Darío Enríquez

Lima no necesita un sheriff ni un César

Respuesta a un insolente discurso contra Lima

Lima no necesita un sheriff ni un César
Darío Enríquez
03 de octubre del 2018

 

He seguido con cierta frecuencia —como parte de un ritual perverso— los escritos y discursos perpetrados por usted, Don César, desde las diversas tribunas que ha utilizado para lanzar sus coplas de mauvaise poésie. En muchos casos su disforzada irreverencia lograba despertar atención y hasta encender curiosidad en espera de una próxima entrega o aparición. Pero como nada es para siempre, en los últimos tiempos sus virtudes casi se han agotado, su frescura de antaño no asoma ni por azar y sus achaques de senilidad intelectual desbordan la memoria del abismo.

Su último panfleto contra Lima es indignante y excede cualquier licencia literaria o periodística. Merece no una sino muchas respuestas. Sin duda la gran megalópolis que llamamos Lima tiene innumerables problemas por resolver, otros que se enfrentaron mal y algunos más que probablemente no puedan superarse en el mediano plazo. No es que unos se resuelvan solos y otros nunca se resuelvan, como sentenciaba un flemático expresidente, pero algo de eso hay.

Usted puede dar algo mejor, pero prefiere no mirar más allá de la foto y opta por recalar en la crónica ligera. ¡Gran desperdicio! Lo que se puede observar en las periferias urbanas no son condiciones irreductibles. En muchísimos casos se trata de situaciones que forman parte de un proceso virtuoso, en el que un espacio urbano es autogenerado y autosostenido heroicamente por gente que lleva adelante su plan de vida en las más duras circunstancias. Un heroísmo real, no ese impostado heroísmo que pregonaba aquel falso profeta de los años veinte a quien llamaban “El Amauta”. En nombre de ese relato falsificado y empedrado de deshonestidad intelectual que proponía un falso heroísmo “sin calco ni copia”, hace exactamente 50 años, un proyecto autoritario militar tomó violentamente el poder en el Perú.

Una derecha anquilosada no supo enfrentar el reto de proponer alternativas, y menos aún de ejecutarlas, mientras otros sectores disputaban el funesto honor de ser “más revolucionario” que el otro. Entre 1968 y 1990, en menos de 25 años, el régimen instaurado por la dictadura —que Haya, Belaunde y García fueron incapaces de desarticular a fines de los setenta ni en los ochenta— destruyó a nuestro país como antes nada ni nadie lo había hecho —ni siquiera el enemigo invasor— hasta llevarlo al borde de la inviabilidad. Usted apoyó a ese dictador con alma, corazón y vida. Usted gritaba a voz en cuello en los años setenta: “Chino, contigo hasta la muerte”. Y de pronto ese “otro chino” se murió, y entonces usted quizás —no afirmo, pero sospecho— buscó otros amos.

Por momentos pienso que estoy siendo injusto con usted, pero recuerdo lo que acaba de publicar y se me pasa. Su ataque a la Lima de hoy y a los limeños de las zonas populares es infame. ¿Sabe? Cuando usted dice que “Lima no es una ciudad, sino un homenaje a la estupidez” me viene a la mente una imagen de la campaña electoral de 1990, en la que usted portando una banderita y una vincha, daba vivas a Mario Vargas Llosa. ¿Se acuerda?

Usted evoca una visión idílica de Lima antes del dictador Velasco. En el Perú de entonces, pese a todos sus problemas, no había pobreza extrema. Esta llegó cuando su “chino” Velasco destruyó lo poco bueno que habíamos avanzado con una reforma agraria hecha a patadas. Y los pobres extremos que creó su utopía socialista —vestida de verde olivo y botas opresoras, suya de usted— tuvieron que buscar refugio en las ciudades. Ninguna ciudad en el mundo está preparada para recibir tal cantidad de gente en tan poco tiempo, buscando un espacio donde poder refugiarse, huyendo del grosero embuste “revolucionario” que usted ayudó a montar. Pero esa gente supo hacer aquello que para usted es poco conocido: luchar por la vida.

Instalado en su cómoda torre de marfil, usted toma distancia de la realidad porque toda utopía socialista es alérgica a ella. “Porque no tenemos nada, lo podemos todo” fue el lema que movilizó a cientos de miles en Villa El Salvador; del mismo modo que sucedió en su momento con San Martín de Porres, la pampa de Comas, en Carmen de la Legua, en el extenso y pujante San Juan de Lurigancho, en San Juan de Miraflores y Villa María del Triunfo, en Collique y Lurín, en Huaycán y Manchay, en Ventanilla y Puente Piedra. Es cierto que el desborde popular empezó antes que su dictador militar preferido lo sometiera a usted y a su generación de “intelectuales de izquierda”, pero alcanzó dimensiones inmanejables con ustedes y gracias a ustedes. ¿Y así se pregunta impávido por qué no pudimos planificar una ciudad y permitirnos esta aberración? Le traicionó el subconsciente. La aberración que nos permitimos fue la dictadura militar socialista de Velasco y la recua de “intelectuales” que lo aplaudieron quemando incienso, postrándose de hinojos, sometiéndose a él., ¿Usted entre ellos?

En efecto, parece haber una vocación por el desorden y la clandestinidad en los peruanos. Pero eso se debe en gran parte a que hace medio siglo debimos adoptar prácticas de sobrevivencia para enfrentar las consecuencias del fracaso de su infame utopía. Lima y el Perú llegaron al espanto con la dictadura militar que usted evoca con tanto afecto y a la que usted sirvió incondicionalmente. Al menos tenga la dignidad de reconocerlo y no lance preguntas al aire, en forma despreocupada y en tercera persona, cuando debería hablar en primera y pedir disculpas: usted fue uno de los amanuenses de ese espanto.

¿Qué necesita Lima? Muchas cosas. Pero lo que no necesita es una gavilla de Barrabases mediáticos auto indultados que se creen Pilatos y se lavan las manos hablando en tercera persona. ¿Como usted? Sus propios habitantes han encontrado el camino para hacerse de un lugar en la megalópolis, desarrollando su propio plan de vida a despecho de políticos que en su mayoría no han cumplido sus obligaciones de servicio público. Una autoridad sagaz y competente debe acompañar a los ciudadanos en las soluciones que ellos mismos se han procurado, sin asumir la pose de iluminado mesiánico que viene a resolver mágicamente los problemas. Por eso la empatía toma fuerza, mientras la imposición es rechazada.

 

Darío Enríquez
03 de octubre del 2018

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