Carlos Rivera
Mauricio Mulder: el último tribuno
Su nombre es sinónimo de resistencia, orgullo y conocimiento
Claude Maurice Mulder Bedoya, o simplemente Mauricio Mulder, es un militante aprista que no claudicó a las olas populacheras justicieras, no se arrinconó en la quietud de sus aposentos ni miró de reojo la realidad peruana, mientras la horda progre-caviar (una izquierda que se volvió vengativa y totalitaria) tomaba el Ejecutivo, los medios de comunicación y derrochaban sus sañas contra todo aquel que osara cuestionar sus voluntades supremas.
La política no es un lecho de rosas o te de tíos comiendo galletitas mientras comentan las virtudes de la llegada de la primavera. La política desde los albores de Grecia hasta nuestros días fue combate de ideas. Pero pensando en el bien común comprendiendo el alma colectiva en pos de “una empresa civilizadora”. En política también hay conspiraciones, venganzas, calumnias o actos de suprema nobleza como la de Víctor Raúl Haya de la Torre quien supo leer los dramas de la historia de un pueblo que nunca lo hizo su presidente, pero le regaló el sagrado blasón de ser un hijo ejemplar ofrendándole un partido y su vida como un acto de nobleza. “Yo he nacido para luchar. Para luchar contra todo lo viejo infiltrado y escondido en lo nuevo.” Le escribía al amauta José Carlos Mariátegui en su polémica en 1928 sobre los derroteros fundacionales de las causas que germinaban este movimiento continental.
Entonces, tenemos a un conjunto de hombres y mujeres que deciden fundar un colectivo, construir un ideario y acciones que intenten cambiar la realidad o darles solución a los grandes problemas de la sociedad. Así nacen los partidos: entre sueños de voluntades, aprendizaje de valores y la edificación de programas o doctrinas. Es necesario estudiar la política desde sus bases filosóficas, comprender su praxis y diversos espacios que deben distinguirse para esclarecer su concepción, su esencia y propósito.
El Apra aparece durante los grandes cambios de la primera década del siglo XX. Nace potenciando el discurso del indoamericanismo e integración de trabajadores, intelectuales y estudiantes en un gran frente capaz de llegar al poder. Distante a los movimientos comunistas o socialistas o el exclusivo partido de los trabajadores que proponía Mariátegui. Haya supo leer el relato histórico del proceso peruano del cual éramos diferente al que avizoró Marx en sus tratados sobre un proletariado fruto de la Revolución Industrial que había asumido su conciencia de clase, su rol protagónico y estaba preparado para cualquier asonada. Las tesis del APRA son vigorosas y calaron en las masas mestizas y hambrientas de sueños. Y las figuras que acompañaron al líder fueron grandes mentes y corazones indomables como Luis Alberto Sánchez, Manuel Seoane, Ramiro Prialé, Armando Villanueva del Campo. Haya de la Torre no solo era un político de raza sino un hombre de pensamiento filosófico, musculoso con la palabra, estadista y de amplia cultura (un tanto literato y a veces hasta místico). Escribió Eugenio Chang-Rodríguez: “Contra todas las predicciones interesadas, el partido subsiste porque se basa en los valores de su fundador que lo ponen al resguardo de las conocidas debilidades que hacen que las instituciones pierdan vigencia y desaparezcan. Si bien el tiempo ha sido en el Perú sepulturero de la mayoría de sus partidos políticos, el legado de Víctor Raúl Haya de la Torre continúa vigente.” (Eugenio Chang-Rodríguez, Víctor Raúl Haya de la Torre: Bellas artes, historia e ideología, PUCP,2018).
Heredero de esta tradición aprista es Mauricio Mulder, geminiano, hincha del Sport Boys, abogado y periodista. Sobre todo polemista de lujo y estilo.
Lo recuerdo en sus amenas columnas internacionales (“En órbita”) en el diario La República. Ya luego pude verlo con más amplitud en su salsa brava que era la dinámica parlamentaria.
