César Félix Sánchez
Mendoza, Guzmán y la religión de Sinopharm
Nueva idolatría nos ha costado ya millones de soles

“Te pido, por favor, que reconsideres tu reportaje. Uno, porque de verdad podría ser muy dañino. Y dos, lo que está detrás es la salud del Perú”, eran las palabras del doctor Germán Málaga, cuando todavía fungía como director de los ensayos clínicos de la vacuna china a los periodistas Alonso Ramos y Rebeca Diz, que pretendían conseguir su versión sobre los múltiples misterios de la vacuna de Sinopharm. Era antes de los múltiples vacunagates que acabarían produciendo la decapitación mediática de este personaje y el cuestionamiento generalizado a este producto. Pero ya se notaba el deseo de convertir a este fármaco asiático en una suerte de dogma sagrado incuestionable por parte de las autoridades del Perú, y de sus cómplices.
Con mucha sensatez, los periodistas dijeron en su artículo: «Inocularse la vacuna de Sinopharm se ha convertido en una cuestión de fe. Hacer preguntas básicas, las mismas que haríamos sobre cualquier medicamento –seguridad, eventuales efectos adversos o efectividad– es inútil. La farmacéutica estatal china que la produce se niega hasta ahora a hacer públicos los resultados de los ensayos clínicos del antídoto. Y en Perú se ha optado por remedar la política china. Cualquier pregunta que se salga del menú se considera una insolencia, un ataque al país» (A. Ramos y R. Diz, «Cuestión de fe», Hildebrandt en sus trece, 12-02-2021, p. 6. Como nota aparte, conviene señalar que es en este reportaje donde Germán Málaga miente de manera infame afirmando que la paciente fallecida en el experimento había recibido un placebo). Como era un medio escrito y, principalmente, no era Willax, más allá de las alarmas y pánicos del inefable Málaga, nadie los acusó de golpistas y se trató de «echar tierrita» en el asunto.
Cuando el viernes 5 de marzo Beto Ortiz –en su programa de Willax, el gran cuco de Sagasti y compañía– reveló el contenido auténtico del estudio preliminar, hasta ahora no desmentido por nadie, estallaron las acusaciones de parte del Gobierno y de sus influencers; y extrañamente, de algunos políticos que revelaron su entraña totalitaria, pidiendo censura y castigo a quienes se habían atrevido a cometer tal sacrilegio.
Lo cierto es que el único lugar del mundo donde existe alguna información transparente sobre la fase III de la vacuna de Sinopharm es el Perú. Porque de los supuestos estudios en China y en Emiratos Árabes Unidos no hay pruebas, más allá de la no muy fiable palabra del Partido Comunista Chino. Y este único vestigio investigativo es el documento revelado por Willax que, más allá de la variedad de interpretaciones –algunas más acertadas que otras– revela que las dudas expresadas tiempo atrás por la BBC, entre otros medios, tienen mucho fundamento: la vacuna de Sinopharm es la menos eficaz y la más cara del mercado. Si a esto se añade que no tiene ni tendrá la autorización de la FDA norteamericana o de la EMA europea, pues llegamos a la conclusión de que estamos transitando por mares muy riesgosos.
Alguno dirá que «peor es nada» y que debemos ser buenos pobres y «darnos por bien servidos». Quizás en la batalla de Dolores (1879) los soldados peruanos habrían recibido una respuesta semejante de sus generales cuando encontraron herraduras en las cajas de municiones. Al fin y al cabo una herradura lanzada a la cabeza de un chileno es mucho menos eficaz que un disparo de fusil, pero puede también tener algún efecto.
