Dante Bobadilla

Las reformas políticas

Una propuesta apurada, llena de errores y contradicciones

Las reformas políticas
Dante Bobadilla
06 de septiembre del 2018

 

Las palabras más usadas por los políticos son “cambio” y “reforma”. De hecho, son las que más he escuchado en mi vida desde esa remota mañana en que desperté en medio del desconcierto familiar, y vi a todos pasmados junto a la radio escuchando una voz grave y agitada que narraba los pormenores de un golpe de Estado, y que anunciaba una nueva era de cambios y reformas para el país. Fue mi despertar político.

Viví mi niñez durante el velascato escuchando la palabra “reforma” al ritmo de discursos inflamados. No hubo un resquicio de la vida que no fuera reformado por el delirio velasquista, incluyendo el lenguaje. Acabada la dictadura militar, la izquierda todavía trató de hacer realidad su sueño de tomar el poder por las armas mediante el terrorismo despiadado. En medio de eso, Alan García pisó el acelerador del socialismo y nos estrelló contra la crisis mortal de 1990. El Perú se hundía.

Las reformas de los noventa rescataron al país del desastre. Nadie daba un sol por el Perú. Estábamos quebrados y endeudados. El Estado no podía pagar ni su planilla. Los sindicatos se dedicaban a organizar paros, especialmente el poderoso sindicato bancario. Nadie nos prestaba dinero porque el Perú estaba en la lista negra de los morosos. A eso nos llevaron las grandes ideas y reformas de izquierda.

Hubo que hacer reformas rápidas o el paciente moría. En una democracia formal y engorrosa de dos cámaras legislativas era imposible hacerlas. Hubiéramos perecido a manos de Sendero Luminoso. Abimael Guzmán hubiera convertido al Perú en la Camboya de Pol Pot. O seríamos Beirut en medio de una guerra frontal entre el MRTA y SL por las ruinas del país. Esa era la perspectiva del Perú entonces.

Siempre me parecieron ridículas las condenas al golpe del 5 de abril. No soporto a los llorones de la “democracia perdida” o del “quiebre de la institucionalidad”, como si eso sirviera para algo en un país en ruinas. Todas las reformas afectan a alguien. Y habría que preguntarse quiénes salieron afectados por las reformas de los noventa para entender el odio que le tienen a Fujimori. Entre ellos están los viejos políticos echados del Congreso, la izquierda y los jueces sacados de un Poder Judicial corrupto, y que luego regresaron a juzgar a Fujimori. Todos ellos armaron la doctrina del antifujimorismo patológico que ha primado en los últimos años.

Las reformas de Velasco no obedecieron a ninguna crisis ni necesidad del país, sino a meros delirios ideológicos de moda y que se impusieron a la mala. Pero las de Fujimori sí estuvieron justificadas por la crisis terminal del país. De allí la diferencia entre las constituciones de 1979 y de 1993, pues obedecen a dos realidades divergentes: la de 1979 fue impuesta por la dictadura militar para consolidar las reformas estatistas que destruyeron al país. La de 1993 restituyó la sensatez, al menos en parte.

Hoy la crisis no es económica ni social, sino moral y política. La corrupción ha copado el Estado en tiempos de los más grandes luchadores anticorrupción que desfilaron por los estrados y las calles. Y resulta que ellos son los principales implicados. Este es el resultado de la demagogia de quienes saltaron a la política como salvadores de la democracia, la moral, la verdad y la memoria. Fue el retorno de una izquierda mendaz y fracasada, cuyo único objetivo fue la venganza y destrucción de lo que consideran su bestia negra: el fujimorismo y la Constitución de 1993.

La demagogia y la vendetta siguen encendiendo la atmósfera de la reforma que se anuncia en estos días. Carente de ideas y partido político, el presidente ha preferido armar el circo de la reforma apelando a la payasada del referéndum, con una propuesta apurada, llena de errores y contradicciones, bajo la asesoría de mediocres. Lo que prima ahora es la alharaca, la pose, el discurso inflamado y la amenaza de salir a las calles. No hay reforma posible bajo estas condiciones. Solo show.

Y lo paradójico es que quienes ahora levantan la bandera de las reformas son el resultado directo de la crisis política y moral a la que nos llevaron los falsos luchadores anticorrupción, incluso ya reciclados, que jugando al antifujimorismo se llenaron los bolsillos con coimas, contratos, estudios, asesorías y toda clase de fechorías. Todo este sector está deslegitimado para emprender reformas políticas y morales de lucha contra la corrupción. Ya basta de descaro. Es hora de que se vayan.

 

Dante Bobadilla
06 de septiembre del 2018

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