Carlos Adrianzén

Las políticas del hambre

Opciones de gobierno tremendamente populares, pero inconvenientes

Las políticas del hambre
Carlos Adrianzén
08 de abril del 2019

 

Desde los tiempos en los que se atribuyó al sabio Raimondi la metáfora de que los peruanos éramos una suerte de mendigos sentados en un banco de oro, muchas cosas han cambiado. Un porcentaje cada vez mayor de nosotros interioriza dos cosas. La primera es que no somos mendigos sentados en un banco de oro, porque no somos ricos y porque no somos tontos. No somos ricos porque nuestro producto por habitante es casi un décimo del de una nación rica.

Por otro lado, si estuviéramos sentados en un banco de oro (una abundante dotación de recursos naturales), la aprovecharíamos. Aquí vale la pena reconocer también que si bien nuestra dotación de recursos naturales es no despreciable, tampoco es comparable con la de naciones abrumadoramente dotadas de estos recursos, como Venezuela o Argentina.

A través de la segunda cosa ponderamos —cuando observamos el notable retroceso económico de la Argentina y nos impacta la debacle de Venezuela (hoy con ribetes de crisis humanitaria africana)— que la dotación de recursos naturales puede ser una maldición. Puede alimentar conflictos, voracidades políticas, errores de política sostenidos y puede hacer que las instituciones políticas se deterioren gradualmente en medio de políticas del hambre. Esas opciones de gobierno tremendamente populares (algunos lo llaman populismo), pero inconvenientes. Favorecedoras de la inflación del Estado, la corrupción burocrática y la irracionalidad económica, y donde —gradualmente— las crecientes trabas a la libertad terminan degenerando en regímenes genocidas como los actuales gobiernos de Cuba, Nicaragua o Venezuela.

Pero las políticas del hambre esconden sus garras al inicio. Se esconden en gobiernos que lentamente van reduciendo libertades económicas y, con ello, la inversión privada, el comercio exterior y el ritmo de crecimiento de la actividad económica. Y que van deteriorando instituciones, controlando financieramente a los medios y tolerando la corrupción burocrática afín a sus intereses, mientras nos distraen con sucesivas referéndum acerca de cambios de reglas políticas y la aproximación de temas tremendamente polarizadores como el aborto o la ideología de género.

Cabe reconocerse que a pesar de que estas políticas del hambre tienen efectos económicos negativos ampliamente conocidos, siempre son vendidas con una bonita envoltura ideológica. Estas políticas tienen sus aliados anestésicos. Regalan recursos polarizadamente, venden ideas románticas de justicia y redistribución del ingreso, y controlan los medios en forma consistente.

Tengámoslo en claro, aprovechar inteligentemente los recursos naturales no es una tarea fácil. Lo fácil resulta utilizarlos para consolidar regímenes de corte socialista (solo respeto la propiedad de algunos) y mercantilista (solo florecen determinadas empresas) que maduran fundamentando regímenes totalitarios. Regímenes que solo requieren polarizar, y a los cuales el progreso económico les resulta una contraindicación (por que requiere de institucionalidad capitalista y, lo que es peor, construye ciudadanos).

Una muestra de políticas del hambre descubre a:

  1. La inflación del Estado (más ministerios, entes estatales, empresas públicas) con sus regulaciones y presupuestos —y sus afanes de gastar más por todos los conceptos y medios—, dibujándose así el punto de partida del hambre.
  2. En este ambiente, el desmantelamiento de los incentivos anticorrupción burocrática (léase: la prostitución de la policía, judicatura y fiscalía) de la mano con reglas contradictorias, resultaron políticas clave para Castro, Velasco Alvarado o Chavez.
  3. Las moratorias de pagos de deuda externa son políticas típicas de estos gobiernos generadores de hambre,
  4. El control de fusiones (“coimisiones” al lado) y las barreras al libre comercio e inversión extranjera, resultan cruciales para enriquecer a burócratas y amistades del régimen.
  5. Los controles de precios, intereses, cambios y los subsidios generalizados, son parte del camino fácil para mantenerse políticamente preferidos, por un corto plazo. Pronto solo serán bastiones para la irracionalidad económica y la corrupción burocrática del régimen.
  6. La implementación de prácticas tributarias inestables y anti elusivas de corte marxista son una opción para mantener a los privados más que interesados en alinearse al poder.
  7. Un aspecto nuclear de las políticas del hambre implica la propiedad estatal de los recursos naturales. Bajo este régimen, queda claro que la burocracia es quien decide, mientras se asegura de ingentes recursos para sus prácticas populistas y fuerzas de represión cuando, como en Venezuela, estas resultan absolutamente necesarias. Lo usual es que la gente que vive en las regiones aledañas al yacimiento no registre mejoras porque la burocracia dilapida los recursos.
  8. Pero esto no es todo. Las creación estatal del hambre de su propio pueblo requiere muchas regulaciones arbitrarias (para borrar competitividades), finanzas inflacionarias (para gastar robando ahorros), licencias monopólicas estatales (para solventar las empresas públicas y sus botines), y un número abierto de irrespeto a la propiedad privada vía latrocinios (es decir, expropiaciones directas e indirectas).

Si, estimado lector, la dotación de recursos naturales puede ser una maldición si desde el gobierno se aplican, con retórica variopinta, estas políticas del hambre. Y también si, la actual administración de Vizcarra y su opaco presidente del consejo de ministros, luce tan cargada hacia la izquierda como para no darse cuenta de que su gobierno está aplicando —con necedad— una sucesión de políticas que, a pesar de su popularidad, serán indudablemente generadoras de hambre en el futuro de los peruanos.

 

Carlos Adrianzén
08 de abril del 2019

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