Dante Bobadilla
Lo que queda de Chile
Chilenos protestan como si vivieran en Cuba o Venezuela
Ver a los niños bien de Chile destruyendo su propio país por el alza de pasajes del metro, es lo más patético que nos ha tocado vivir en la región. Lo de Venezuela se comprende y se sabía que iba a suceder, pero lo de Chile ha sido impredecible y es incomprensible. Lo más parecido que yo he visto a las imágenes que la televisión chilena nos muestran es una película de invasión zombie. Ahora más que nunca estoy convencido de que el socialismo es una enfermedad mental. No hay otra explicación para lo que ocurre en Chile.
Las turbas salvajes de la izquierda chilena aprovechan las libertades y garantías que les ofrece la democracia para perpetrar su vandalismo, convencidos de que no les van a disparar, como sucede en Venezuela o Cuba. Para colmo, esa prensa basura que hoy parece ser el patrón de la prensa en todas partes, apoya los desmanes y cuestiona la presencia de las FF.AA. en las calles. Y como siempre, los defensores de los DD.HH. están de lado de los violentistas. Chile es hoy un mundo al revés. Es el país más próspero de la región, pero la gente protesta como si viviera en Cuba o Venezuela. Y lo peor es que esta gente admira esos modelos.
Los mismos charlatanes de siempre han vuelto a llenarse la boca con las típicas frases de cliché con que condenan lo que llaman “neoliberalismo” y “desigualdad”. Esos que ven en cada indigente de Nueva York “el fracaso del capitalismo”, alaban a la dictadura cubana, donde más de la mitad de la población vive debajo del umbral de la pobreza. Quienes dicen que las protestas en Caracas son promovidas por la CIA, hoy alaban el “despertar del pueblo chileno”. Los que callan ante la crisis humanitaria en Venezuela, apoyan las “justas demandas sociales del pueblo chileno”, que vive en la sociedad más opulenta de la región. Nadie explica cómo es que una banda de desadaptados juveniles puede ser capaz de incendiar 76 estaciones del metro de manera coordinada. ¿Quién los organiza y financia?
Me aburre oír a mequetrefes de medio pelo explicando con aires de gurú que esto se debe a las “profundas desigualdades” y a las “contradicciones del sistema” que obliga a la gente a tener una tarjeta de crédito, a comprarse el celular más caro, a endeudarse más allá de sus posibilidades, etc. Todo es culpa del sistema. Los individuos solo son inocentes víctimas de un “perverso sistema consumista”. Seguramente estarían mejor utilizando una tarjeta de racionamiento provista por el Estado para hacer colas desde la madrugada por dos tarros de leche y un kilo de azúcar al mes, como ocurre en los paraísos socialistas donde prima la igualdad social. Y es que la única manera de lograr la tan cacareada igualdad en una sociedad es empobreciendo a todos y esclavizándolos. No hay otra manera.
Lo ocurrido en Chile es un reto para las ciencias sociales. Las de verdad, no las que venden el humo de la igualdad social. Habría que recurrir a la psicología de masas y hasta a la psiquiatría cultural. Sin duda acá hay una patología cultural que ya debería ser claramente señalada. Yo lo llamaría socialismo, a secas. No hay más explicación que una patología cultural. Que haya malestar en ciertos sectores no es nada raro. ¿En qué sociedad no hay algún tipo de malestar y reclamo? Pero nada de esto explica ni justifica lo ocurrido. De alguna manera se vincula con los fenómenos políticos y sociales que vive toda la región en estos días, como una especie de renacer maldito del socialismo del siglo XXI, al que creíamos derrotado y en retirada.
En Chile pasó algo similar al Perú después de Fujimori. La izquierda gobernó la mayor parte de la era post Pinochet y se fortaleció en todos los frentes. Como en el Perú, los intelectuales usaron la condena a la dictadura para sobresalir como demócratas cabales, adoctrinando a los jóvenes en el odio a esa era y a todo lo que se heredó de Pinochet. Obviamente eso incluye a todo lo que es hoy Chile como país. El segundo gobierno de la señora Bachelet puso el freno a la economía, que dejó de crecer al ritmo que necesita Chile. Para colmo, Piñera en su segunda gestión adoptó un programa progresista, comprometiéndose de lleno con la agenda climática. Las alzas de las que tanto se quejan son producto del giro hacia energías más limpias.
Lo más penoso ha sido ver a un Piñera derrotado, agachando la cabeza ante la turba salvaje y pidiendo perdón por algo que no ha hecho, para luego anunciar una serie de medidas populistas, incluyendo la confiscación del 40% del salario de los que más ganan, una medida que sí justifica salir a protestar con pleno derecho. Piñera ha caído en el error de creer que puede negociar con la turba salvaje y con la izquierda promotora de la violencia. Después del mensaje, los violentos piden más. Quieren la cabeza de Piñera. De hecho es un golpe de Estado perpetrado por las turbas salvajes alentadas por la izquierda. No podían tolerar un modelo de éxito que era un ejemplo de la región para el mundo. Había que destruirlo todo para probar que el liberalismo no funciona. Porque la izquierda no soporta el éxito. Eso es todo.
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