Nada es gratis

Todo cuesta y, por tanto, todo tiene precio. Los procesos de elaboración, baratos o caros, sirven para tocar, ver y sentir todo lo que nos rodea. Nada es gratis, excepto la vida, el regalo de Dios; y también los talentos y dones recibidos que, antes de ser útiles o perjudiciales, deben ser descubiertos y desarrollados por las personas. 

Sin necesidad de conceptos mayores sobre economía, se sabe que todo esfuerzo de producción es cuantificado por los materiales, tiempo, conocimientos y otros insumos necesarios para obtener productos. El costo es la sumatoria de todo lo utilizado para obtener esos productos, sean estos bienes o servicios. Costo más utilidad es el precio del producto en el mercado. El precio está relacionado directamente con la calidad del producto. 

Un bien se palpa, se toca, está compuesto de materiales, ya sean de hierro, plástico, madera o una combinación de estos u otros cuerpos. Un servicio está relacionado con el aprovechamiento del intelecto y la acción, con el movimiento de la persona realizando tareas. Víctor Raúl Haya de la Torre, el fundador del aprismo, lo entendió perfectamente. “El partido de los trabajadores manuales e intelectuales” lo dice todo; en él convergen los que realizan labores de producción de bienes y servicios o una combinación de ambos. ¿A qué viene todo esto?

La izquierda engaña, exige gratuidad de la enseñanza. Esa gratuidad no existe. La infraestructura del colegio o universidad, planilla de sueldos, materiales educativos y otros suministros generan gastos. Esos gastos, si el centro educativo es público, los afronta el Estado mediante impuestos pagados por personas jurídicas y naturales que aportan al erario nacional. Si el centro educativo es privado, los gastos los afronta el inversionista arriesgando su capital. EsSalud no entrega medicamentos gratis a los pensionistas; esas medicinas son pagadas por el aporte actual o anterior del asegurado. Las subvenciones hacen de la economía una ficción con fecha de vencimiento traumática para todos. 

Las supuestas gratuidades vienen acompañadas de intencionalidades encubiertas. El mejor ejemplo es la política. Los mochasueldos del Congreso y de las instituciones públicas perfeccionaron esta degeneración. La gente es estafada por candidatos que montan campañas electorales con dinero ajeno, plata destinada a hacer de criminales figuras aparentemente populares y carismáticas. La ganancia llegará después con el manejo de millonarios presupuestos estatales a voluntad de esas mentes mafiosas. Haciendo números, los sueldos de esas mentes mafiosas no empatan con la inversión electoral y, por tanto, recurren al chantaje. Sus trabajadores hacen aportes para cubrir lo gastado y, asimismo, conservar el puesto laboral. Con Vladimir Cerrón, siendo presidente regional de Junín, ese aporte se decía que “es para el partido”. 

Los socialistas ortodoxos –mayoría en Perú– no entienden de economía elemental. Desconocen los términos costo, precio, utilidad, calidad, inversión, riesgo, capital, bien, servicio, productividad y otros conceptos utilizados con el fin de generar riqueza. El Estado redistribuiría mejor la riqueza si se apartara del mercantilismo y de privilegios para unos cuantos en perjuicio de las mayorías. Pero no lo hace por estar dominado por izquierdistas, campeones ofreciendo gollorías e inventando gastos, pero no riquezas. Esa izquierda, enemiga de la prosperidad, tiene planes concretos de destrucción de las fuentes de riqueza. El movimiento antiminero es financiado por intereses económicos y políticos; ese financiamiento sirve para soliviantar a la población. Son minorías que con millonarios presupuestos pretenden imponer intereses particulares sobre las mayorías. 

Lo que en apariencia es gratis tiene un trasfondo oculto. Esos millones de dólares unidos a otros recursos pueden adueñarse del país y convertirlo, como en Cuba y Venezuela. Nada es gratis, todo tiene una retribución, útil o perjudicial, material o intangible, oculta o transparente.