Manuel Gago

La verdad de la mentira

La mentira tiene firma, sello y huella digital

La verdad de la mentira
Manuel Gago
21 de mayo del 2018

 

Mi padre solía decir que es mejor un mal arreglo hoy que un buen juicio nunca. Lo decía en referencia a los procesos judiciales que con el tiempo agotan físicamente y económicamente a las partes encontradas. Procesos que aquí duran toda una vida, hasta por quítame esta paja. Y los litigantes sin la fortaleza suficiente para ceder frente al otro para terminar el conflicto. ¡Qué vergüenza admitir una equivocación o falta! Procesos judiciales que se inician con dos o tres folios de acusaciones y defensas, y que terminan en tomos de cientos de folios y documentos conteniendo falsedades y medias verdades. Pruebas y testimonios de parte obtenidos por intermedio de prebendas e intereses personales. Es decir, la verdad arrinconada, manipulada, oculta, trastocada, herida, aplastada, ninguneada, sin valor.

La gran evolución de las comunicaciones le ha dado voz a las masas desorganizadas y desconcertadas. Por las redes sociales, cada quien alega su verdad concordante con la corriente de las multitudes para no ser víctima de bullying público. Redes convertidas en el gran distorsionador de la verdad. Y los medios de comunicación acudiendo a ella alegremente cada día para mostrar la “realidad de la sociedad.  

Ni la escuela pública ni la privada, ni el hogar funcional ni el disfuncional inculcan a los niños el valioso sentido de la responsabilidad. No se enseña la obligación moral de asumir las consecuencias de los errores como un acto de alta dignidad.

No hay padre de familia ni profesor transmitiendo a los estudiantes la posibilidad de perder y ser vencido. Todo apunta a ganador, a ser exitoso y competir de manera desalmada por lo que sea.

Los medios de comunicación se han encargado de expandir la cultura de la justificación. La gente está acostumbrada a trasladar con el mayor desparpajo sus responsabilidades a otros. No asumen sus errores con esa entereza firme de los héroes de las historias épicas. Por el contrario, culpan a otro de sus actos. Por ejemplo, si un niño se accidenta en la escalera, lo padres culpan a las barandas instaladas en las escaleras, sin responsabilizarse del cuidado permanente de sus hijos. Y siempre hay uno alentando en favor de la irresponsabilidad.

No oímos de protagonistas de auténticas valentías. No hay uno como la autoridad británica que renuncia al puesto por unos segundos de tardanza o como la autoridad japonesa pidiendo perdón por el error en el horario de los trenes. Perú está saturado de justificaciones absurdas, torpes y estúpidas que hasta son pontificadas por el extremismo intolerante que gobierna las redes sociales. Al Qaeda e Isis tendrían un gran ejército de irracionales por aquí. Fanáticos desaforados e histéricos defendiendo lo indefendible sin darse cuenta. Abogados haciéndoles creer a sus clientes que tienen la razón, que después de una sentencia firme y consentida todavía hay un “recurso para validar una “verdad que, en verdad, es una mentira.  

En Perú la mentira es una verdad con firma, sello y huella digital en los documentos. Un almuerzo con el juez o con el secretario del juzgado también basta. Tecnicismos, procedimientos y normatividad destrozan las verdades frente a la abundancia de las mentiras.  

En Alemania, Austria y Suiza, países de ascendencia luterana, la verdad es un valor inalterable. Vale un testamento escrito en cualquier papel si tiene una firma, y ni el juez ni nadie extiende una copia firmada acusando recibido. Además, allá un juez no es un vecino cualquiera que convida a cualquier amigote a su cena de cumpleaños.

 

Manuel Gago
21 de mayo del 2018

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