Mario Linares
Marxismo y teología
Teología de la liberación le ha hecho mucho daño a la Iglesia católica
La propensión hacia la belleza, la verdad y la justicia es inherente al ser humano, estando en ello la huella de Dios. Hay quienes por vivencia personal o por especial sensibilidad, se predisponen hacia la lucha por la justicia para los pobres, algunos con acciones, la mayoría como pose.
Conozco gente que opta por preocuparse no solo por los pobres sino también por otros excluídos abrazando así la causa LGTB, y reivindicando además ar los indígenas, los inmigrantes, las mujeres (vía el feminismo extremista de género), etc., haciéndolos exclusivos receptores de sentimientos de solidaridad y simpatía. Y claro, siendo la Iglesia una institución de caridad y de amor tal cual Cristo enseña, creen que esta debe preocuparse por ellos; pero solo por ellos y su ahora.
Que sí, vamos, la defensa del oprimido debe existir, pero no de forma exclusiva ni excluyente. Nada justifica la atribución de todas las bondades a unos mientras que a otros les son dadas características de ruindad y de egoísmo. Es una fórmula simplona y ajena a la realidad y pone solo de relieve el plano material de lo injusto, olvidando que es injusto también no pregonar desde el catolicismo la pobreza de espíritu, la santidad, la oración, la preocupación pastoral por las almas y su salvación eterna. Es lo que dijo e hizo Jesús y sus apóstoles, más que sanar y dar de comer o liberarse de la opresión romana o de la tiranía de la pobreza, proclamó el reino de Dios.
El marxismo que tiene un enfoque solo por lo material y ha perseguido al cristianismo teniéndolo por opio del pueblo, es irreconciliable con la dimensión dual del hombre, carne y espíritu, ello además de su odio de clase. De ahí que una teología qué utilice el marxismo aunque no lo exprese abiertamente, debe descartarse. Juan Pablo II no le dio cabida, lo mismo Ratzinger como Jefe de la Congregación de la Doctrina de la Fe y como Papa.
El padre Gutierrez y su teología de la liberación le hicieron mucho daño a la Iglesia en la acogida que muchos hicieron de ella, desnaturalizando el mensaje evangélico. Que Gutierrez haya sido sensible es una cosa, que haya obrado correctamente es otra. Cosa que no se revierte porque ahora consagrados y príncipes de la Iglesia, de frente o de costado, alaben al dominico y repudien a quienes no muestren las mismas simpatías por un evangelio ya no lleno de reivindicación social maexistoide, sino por uno "recargado en su lucha contra la exclusión", de corte progresista, llenos de todos y todas, de rechazo a la liturgia, de paganismo disfrazado de indigenismo, de relativización del aborto y de la eutanasia y del matrimonio, de banderas multicolor, de rechazo a la tradición y a los valores de cada nación en pos de una globalización de talle único y verdaderamenre fascista.
Ahora bien, ni un ápice de las verdades reveladas por Jesucristo se mueven por más que hoy tengamos autoridades eclesiales propensas más al aquí y no tanto al allá, por más que existan teoĺogos qué se olvidaron del reclinatorio, que abracen causas tal cual fueran funcionarios de unas simples oenegés, olvidándose de que estamos de paso y esperando el reino de Dios al cual le debemos culto y obediencia. La verdad es imperecedera y Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre.
No hay nada de liberación en la lucha de clases, de sexos o de cualquier antagonismo, así se trate de revestir o de conjugar con la teología.
COMENTARIOS