Pero la cosa se hace más extraña cuando revisamos un artículo anterior de Hildebrandt en sus trece: «Historia secreta del vacunazo» (8-02-2021, pp. 2-4), donde se demuestra, con abundante respaldo documental, que la caída del contrato de Pfizer no se debió a la maldad infinita de Merino y de los congresistas, sino a la Cancillería de Elizabeth Astete que, ya bajo Sagasti, consideró el contrato «lesivo [porque] atentaba contra la soberanía del Perú» (p. 3). Ese atentado era la condición vinculante que obligaba al Perú a acatar el embargo de las cuentas y bienes diplomáticos del Perú en caso de que nuestro país perdiese un litigio internacional contra el laboratorio Pfizer. Parece que países vecinos como Chile y Colombia, que han adquirido este producto, no se han preocupado por estas condiciones. Esta decisión fue debidamente comunicada al presidente. El reportaje de Américo Zambrano también apunta a que el contrato de Sinopharm nos costaría US$ 2755 millones, mientras que el de Pfizer habría significado un gasto de solo US$ 119 millones (p. 2). ¿Curioso, no es verdad? Luego, al revelarse el escándalo de la vacunación preferente, los misterios sobre Sinopharm se tornaron cada vez más raros.
Pero lo que sí me convenció de la aparición en el Perú de una religión muy extraña, cuyo único dogma consiste en la defensa radical de la vacuna china y el ataque visceral a sus críticos, fue la actitud de algunos candidatos a la presidencia de la República luego de las revelaciones sobre Sinopharm. Julio Guzmán, luego de hablar de un «intento de golpe de Estado» por parte del todopoderoso general Willax y sus huestes, pidió que se denuncie a este canal y al médico que comentó el estudio por «atentar contra la salud de los peruanos». Concluyó con un ataque de ira santa: «Estamos hartos de Willax y también estamos hartos de los Wong». Cuando otro candidato sostuvo que había que «exterminar» un contenido ideológico de un currículum educativo se le acusó de incitar al odio. Ahora que Guzmán sostiene que hay que acabar con una familia ningún medio masivo dice nada. Con este “centro republicano” quién necesita totalitarismos…
Pero quien también se sintió devorada por el celo de Sinopharm,fue Verónika Mendoza que, desde Arequipa, fulminó la siguiente maldición solemne: «Son tan miserables que no les importa mentir y desinformar sobre la vacuna que es la única esperanza que tenemos para acabar con la pandemia. Quieren hacer sus negociazos, generar caos y poner a su gente en el poder, por encima de la voluntad del pueblo. No se saldrán con la suya. Se les están cayendo las caretas, y ya sabemos lo que buscan. Es tiempo de defender la democracia, la ciencia y la salud» («Verónika Mendoza rechazó desinformación por vacuna», El Pueblo (Arequipa), 7-03-2021, p. 2).
¡La única esperanza que tenemos! La Iglesia Católica canta en este tiempo de cuaresma: Ave Crux, Spes unica! La iglesia de Sinopharm, por su parte, canta: Ave Vaccinam Sinensis, Spes Unica! ¡Cuánta devoción por parte de los candidatos de la derecha e izquierda globalistas a un producto tan transparente realizado por un laboratorio tan transparente de una nación tan transparente y democrática! Parece que ambos cumplen a pie juntillas la consigna del «socialdemócrata» de escuadra y compás José Luis Rodríguez Zapatero en el último foro del chavista grupo de Puebla: entregar a Latinoamérica a China para poner a Estados Unidos en una «situación imposible» (mins. 3:37-4:05).
En lo que respecta al Perú, parece que aquí nos están intentando hacer colar un chicharrón más grande que el acorazado Yamamoto. Tanto los gobiernos de Vizcarra y Sagasti, como los candidatos que, por las razones aquí expuestas, representan su continuidad “religiosa”, están comprometidos geopolítica y, quizás, pecuniariamente con la defensa de estos misteriosos dogmas. Mientras estos escándalos se van revelando en nuestras narices, tanto los medios y las redes sociales nacionales no encuentran nada más urgente que fijarse en las prácticas ascéticas y en las doctrinas religiosas de un candidato. Parece que, para los progresistas, con él no vale aquello de «mi cuerpa, mis reglas».
Pero aquí la única religión que se está mezclando con la política es la extraña religión de la defensa radical de la vacuna china, profesada, entre otros, por Verónika Mendoza y Julio Guzmán. Esta nueva idolatría nos ha costado ya millones de soles y puede acabar costándonos incluso la salud y la soberanía nacional.
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