Martin Santivañez
La supervivencia del saavedrismo
La educación como instrumento de una ideología concreta

La crisis de la educación peruana es incomprensible sin el saavedrismo. El saavedrismo es una corriente política e ideológica que adquiere fuerza durante la gestión del ministro Saavedra, en dos sucesivos gobiernos. Se trata de la versión educativa del pacto socialdemócrata-liberal cuyo objetivo es la instauración de un régimen de pensamiento único. Para ello es imprescindible que el Estado sea fortalecido y crezca, generando un movimiento burocrático y regulador capaz de dominar la mayor parte de los espacios de libertad que la sociedad posmoderna mantiene. El viejo temor liberal clásico a la expansión del Estado, el miedo a la posibilidad de un dios mortal (Leviatán), se enfrenta al anhelo político de los defensores de un Estado que ha de convertirse en el instrumento político de una ideología concreta. A más Estado, mayor penetración ideológica, piensan los saavedristas.
Bajo el pretexto de una modernización tecnocrática, el saavedrismo apostó por tres vectores ideológicos: la reforma de la administración de la educación mediante la introducción de criterios economicistas, la introducción de la ideología de género y la formación de una nueva memoria histórica fuertemente sesgada. Bajo el paraguas de esta reforma tecnocrática los cuadros del saavedrismo coparon el Ministerio de Educación y buscaron de manera consciente aplicar su programa político disfrazándolo de modernización estatal. La partitocracia fue incapaz de reconocer el elemento ideológico, enredada como estaba en sus pequeñas tácticas de supervivencia, y el apoyo del mercantilismo educativo sostuvo al ministro por varios años. Sin embargo, el evidente sesgo socioliberal del saavedrismo fue rápidamente identificado por los padres de familia católicos y cristianos. Fueron ellos los que señalaron primero y mejor los peligros de la ideologización educativa y del estatismo interventor.
Esto no es de extrañar. La experiencia religiosa está acostumbrada a señalar el peligro de las herejías y ciertas ideologías tienen una matriz herética. Toynbee, por ejemplo, señaló el paralelismo marxista con las viejas herejías. Y la ideología de género tiene una clara raíz gnóstica. La antigua serpiente se manifiesta en el supuesto conocimiento iluminado y liberador que una élite escogida debe transmitir al mundo para liberarlo de las ataduras de la realidad. El gnosticismo político es transversal a varias ideologías posmodernas (conviene estudiar el carácter religioso de las modernas filosofías políticas, como lo hizo Eric Voegelin) y “el asesinato de Dios” es el lazo que une al movimiento estatolátrico con la ideología de género.
Por eso el enfrentamiento entre el cristianismo militante peruano y el saavedrismo se ha transformado en una guerra sin cuartel. Se trata de dos cosmovisiones excluyentes que parten de una radical oposición. El cardenal Robert Sarah ha sintetizado la historia de este conflicto: o Dios o nada. Saavedra se fue, pero el saavedrismo supérstite mantuvo su poder incólume en las gestiones de Martens y Alfaro. El breve interregno de Vexler fue insuficiente para desmontar su maquinaria. Hoy, Flor Pablo es la cuarta espada del saavedrismo y el conflicto ha entrado en una etapa definitiva, pues se han expuesto los resultados palpables de los tres vectores saavedristas: ineficiencia en la gestión, manuales de dudosa moralidad y una narrativa izquierdizante. Con esto tiene que lidiar el Perú.
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