Miguel Rodriguez Sosa
Liderazgos europeos descarriados
En la UE hay crecientes disidencias respecto a Ucrania.

Los sucesos ocurren en forma vertiginosa, al punto que se los debe analizar como si fuesen del día y son en pasado reciente. Se reúne en Bruselas la Unión Europea para concertar lo que quiere ser un «plan de rearme de Europa» enfilado contra Rusia. Ursula von der Leyden lleva la voz cantante con el acompañamiento de Antonio Costa conduciendo a la burocracia que pretende llevar de las narices a los europeos a un escenario conflictivo que sólo puede tener dos resultados: uno, acentuar el estado de insatisfacción existente en el viejo continente en extensos sectores de población con necesidades de bienestar insatisfechas (servicios de salud y educación mal provistos, vivienda inadecuada, trabajo en infraestructura industrial en obsolescencia, crisis energética, agricultura en proceso de arruinarse por exigencias regulatorias ambientalistas, etc.); y dos, generar un ficticio clima de amenaza bélica que justifique maximizar el poder y la bonanza de la oligarquía europeísta. Una amenaza que, si fuera cierta, tendrían que enfrentar con sus vidas los ciudadanos europeos del común y no los miembros de la cúpula que, como ocurrió hace ocho decenios, se salvaron de compartir los horrores de una contienda armada.
La señora von der Leyden impávida demanda que la UE movilice la exorbitante suma de 800 billones de euros para rearmar Europa. Cierto que es necesario que el continente se haga cargo de un dispositivo de defensa que nunca puede ser descuidado, habiendo despertado bruscamente del sopor en que estaba sumido mientras a EE.UU. la defensa europea le costaba más de lo que a todos los países miembros de la UE. Es bueno que los europeos se hagan cargo del costo de su propia seguridad. Pero las circunstancias de la actual acuciante demanda de la mencionada funcionaria son, por decirlo de una manera elegante, falaces.
Rusia no pretende ni desea una guerra contra Europa. Alegar lo contrario es una cruda mentira desperdigada a partir de la intervención militar rusa en Ucrania luego de que el gobierno de Kiev incumpliera los acuerdos de Minsk del 2014, con la complacencia de la UE.
La verdad es que la UE, íntima del bloque OTAN hasta este año 2025 cuando Donald Trump asume el gobierno en EE.UU., se ha empeñado en contrarrestar la intervención militar rusa en las provincias de población mayoritariamente rusa de Ucrania y que se manifestó vía referendo por pertenecer a Rusia. Y para eso consiguió escalar en acciones bélicas con el poder militar de la Alianza Atlántica: una guerra de la OTAN-UE contra Rusia por interpósita Ucrania, en la que Trump ha decidido cesar, cuando menos suspender, la intervención de asistencia militar de su país y, en esas condiciones, es materialmente imposible que pudiera arribar a una victoria sobre Rusia.
Sin embargo, Volodimir Zelenski, la marioneta ucraniana de la OTAN-UE, prosigue su travesía mendicante acopiando en Europa un respaldo cuyo real objetivo es mantenerlo en el gobierno de un país desangrado y destruido para servir al interés de incorporar Ucrania a la OTAN y a la UE y así cercar a Rusia. Pero las cosas no resultan como se quiere. Trump ha descartado que EE.UU. apoye la incorporación de Ucrania a la OTAN y en la UE se manifiesta el temperamento mayoritario de valorar que Ucrania carece del perfil apropiado para formar parte de la comunidad europea por sus falencias de democracia e institucionalidad; tal vez pudiera aceptarse que se asocie a la UE con un estatuto muy disminuido y sin capacidad de voto. Una pigricia.
El presidente Vladimir Putin ha resaltado, frente a la efervescencia adversa en Europa, que Rusia nunca ha iniciado una guerra contra la región, que ha prevalecido ante agresiones y ha vencido a la invasión napoleónica y a la nazi. El mayúsculo poder militar de la Rusia actual es comparativamente muy superior al de esos tiempos y se puede entender como un delirio suicida la proclama del mandatario francés Emmanuel Macron, de ofrecer su dispositivo nuclear en caso de guerra.
Aun cuando una indeseable contienda no consiguiera involucrar los arsenales atómicos ruso y europeo –posibilidad muy remota– el debilitado aparato militar de países de la OTAN-UE como Alemania, Francia y Reino Unido no podría sostenerse contra Rusia sin el concurso decidido de EE.UU., que ahora se muestra, precisamente, decididamente renuente a comprometer su intervención. ¿Es acaso posible dudar de cuál sería el resultado?