En el frenesí de la política uno puede cometer excesos o caer en populismos. Mulder fue y es gravitante en el escenario político por sus acalorados discursos siempre exuberantes en las formas, fino y frontal (a veces hasta brutal con el adversario) y de veloces adjetivos, pero siempre en su inquebrantable defensa de una línea de partido. Diestro conocedor de lo que siempre llamaba, “la hermenéutica parlamentaria”. Supo manejar sus diferencias internas como las que sostuvo con Jorge del Castillo en el parlamento (“Sí, con Jorge tengo diferencias, pero nunca vamos a fracturar el partido” le respondió a la inefable periodista Juliana Oxenford) sin caer en el maniqueísmo moralista.
Sus enemigos bautizaron a Mulder con el apelativo de “perro de chacra” con las claras intenciones de ridiculizar al político y presentarlo como un animal empedernido que sacaba las garras por su líder, Alan García Pérez. Muchos extendieron la burla en grado superlativo siempre tratando de arremeter con el juego sucio ante cualquier auditorio. Pero un verdadero político no se lamenta de su destino, no pide ser parte de esa huachafa “comisión de notables” o claudica de sus declaraciones para luego esperar la conmiseración humillante de aquel institucionalizado ejército de seres sagrados que se asumen guardianes de lo correcto. Supo deslizar aquel mote sutilmente tomándolo como parte de los riesgos de ser parlamentario y además militante aprista.
El ecuánime periodista Fernando Vivas le realizó un perfil con una entrada magistral: “Lo visito en son de paz. Pero, igual, aunque lo atacara, Mauricio Mulder no me mordería. Porque no es un perro de chacra ni un can del hortelano. Es un opositor de los de antes, esgrimista de florete y ¡‘touché’! Pelea cuando lo retan, pero también conversa de forma proactiva si lo citan con agenda” (El Comercio.17/05/2015)”.
En esas batallas muchos han caído frente a su verbo. Algunos angurrientos, sin entender el juego de la política, rogaban por verlo preso solo porque no supieron darle pelea desde una tribuna. Pero un gran político es sinónimo de resistencia, orgullo y conocimiento. Aquí un extracto del discurso que dio en el Congreso de la República durante la presentación del libro del Dr. Javier Valle Riestra, La responsabilidad constitucional del Jefe de Estado, (Edit. Simón Bolívar, 2017):
Este es un tema de vieja data de Javier; y fue su tesis de graduación y por lo tanto es una vieja preocupación. Durante todos estos años ha enriquecido sustantivamente con el debate que a nivel mundial se ha dado alrededor de los sistemas democráticos en formación, sobre todo en Europa, para que se sepa que un jefe Estado no es un monarca, que un jefe de Estado es el que manda, como se dice mandatario, pero que tiene muchos límites y esos límites crecen en la medida en que el sistema democrático permite que haya otro tipo de poderes que lleven a que la conducción del jefe de Estado sea una conducción compartida, sea una conducción consensuada, sea una conducción en la que las demás voces del Estado peruano (y lo digo por el ejemplo) pero desde la sociedad en su conjunto participen en la construcción de un sistema que es para todos la responsabilidad del jefe Estado. Por tanto, está limitada justamente por los preceptos constitucionales y hay responsabilidad de los jefes de Estado allí donde hay constituciones válidas que lo hagan valer, donde no existen constituciones válidas en donde lo que existen sean “documentos” o es simplemente “cartas” que se apliquen de acuerdo a la coyuntura política…
Mulder es el último tribuno. Amado, odiado, nunca servil ante las exuberancias del poder o acomodaticio a las coyunturas de irresponsables que llegan a un cargo y actúan como tiranos. Que la vida le dé más vida, que la palabra sea su apotegma y retumbe “hasta cuando seamos polvo en viaje a las estrellas” como decía “El Cachorro” Seoane.
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