Eduardo Zapata
¿Mundo de semejantes o de diferentes?
Un rasgo que caracteriza a los millennials

No nos asustemos por los términos iniciales porque los vamos a ejemplificar. Vamos a hablar de la segunda característica del modo como los millennials ven ahora el mundo. Característica revelada por el análisis semiótico de sus escrituras.
¿Recuerdan que la primera característica aludía a que ellos ven el mundo desde sus intereses, a que no hay verdades absolutas, sino lo que técnicamente se llama perspectivismo lingüístico?
Pues bien. Una segunda característica nos dice que hemos salido de un mundo donde las escrituras reflejaban un privilegiamiento de la metáfora —de la sustituciones y asociaciones simbólicas por semejanza— y hemos ingresado a otro mundo donde el análisis de las escrituras revela un privilegiamiento de la metonimia (de la sustitución y asociación por contigüidad). Por ejemplo, no es que necesariamente el rostro de alguien tenga que asemejarse al prototipo de “cara de ladrón” que tenemos en la mente para que resulte sospechoso. Basta con que nuestro rostro aparezca junto a alguien reconocido como sospechoso para que nosotros también lo seamos.
Roman Jakobson, al hacer alusión a los mecanismos básicos de producción de significado, señaló: “Dos son las directrices semánticas que pueden engendrar un discurso, pues un tema puede suceder a otro a causa de su mutua semejanza o de su contigüidad… se suele conceder a uno cualquiera de ellos preferencia por influjo de los sistemas culturales”. La electronalidad da preferencia a la contigüidad.
En términos sociales, ayer nos era habitual vivir en la zona de confort signada por cohabitar entre semejantes. Y no nos interesaba conocer —e incluso nos causaba temor y hasta rechazo— aquello que era diferente.
La educación para la sociedad industrial requería de semejantes. Los Estados-nación exigían personas con rasgos similares. Tolerancia hacia lo que nos reflejaba e intolerancia hacia aquello que no lo hacía.
Escuelas trazadas con un solo modelo. Uniformes escolares y horarios rígidos para todos. Las misma asignaturas, las mismas lecturas y hasta el mismo dibujo de letra. Los ritos y costumbres escolares repetidos por doquier resultaban útiles para un logro: la semejanza.
Y si alguien no cabía en el molde allí estaba la caridad; tal vez básicamente hacia los desvalidos físicamente. Pero también estaban las cárceles, los manicomios y los “centros de rehabilitación” para los diferentes. O en algunos lugares, las reservaciones indígenas, mezcla de un algo de caridad con la invisibilización del físicamente diferente.
Este no es más el mundo de la semejanza, salvo por xenofobias artificialmente provocadas. La diversidad es hoy un valor agregado social, económica y culturalmente. La electronalidad y la consecuente figura de la contigüidad han desplazado a la ayer privilegiada metáfora.
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