Darío Enríquez

Más leyes estúpidas para lanzar cortinas de humo

Crónicas de un país que crece, pero sigue siendo bananero

Más leyes estúpidas para lanzar cortinas de humo
Darío Enríquez
26 de febrero del 2019

 

No nos referimos a aquellas “leyes” que declaran el “día del emoliente”, de la papa rellena o del suspiro a la limeña. Aunque también implican una pérdida de tiempo y recursos valiosos, que debieran aplicarse a otras causas, al menos su alcance es limitado. Ya nos hemos dado cuenta de que lo mejor que podemos esperar del Estado parásito, corruptor y corrompido, es que no nos estorbe mientras los ciudadanos creamos riqueza y propagamos prosperidad para nuestro pueblo. Pero desde ese Estado que idolatran tanto la izquierda elitista como la derecha mercantilista (porque parasitan de él), insisten en agredirnos y robarnos el fruto de nuestro trabajo.

Veamos solo tres casos recientes. El primero, una bendita ley que pretende “liberar” a las niñas en edad escolar para que puedan usar pantalón en vez de faldas. Absurdo. Uno, ya el uniforme escolar es opcional, no se necesita ley. Dos, cada colegio —como tiene que ser— maneja los códigos vestimentarios en acuerdo con los padres de familia; no tenemos ninguna razón para intervenir desde el Estado con una “ley”. Tres, no tiene ninguna importancia real. Pero en forma increíble, y esto no es ninguna coincidencia, los grandes medios de la hiperconcentración colocaron decenas de titulares durante varios días, montando una cortina de humo de proporciones colosales, en la línea de proteger al Gobierno del evidente deterioro que sufre hoy al haberse agotado los diversos artificios desplegados desde julio del 2018 para distraer y domeñar a las masas.

Un segundo caso. Se ha celebrado la aparición de los primeros productos alimenticios envasados con “octógonos de advertencia” por su alto contenido en grasa, azúcar, sal u otros componentes. Otra pérdida de tiempo. No es a través de dibujitos en los envases de alimentos que se logrará elevar la calidad de lo que ingerimos. Se hace necesaria una campaña divulgativa sobre bases racionales y científicas. En el Ministerio de Educación, en vez de alentar la lucha de géneros o proponer nueva letra a la canción “arroz con leche”, desde el delirio de la falsa inclusión, se debe promover que los programas escolares incluyan información nutricional de calidad sobre los alimentos. Retorcidos mitos sobre “lo natural”, la sobrevaloración de lo “orgánico” o la superstición contra los transgénicos deben aclararse desde niveles educativos más elementales.

Pocos saben que, en términos de fructosa ingerida, comer tres manzanas medianas es equivalente a tomar una gaseosa de 350 ml. Tampoco que los transgénicos que hay en el mercado son mucho más seguros que los cultivos tradicionales ¿Saben que la insulina moderna, usada masivamente en el tratamiento de la diabetes, es transgénica? Si siguiéramos extrayendo insulina del páncreas de cerdo, el precio sería inabordable para millones de personas. Por su parte, si se obligara por ley a colocar letreros en los alimentos para mostrar detalles de su forma de producción y cultivo (con la idea de criminalizar los transgénicos), en los orgánicos se debería informar el tipo de excremento animal usado en su cultivo, pues se trata de abono “natural”. Y hablando de ello, lo natural sería que —si eliminamos tanto “químico” y tanto “proceso industrial” estigmatizado— se volviesen a propagar enfermedades ligadas a la contaminación de alimentos, como tifoidea, hepatitis o fiebre malta, entre muchas otras. Para un Estado pérfido, parásito e inútil, lo verdaderamente importante es ignorado y todo se reduce a unos dibujitos octogonales.

Tercer caso. Hace unas horas, un hecho que nos coloca como candidatos irrebatibles a la descomposición social macondiana y bananera acaeció en el Perú. A partir de una ley que ordena colocar letreros en los que se dice algo así como “en este lugar no hay discriminación”, la Municipalidad del Callao clausuró —está leyendo bien, clausuró— el Aeropuerto Internacional Jorge Chávez de Lima porque “no tenía suficientes carteles de ese tipo” en sus instalaciones ¿Qué sigue? ¿Clausurar un hospital porque no tiene letreros de ”haga silencio”? ¿Qué nos pasa? ¿Y si ponemos cartelitos como “aquí no se toleran robos” eliminaremos la delincuencia en nuestro país? ¿Tal vez con otro letrero que diga “tolerancia cero a la corrupción”, Odebrecht, Graña y Montero, el Club de la Corrupción, los Cachorros de la Oligarquía y Los Malditos Mediáticos devolverán los miles de millones que nos robaron a todos los ciudadanos peruanos?

Esa ridícula creencia de que todos los problemas del mundo se resuelven con leyes, cartelitos y “declaraciones oficiales” está haciendo estragos en nuestra sociedad. Tenemos tanto que trabajar para que el más elemental sentido común vuelva por fin a ser protagonista de nuestra cotidianeidad y los delirios estatistas dejen de oprimirnos. Detrás de todo esto está la idea absurda de que las leyes pueden cambiar la realidad a nuestra voluntad, con solo enunciarse. Es el sueño húmedo del peor de los constructivismos sociales. Las leyes deben ser consecuencia y no causa de cambios legítimos en la realidad.

 

Darío Enríquez
26 de febrero del 2019

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