Lo pequeño sigue siendo hermoso

Siete de cada 10 peruanos son parte de un negocio iniciado en su propia casa

¿Cómo empezar? es la pregunta recurrente y temerosa entre quienes no quieren ver más la mirada vigilante de su jefe. ¿Cuántas habilidades estarán siendo mal valoradas, cuántas estarán siendo desperdiciadas, cuántas otras mal remuneradas, en climas laborales inconformes, sin satisfacciones, hasta de esclavitud en el siglo XXI?

Las empresas muy grandes cambian de dueño cada día en las bolsas de valores y, como todas, están donde hay dinero, por eso son impersonales. No se apiadan, ni se inmutan, cuando dejamos de serles útiles. Si las mineras atienden los pedidos de las comunidades no lo hacen por generosidad ni por alma filantrópica, sino porque es parte de la llamada inversión social, para apaciguar la animadversión latente contra los inversionistas.

Muchos pequeños empresarios se hacen alrededor de las mineras. Ser proveedor de una de ellas va más allá de un negocio de sobrevivencia. Esa es la ventaja de estar cerca de una, de saber lo que necesita y qué se puede hacer. Las escuelas de negocios aseguran que las pequeñas organizaciones mueven a las grandes. Allí están las contratas, “services” y la tercerización de todo lo que pueda permitir a miles de emprendedores salir adelante.

Si no se puede hacer un gran negocio por falta de capital o de habilidades extraordinarias o de algún impedimento insalvable, deje lo grande por esos pequeños negocios suficientemente grandes para las mayorías. Allí están las empresas familiares creciendo y desarrollando sus propias tecnologías y dándole rienda suelta a su imaginación. Negocios que después son fuente para otros nuevos iniciados por los mismos familiares, amigos o trabajadores con más ingenio, dedicación y experiencia.

Mucha inventiva está fuera del mercado no por temor al riesgo sino por las políticas de persecución y castigo de los municipios, convertidos en el enemigo principal del recurseo nacional. Defensa Civil es la piedra de tropiezo de los impetuosos que deciden su independencia económica. La seguridad y prevención son prioridades contra cualquier siniestro, pero cuando las normas se aplican por igual para los grandes y pequeños, son absurdas, difíciles de cumplir y lo encarecen todo. Las municipalidades en lugar de consensos y acuerdos, imponen reglas que matan lo pequeño rindiéndose a lo grande. A más permisos y regulación, el pequeño opta por ninguno. Así, la Sunat tampoco amplía su base tributaria. El absurdo llega al clímax al exigirles a jóvenes de 18 años - haciendo labores temporales de medio tiempo - certificados penales y domiciliarios. Los 300 soles que recibirán en ese trabajo se harán agua con esos gastos más el menú y la combi.

Siete de cada diez peruanos son parte de un negocio iniciado en el patio o la cochera de sus casas, con la chanchita familiar o la “junta” con vecinos y amigos. Son perseguidos en las calles y en la clandestinidad porque su mercadería huele a ilegal, se duda de la calidad.

Aún así, lo pequeño sigue siendo hermoso según el economista E.F. Schumacher. Cabeza de ratón y no cola de león. Estudiosos del mercado no pueden comparar su olfato con quienes tienen calle y la certeza de qué y dónde conseguir con poca inversión y esfuerzo. El ojo emprendedor no falla si el negocio es sustancioso. La competencia alimenta satisfacciones personales. En el camino, el emprendedor consolida sus potenciales y desaparece sus carencias, miedos y vergüenzas que antes lo ataban.

Por: Manuel Gago Medina
(15 - dic - 2014)