Más todavía si se considera el escenario actual de rediseño del poder global entre grandes potencias. El hecho es que EE.UU. con Trump se esfuerza por fortalecer su soberanismo imperialista sin colisionar con el mismo proyecto de la Rusia de Putin, y cada uno con su propia zona de influencia. De este entendimiento innegable –a la luz de las conversaciones en Riad y en Estambul sobre la situación de Ucrania– se desprende objetivamente dos situaciones: una, que EE.UU. y Rusia han acordado resolver la cuestión ucraniana sin interposición determinante de la UE; y dos, que Trump ha conseguido edificar una relación con Rusia que la aparta de China, el tertius gaudens en el escenario imperialista, con el cual pueda dirimir sus fricciones en otro espacio que, parece, por ahora puede ser el de una «guerra comercial».
Nadie en su sano juicio apostaría a una deriva belicista en la tensa relación entre EE.UU. y China. Trump porque quiere sacar a EE.UU. de una trayectoria de 30 años de involucrarse en guerras directamente (Yugoslavia, Irak, Afganistán) o con participación proxy (Libia, Yemen, Siria, Ucrania, Gaza), mientras que China en todo ese tiempo no ha intervenido en un solo conflicto bélico. Mientras Trump alentando la paz mundial planea aumentar el gasto militar de su país en un orden inferior al 3%, Xi Jinping anuncia elevar el propio en 7,2%. ¿Alguien puede dudar de cuál parte tiene la ventaja?
La Comisión Europea, órgano ejecutivo principal de la UE, propone a los miembros de la comunidad que la primera parte de la enorme suma de 800 billones de euros para rearme sea aprobada con amaño, en vía del empleo de la cláusula de escape nacional de las reglas fiscales y que, por tanto, el gasto militar no cuente para el cálculo de deuda y déficit. Puede ocurrir también con un sistema de préstamos entre los socios comunitarios. Más audaz es la propuesta intentando incorporar al relanzamiento de la industria europea de defensa a socios extracomunitarios, como Canadá. Pero lo que se avizora muy mal es que para el fondo de defensa la UE pudiera hacer uso de los activos rusos congelados en Europa. Algo inaceptable para Moscú y claramente provocador. Peor todavía si el plan contempla la posibilidad de que los gobiernos europeos que lo deseen incluyan a Ucrania en las compras conjuntas o fabricación de equipos militares, si a eso se añade que la Comisión (von der Leyden) sugiere que los europeos envíen a Ucrania parte de las armas que adquieran o fabriquen, siguiendo el principio de «Cuanto más fuerte sea Ucrania, mejor para nosotros». No puede sorprender que, con este horizonte, la participación de Zelenski compartiendo mesa en cada reunión de la UE sea normalizada a pesar de que su país no es miembro y tampoco de la OTAN.
El entusiasmo «defensista» en la UE –más bien un ánimo armamentista y militarista– sin embargo dista de concretarse y parece que así seguirá luego de la reunión del jueves 6 de marzo en Bruselas. En la UE hay crecientes disidencias respecto a Ucrania. No sólo las manifestadas por la primer ministro italiana Giorgia Meloni contrariando abiertamente la agresividad del francés Macron, sino porque la comunidad debe procesar que el primer ministro de Hungría, Viktor Orban, siguiendo un guion de Washington, haya enviado a Costa, presidente del consejo Europeo, una carta pidiendo que no haya una declaración sobre Ucrania, arguyendo «diferencias estratégicas en nuestro enfoque sobre Ucrania que no pueden resolverse» y animando a la UE a iniciar contactos con Putin, como ha hecho EE.UU.. Es muy significativo porque permite advertir las grietas en la cohesión de la UE, que son manifestadas además por gobernantes o miembros importantes de la clase política de Eslovaquia, Polonia, Serbia, Turquía y otros.
Una definición de la UE respecto de Ucrania probablemente no sería consentida por los 27 miembros de la comunidad y eso determinaría su carencia de fuerza ejecutiva. En cuyo caso tal vez la UE adopte el temperamento de nombrar un representante del más alto nivel para participar en conversaciones de paz con EE.UU. y Rusia. Lo que, de suceder, retornará a Zelenski al tercer plano del escenario.
Pero lo más gravitante sería que las diferencias internas en la UE apunten a aplacar los arrestos belicistas de Macron y de von der Leyden, sumiendo en la opacidad desentonada a los augures de la Europa armamentista anti Rusia como el español Sánchez, el británico Starmer y el alemán Merz, corifeos del descarrío.
COMENTARIOS