Eduardo Zapata
La vuelta de un ser de luz: Juan Biondi Shaw
Brillante intelectual, prolijo académico y un extraordinario ser humano

Se nos está haciendo una desagradable y socialmente perniciosa costumbre, pero deben haberse percatado de que expresiones como “buenos días”, “buenas tardes” o “muchas gracias” —solo por mencionar algunas— pareciesen expresiones lingüísticas en extinción. Digo “perniciosa” porque, entre otras funciones, el lenguaje es un instrumento para asegurar el contrato social. Para hacernos comunidad de humanos. Y obviar estas expresiones horada —desde un inicio— la vinculación mínima de aquel contrato. Aquella que debe haber entre seres individualísimos que debiendo institucionalizar confianza desde un principio, más bien la evaden. Como si tuviesen temor a establecer un elemental vínculo que genere empatía entre quien habla y quien escucha.
Cada vez más parecemos temerle al afecto. Nos contentamos con la moderna “conectividad”. Pero esta no es sinónimo de comunicación; y una sociedad anafectiva termina por ser un conglomerado de soledades, mas no una comunidad de seres humanos, como lo adelantamos. Para decirlo también en referencia a aquellos que legítimamente piensan en los negocios y el dinero: sin confianza no hay tales. Menos en un mundo global donde la competitividad nos obliga a ser no solo transparentes, honrados o eficaces proveedores; sino que nos exige —y nos exigirá cada vez más— tender alianzas estratégicas basadas en todo ello. Sí, pero donde subyace y subyacerá la palabra confianza y donde —lo hemos dicho también— esta no se logra cohibiendo el afecto.
Tenemos temor a ser vistos “interiormente”. Sin embargo, en las redes sociales nos solemos desnudar con la mayor facilidad ¿Acaso creen que hoy alguien que los quiera contratar no le pega una mirada atenta a su Facebook o a su Twitter incluso por encima del propio CV? Podría y debería ser materia de otro artículo. Donde psicólogos y sociólogos —y aun neurólogos— tendrían mucho que decir. Pero dejémoslo estar por el momento. Me gusta poner las cosas en contexto y solo ese era mi interés.
Somos una sociedad que expresa a gritos la falta de afecto y esquizofrénicamente somos a la vez una sociedad que lo vamos negando sistemáticamente. Digo todo esto porque constatamos muchas costumbres periodísticas dedicadas más a la diatriba que al reconocimiento. Y aquí, en esta nota, debo subrayar nombres propios y empatía, afecto y confianza. Lo siento por los amantes del circo.
Ocurre que un amigo común —Juan Biondi Shaw— tuvo un accidente. No hay necesidad para muchos de los que lean esta página subrayar quién es él. Brillante intelectual, prolijo académico y un extraordinario ser humano. Lo que yo llamo un “ser de luz”, que ilumina a quien se le acerca, pero jamás pretenderá ser figura en un homenaje pasajero o caer en el halago fácil e innecesario para él. Jamás ha buscado aquello.
Y ocurre que dos personas concretamente han contribuido a que Juan esté superando momentos difíciles. Iván Hidalgo Romero, Coordinador Académico del Instituto de Gobierno y Gestión Pública de la Universidad San Martín de Porres, y la Dra. Nancy Luna, por encargo especial de la Dra. Fiorella Giannina Molinelli Aristondo, presidenta ejecutiva de ESSALUD. No conocen a Juan, no persiguen nada de él, pero acaban de dar una hermosa lección de solidaridad desinteresada y —entre ambos— nos han devuelto a ese ser de luz que, por cuestiones de la vida, parpadeó ante ella.
Agradezco las expresiones de afecto sincero hacia mí en las redes sociales. Pero no era yo el afectado. Era un ser superior a muchos de nosotros que recibió la desinteresada ayuda y compañía de dos seres humanos que otros dejaron solo en palabras. Sabiendo lo que había de por medio. A Iván lo conozco de tiempo. No me sorprende su actitud. A la Dra. Luna, a quien ni siquiera conozco personalmente y ojalá tenga la oportunidad de hacerlo, quiero subrayarles lo que han hecho: no solo impulsar a alguien valioso, sino darnos un ejemplo de que debemos volver al afecto perdido.
Sé que hay más Juanes, Ivanes o Nancys entre nosotros. Con ellos podríamos construir un país verdadero porque simplemente confiaron. Y, lo repito, fueron humanos. Me disculparán si los menciono, pero cuando más se difunde la desconfianza en una sociedad, es el momento oportuno para subrayar que hay razones para creer y vivir. ¿O cree usted que sus hijos merecen vivir en un mundo signado por la anafectividad?.
Dejo para el final el nombre de Eugenio D’ Medina. Hosco para muchos, creyente devoto en sus creencias, pero ante todo un amigo que hizo posible tanto.
Gracias a todos.
https://www.facebook.com/EduardoZapatayJuanBiondi/
Foto: Luis Cáceres
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