Carlos Adrianzén
Merca-Controlismo 2.0
Infla el aparato estatal y la corrupción burocrática, y atenta contra la propiedad privada
No hace mucho tiempo atrás los peruanos llegamos a tener estándares de vida casi africanos. Un peruano promedio, entre 1985 y 1989, bajo el corrupto régimen de la Izquierda Unida (cuyas desastrosas ideas económicas nos gobernaron) y del APRA (el partido que bajo el liderazgo de un bisoño Alan García Pérez ganó abrumadoramente las elecciones generales de 1985), registraba un producto por habitante equivalente al 40% del similar chileno.
Ubiquémonos en perspectiva. Con la aplicación parcial de las ideas económicas liberales de los llamados Chicago Boys en Chile, nuestros vecinos nos pasaron por encima. Sí, a lo largo de ese quinquenio, el PBI chileno en dólares constantes se expandió en 37.7%, el peruano se comprimió en 2.7%. Y se comprimió el Perú con la entusiasta y popular aplicación de la receta del neo estructuralismo latinoamericano. Léase: un régimen marxistoide; opresor de las libertades y de los derechos de propiedad.
Receta que implicó no solamente la inflar el aparato estatal y –consecuentemente– la corrupción burocrática; sino también el abierto irrespeto de la propiedad privada. Todo esto induciendo un deterioro crítico del nivel de vida de la población (de hecho, estimados propios de la incidencia de la pobreza monetaria fuera de Lima bordearon los dos tercios de la población) y bajo una terrible tasa de inflación quinquenal de 4,834%. Hablamos de un gobierno con retórica socialista que robaba flagrante y recurrentemente contratos, ahorros y jubilaciones, mientras destruía cualquier pretensión de predictibilidad nominal para los negocios.
Pues bien, en estas líneas enfocaré los dos pilares del aludido gobierno y de lo que hoy se conoce como el socialismo-mercantilista latinoamericano. Me refiero a los controles al mercado y los regalos a los mercaderes afines. Y lo hago con especial dedicación hacia todos aquellos que por su juventud no recuerden cuánta desgracia económica generaron y –particularmente– hacia todos aquellos que hoy –por ideología, impericia o intereses que no desean confesar– no quieren recordar estos episodios porque quieren vendernos la misma receta.
Dicho esto, los invito a enfocar de los controles burocráticos al accionar del mercado. Y lo haré enfocando al más popular y destructivo de estos: el control de precios. Estos, nótese, registran una tremenda parafernalia y versatilidad (se llaman precio social, precio justo, banda de precios, fondo de estabilización de precios, etc.). Pero la idea básica es simplona… de lo arbitraria. Un burócrata es encomendado a fijar políticamente –léase: a decidir por nosotros– el precio de un bien (medicamento, insumo, una divisa, etc.) o un servicio (financiero, de salud, laboral, etc.). Se dice que lo hará técnicamente, combinando lo económico con prioridades políticas. Tal maledicencia es una pretensión. Un precio fijado por un iluminado nunca acierta. Produce desequilibrios macroeconómicos, colas, informalidad, embalses y, sobre todo, mucha corrupción burocrática. Como toda chica o chico pervertido, es muy atractivo para los incautos. Es decir, políticamente es tremendamente popular.
Aún hoy, después de haber tenido que dejar sus patria y familia, la inmensa mayoría de venezolanos que hoy pululan en nuestro país, extrañan los controles de precios con los que los subyugó la hedionda dictadura chavista. Los controles de precios son adictivos. Al Perú le tomó varios gobiernos desembalsar algunas de estas pócimas.
Paralelamente, el mercantilismo o –en español más sencillo– los regalos a los mercaderes afines (llámense: los tratamientos tributarios especiales a cineastas impresentables, el régimen especial a una línea de bandera privada, los préstamos a pérdida a señoritos agricultores) destruyen el motor del desarrollo económico de un país. Adormecen el espíritu emprendedor local e incentivan el negocio de los mamones. Mercaderes que hacen plata gracias a la dádiva o regulación de un presidente, ministro, gobernador amiguito o cómplice, simplemente no sirven. Configuran una lacra social.
Eso sí, cuando el mercantilismo se da en el ámbito de los medios de comunicación, además de la corrupción e ineficiencia que normalmente acarrea, aparece otra desgracia de marca mayor. El final de la libertad de prensa. Los medios dependientes de la pauta fiscal solo implican una de las formas menos transparentes de empresa estatal. Venden su línea editorial.
Y notémoslo, en algunos casos el controlismo y el mercantilismo se casan. En la región no resultan raras las oenegés defensoras de causas populares (i.e.: del medio ambiente, del contenido graso, de supuesta defensa consumidor en el corto plazo, de alguna cultura y hasta de algún género extraño) que consiguen generosos apoyos financieros. Fondos, curiosamente, asignados –en forma directa e indirecta– por ciertos mercaderes –también directa e indirectamente– favorecidos por algún control estatal que la ONG cabildea con fruición. Nótese, que en este matrimonio el rol del curita resulta desempeñado por algún discreto burócrata, ministro, congresista o presidente. De modo tal que en estas nupcias muchos ingresan al lecho nupcial.
Sí, estimado lector, en estos tiempos vizcarristas, repletos de avasallamiento institucional y mucho menor crecimiento económico, lo están tonteando. Redondito. Con controles de todo tipo y hasta con simpáticas figuritas octogonales y no tan simpáticas restricciones a su libertad.
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