Minería: remontar el camino

Desde hace poco más de una década la economía peruana se encuentra en declive, ya sea por falta de decisión o, en su defecto, por la implementación de medidas que ahuyentaron a la inversión en los principales motores de crecimiento del país. De la cuesta ascendente lograda hasta el 2011, la economía pasó a una etapa de ralentización. Se dijo que había llegado la hora de la redistribución, cuando esta última se sostiene siempre que se generen ingresos crecientes para el erario nacional.

Mensajes contrarios a la inversión han retrasado hasta la actualidad el desarrollo de varios proyectos mineros; entre los más emblemáticos se encuentran Conga y Tía María, ambos concesionados a empresas de primer nivel en el ámbito internacional. La ejecución de esos proyectos representa una inversión de alrededor de US$ 7,000 millones y, por supuesto, algunas decenas de miles de puestos de trabajo –sean directos o indirectos– durante su etapa de construcción.

Algunos señalan que esos puestos son efímeros porque terminada la construcción ¿dónde trabajarán dichas personas? Pero al parecer no se han percatado de que cuando una persona realiza un trabajo, sea cual fuere, también está incursa en un proceso de aprendizaje, lo que le permitirá incorporarse al desarrollo de un segundo, tercero o más proyectos mineros a lo largo de su vida laboral, en el Perú o en el extranjero. En adición, la regla general es que quien trabaja en el sector minero recibe un salario promedio superior al de otras actividades económicas, lo que permite brindar mayores satisfacciones a sus familiares.

Por otro lado, el desarrollo de uno o varios proyectos mineros genera una demanda de consumo de insumos locales, tanto por las compras directas que realiza la empresa minera como por los ingresos que perciben los trabajadores, en calidad de remuneraciones. Sumado a ello, se debe tener presente que el período correspondiente a la vida útil de una mina sobrepasa los veinte años; por consiguiente, las empresas proveedoras en dicho período se fortalecen, y algunas de ellas alcanzan un nivel de calificación que las convierte en competitivas inclusive en el mercado internacional.

En consecuencia, siendo la minería una actividad dinamizadora de la economía, lo que el país espera de sus autoridades es una reacción pronta que la respalde para que se lleven a cabo las inversiones que están pendientes de ejecución. Y que bien podrían elevar el porcentaje de crecimiento previsto para el presente y los próximos. Cuando las expectativas de expansión del Producto Bruto Interno están por debajo del 2% en 2023 y 0.5% adicional para el 2024, y recién 3% para el 2025, los agentes económicos perciben que la demanda interna será débil. En consecuencia, se debe observar al mercado internacional y analizar la demanda de estos para satisfacerlas. 

La comunidad internacional de inversionistas conoce del potencial geológico del Perú, pero también conoce de las marchas y contramarchas en la toma de decisiones.  Ese es el péndulo que genera incertidumbre y que no permite alcanzar un crecimiento por encima de 5% anual, como para brindar empleo formal, principalmente a favor de los jóvenes que no encuentran una oportunidad laboral formal y deben integrarse al mercado informal, en el que carecen de todo tipo de beneficios, o ser víctimas de la pobreza.

La minería puede representar el punto de quiebre hacia el progreso en un Perú que lo tiene todo.