy —prácticamente terminada la primera semana de diciembre— casas y ventanas aparecen más bien oscuras, a pesar de que los precios de este tipo de artilugios son ahora mínimos.

Siendo un signo, la ausencia de luces navideñas en las casas revela un estado emocional de sus habitantes. Y desde el punto de vista político y social —más que económico, y me perdonarán mis amigos de las encuestadoras— todo esto nos adelanta que tal vez este 24 de diciembre pueda ser una retórica noche de paz y de amor, pero no de confianzas y certezas.

Según la definición de oscuridad, esta palabra alude a “lo que carece de luz o claridad”. Y en su etimología latina hallamos que la palabra oscuro convoca en nuestra mente un algo cuyos contornos no llegamos a precisar. Lo no visible y, por esa vía, lo cubierto por el velo de la noche. Algunos etimologistas llegan a entrever en el origen de esta palabra no solo ausencia de certezas derivadas de la ausencia de luz, sino —con bastante racionalidad— entreven en el origen de la palabra la acción de cubrir o esconder. Algo inesperado siempre nos depara la noche. Y desde niños aprendimos a tenerle miedo a la oscuridad.

Es un hecho que las acciones delictivas vinculadas al caso Lava Jato han marcado emocionalmente a la población. Y gracias a los lógicos procesos judiciales —pero fundamentalmente gracias al papel de los medios de comunicación— la reconocida desconfianza de los peruanos (reconocida por estudios) se ha visto acrecentada. A diferencia de otros países y por razones de diversa índole, aquí antepusimos la cacería (selectiva) a la reparación económica de las empresas vinculadas a la corrupción.

Desconfianza ciudadana, entonces. Alimentada por un Gobierno cuya pobre ejecución presupuestal genera aún más desconfianza, y que se sostiene fundamentalmente en la repetición de la idea-fuerza de la lucha contra la corrupción, pero cuya gestión pública es más que mediocre. Lo dicen la ejecución presupuestal a la que aludimos y la ausencia de obras e ideas.

Es cierto que el Presidente mantiene su popularidad por haber aprovechado odios preexistentes en la lucha contra la corrupción. Pero él mismo tiene una viga en el ojo, particularmente con el caso Chinchero. Por el momento aparece como el mejor mesías anticorrupción, pero si sus asuntos se esclarecen mal para él y no se rectifica la gestión pública, habrá razón demás para la oscuridad, la desconfianza y para que nuestras ciudades no luzcan —como otras veces en estas épocas— luces navideñas iluminando casas y ventanas.

 

Eduardo Zapata
06 de diciembre del 2018

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