Manuel Gago

Las maldades de Vargas Llosa y Salaverry

Las maldades de Vargas Llosa y Salaverry
Manuel Gago
25 de septiembre del 2017

Anulan sus pergaminos y sus condecoraciones

La política, en lugar de ser un instrumento que facilite el entendimiento entre las personas y sus diversas posiciones, es un arma útil para aniquilar al adversario, sin importar si tiene o no razón, si ha cometido o no infracciones contra la ley, las buenas costumbres o la moral. Kenji Fujimori es buen hijo. Ha dicho claramente que su principal propósito es liberar a su padre de la prisión. Está abocado a la tarea. Así, de alguna manera, se ha puesto del lado del Ejecutivo, que tiene la sartén por el mango. No ha dejado de dar a conocer su posición contraria a Fuerza Popular en algunos temas. Y tiene razón cuando dice que sus colegas de bancada se hicieron congresistas gracias al ex presidente Fujimori. Negarlo es cinismo puro.¿Por qué, entonces, los congresistas de Fuerza Popular, que usaron la imagen de Alberto Fujimori durante la campaña electoral, ahora se desentienden del indulto al ex presidente? ¿Porque fue promesa de campaña de la llamada lideresa Keiko Fujimori, quien creyó que ganaría simpatías y votos de la izquierda y de los antis que odian por odiar?

Son tremendas las declaraciones frontales de Rolando Reátegui y Daniel Salaverry, congresistas de la mayoría parlamentaria. Si por el primero fuera, hace rato que el congresista Fujimori estaría fuera de Fuerza Popular; y el segundo hace referencia a Puñete, la mascota de Kenji en sus años de adolescente. Una canallada. Quienes nunca han militado en un partido político o no han tenido ningún acercamiento a uno de ellos deben saber que allí todas las bajezas, todas las miserias humanas conviven juntas, cultivándose entre ellas, sin espacios para las almas nobles y sinceras. El lugar menos indicado para hacer amigos; solo compañeros de ruta ocasional, socios de oportunidad y nada más. Algunos son como los perros que le muerden la mano al amo que los alimenta.

Se equivocan quienes creen que los títulos profesionales, los galardones, los conocimientos y experiencias convierten a las personas en sabias y honorables. Mire usted a Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura e intelectual reconocido por donde va. No deja de aguijonear constantemente al país con sus opiniones apartadas de la realidad y cargadas de odio irracional. Un hombre de su talla, de su magnitud como escritor, debería ser un guía en momentos de perturbación. Por el contrario, Mario Vargas Llosa es un elemento perturbador. Cizañero y mentiroso. Aprovecha su condición de galardonado para que otros pontifiquen cada una de sus palabras.

Vargas Llosa en lugar de buscar consensos y unidad, polariza. No mide las consecuencias de sus declaraciones, reducido él mismo a un simple contador de cuentos. Por sus años, por su vida colmada de logros y victorias, ya debería estar por encima del bien y el mal. Sus ojos deberían ver solamente la verdad y la justicia, apartados de resentimientos, frustraciones y derrotas, de esas miserias humanas que achican a los hombres. Pero no es así. "Ese señor debe cumplir su condena hasta el final", ha dicho el escritor español nacido en Perú, refiriéndose a Fujimori y su probable indulto. ¿Qué hombre justo tomará en serio sus declaraciones? ¿Qué gobierno civilizado atendería un pedido de esa naturaleza? ¿Quién en su sano juicio dejaría morir a un hombre en prisión, sea o no culpable?

Lo que pide Vargas Llosa no es justicia, es maldad. Y sabe que malvados siempre hay. Y sabemos que la maldad anula los pergaminos y las condecoraciones de cualquiera que se sienta ilustrado.

Manuel Gago

 
Manuel Gago
25 de septiembre del 2017

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