Carlos Adrianzén

Los gozos y las sombras

Un breve análisis de la actualidad económica peruana

Los gozos y las sombras
Carlos Adrianzén
27 de julio del 2020

Hoy 28 de julio del 2020 quiero iniciar estas líneas deseándole unas felices Fiestas Patrias a usted y su familia. Razones sobran para sentirse orgulloso de ser peruano. Ahora bien, el que en este aniversario número 199 de nuestra declaración de independencia política, no tengamos mucho que celebrar en materia económica, eso es otro cantar. Pero valorémoslo, aún en este plano, hay gozos y hay sombras. 

Una ponderación del corto plazo (el ¿cómo llegamos?) u otra del largo plazo (¿cómo hemos evolucionado) resulta algo extremadamente útil. Después de todo, como sostenía George Orwell, quien controla el pasado (los que se escribe sobre lo que habría pasado), controla el futuro (lo que hacemos hoy determina dónde estaremos mañana). 

Para empezar, seamos miopes. Ponderemos el corto plazo del 2020. Más allá de la indolencia y los garrafales errores de política económica del actual gobierno enfrentando la expansión de la pandemia del Covid-19 –con un shock burocrático que maximiza sus impactos negativos-; el panorama cortoplacista de la economía nacional se caracteriza por una gran sombra: su veloz y severo ingreso a una mega recesión. Pero hay gozos. A pesar de esto, la tasa de inflación doméstica es administrada razonablemente por el Banco Central de Reserva (a niveles internacionales); y el dólar local resulta fácil de controlar; dado que la demanda por divisas se mantiene estancada y los precios promedio de exportación persisten altos. En comparación a otras plazas perdedoras de la región, nos va aquí un poco mejor.

Lamentablemente las sombras aparecen en el lado fiscal. El déficit este año, según el ignoto delfín de la titular del Ministerio de Economía y Finanzas bordearía el 10% del PBI, complicando cualquier esbozo de reactivación. No nos sorprendamos. La aspiradora de recursos al sector privado y del exterior, estará encendida al máximo y por un periodo largo. En este ambiente, los dos drivers de la reducción de pobreza peruana en las dos últimas décadas (el comercio exterior y la inversión privada), están en caída libre. Con esto, el hundimiento del producto potencial y la tasa de informalidad alcanzan perfiles inquietantes. Dentro de este cuadro (con la proscripción de producir asociada a la cuarentena diseñada por los asesores ultraizquierdistas del gobierno) miles de firmas han desaparecido y millones de agentes económicos habrían transitado a los sectores informales. Podremos culpar al virus chino, pero lo cierto es que las altas rotación ministerial, corrupción burocrática y la falta de priorización del gasto estatal, resultan los tres desastres nucleares de la administración vizcarrista.

Así las cosas, el escenario resulta doblemente infortunado (por el lado de la explosión de la tasa de infección del Covid-19; que según fuentes oficiales ya habría alcanzado a uno de cada cuatro limeños; y por una recesión tan profunda que ya estaría quebrando todo registro histórico reciente); mientras está en pleno desarrollo. A esto agreguémosle decenas de arrebatos ideológicos del Congreso preseleccionado por Vizcarra. Un congreso que –a pesar de sus esfuerzos– todavía no llega a opacar la demagogia y el apresuramiento del ejecutivo. Fríamente, o culpando a las cifras disponibles si usted así lo prefiriese, resulta previsible que el bicentenario del 2021 nos encuentre bajo sombras aún más pronunciadas.

Si, buscando la perspectiva, ingresamos a ponderar los gozos y las sombras del largo plazo, podemos destacar dos planos. Hoy los peruanos consumiríamos más que nunca (el producto por persona es más de cuatro veces mayor que hace un siglo atrás); pero –en términos relativos– nos estamos subdesarrollando. Es cierto, hemos crecido mucho en términos absolutos (en dólares constantes a lo largo del último siglo el PBI se ha inflado más de noventa veces). Sin embargo, comparándonos con una plaza desarrollada - los Estados Unidos, por ejemplo- nuestro producto por habitante se hunde. Entre 1935 y este año, habríamos retrocedido alrededor de 12% del producto por persona de un estadounidense.

En el futuro, para celebrar con más gozos que sombras requerimos elevar severamente nuestra tasa de inversión per cápita y por décadas. Entendiendo que las naciones ricas no lo son por sus recursos naturales, pero sí por sus ideas económicas (respecto a la libertad y el respeto a la propiedad privada), el reto va en esa dirección.

¿Cómo lo superamos? Reconociendo que las dictaduras son tóxicas. No dibujan éxitos económicos persistentes. Y que, para que la democracia implique progreso, se requiere acotar los abusos de su burocracia (manteniendo un afilado respeto a las libertades políticas, económicas y a los derechos de propiedad privada). 

Estos son los planos opresores en los que hemos estado fallando por más de un siglo. Implican la romántica y demagógica plática del marxismo-mercantilista de los corruptos regímenes de Velasco, Chávez, Castro, Perón o Lula; y envueltos en discursos muy diferentes, del grueso de los regímenes latinoamericanos –democracias o dictaduras– del último siglo.

Carlos Adrianzén
27 de julio del 2020

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