Hugo Neira

La serena aventura de José Miguel Oviedo

El gran crítico peruano recién fallecido

La serena aventura de José Miguel Oviedo
Hugo Neira
22 de diciembre del 2019

 

Que he relatao a mi modo,
males que conocen todos
pero que naides contó
   —Martín Fierro

 

Se forma en la Universidad Católica del Perú. Se doctora en 1961. Y comienza su vida docente en la misma Universidad, lo cual es raro. Oviedo tuvo éxito desde sus primeros pasos. Lo recuerdo en el momento en que ejercía la crítica literaria en diversos medios de prensa limeños. Lo atrajo la narrativa, al punto que escribe un libro de cuentos. Y también en el teatro, Pruvonena, un drama en tres actos, sobre las disputas en el momento de la Emancipación. Pero pronto se dedica al estudio de la literatura peruana, y hay que anotar que también sobre la literatura latinoamericana. Según se sabe, que también en plena juventud, viaja a los Estados Unidos, trabaja en diversas universidades, y es en la universidad de Pensilvania donde se establece como docente e investigador. 

En el momento que nos conocimos, teníamos en Lima un personaje excepcional, mayor que nosotros. Hablo de Sebastián Salazar Bondy. Intentamos una que otra revista, pero en vano, no pasábamos del primer número. Sin embargo, no podemos decir que no se le reconoció talento antes del gran salto a la América del Norte. Oviedo ha dirigido la Casa de la Cultura en el Perú de 1970 a 1973. O sea, el cargo más alto en el Estado en esos tiempos, el equivalente de un  Ministerio de Cultura de estos días. Sebastián era nuestro Sartre. Escritor y político. Con el tiempo, y lejos del Perú, en lo físico, no en su oficio de erudito literario. Hoy se conoce que Oviedo escribe sobre César Vallejo, Ricardo Palma y Mario Vargas Llosa. 

La serena aventura intelectual y existencial de Oviedo no se ocupa solo de la literatura peruana. Su obra en cuatro volúmenes, titulada Historia de la literatura hispanoamericana, es publicada entre 1995 y 2001. Si escribo esta nota, aunque no pueda eludir el hecho que se ha muerto, es para recordar una obra monumental. No es un trabajo corriente, y a diferencia de otros eruditos, un contexto histórico y social acompaña cada autor, corriente literaria o moda o capricho. Para hacerme entender, abro el primer tomo, titulado "De los orígenes a la Emancipación". No solo del Perú, sino de eso enorme que llamamos Latinoamérica.

Parte Oviedo de Colón y el legado de las literaturas indígenas, los códices de la lengua náhuatl,  y nezahualcóyoc y su poesía de la mortalidad. Y la literatura maya, el Popol Vuh, los libros del Chilam Balam, y de ahí pasa a la literatura quechua, desde las cosmogonías a la poesía amorosa. Además, se ocupa de Colón y de sus diarios, y sobre el XVI, entre «libertad y censura», desfilan los textos y el entendimiento de Bartolomé de las Casas, de López de Gómara, y los cronistas indios y mestizos de México, y los cronistas del Perú. De olvidarse de alguna lírica o épica, se ocupa de la Araucana, de Chile. Y hacia las páginas 200, del Inca Garcilaso y «el arte de la memoria», y  luego el barroco, Sor Juana en México y en Perú, la virulencia de Caviedes. Y eso no es todo, cuando ya se establece el neoclasicismo y el romanticismo, hay páginas sobre el sueño de Bolívar, y las aventuras de Miranda, la poesía cívica de Melgar, y sin duda, al gran Bello, un sabio lingüista, que por cierto, hemos olvidado. 

Los estudiosos sobre la literatura del conglomerado llamado América Latina, rara vez se dan el trabajo de mirar por encima de la jaula patriotera. Oviedo no necesitaba ser argentino o porteño para ocuparse de Echeverría, Sarmiento, las polémicas de Alberdi, y otros hasta llegar al Martín Fierro, «aquí me pongo a cantar, al compás de la viguela, que el hombre que lo devela, una pena estraordinaria, como el ave solitaria, con el cantar se consuela». 

¿Y cual sería el mal o los males de nuestro tiempo? No dudo ni un segundo en responder esa cuestión. Se llama provincianismo. La generación del primer Centenario de la Independencia, ese grupo excepcional del Conversatorio —Basadre, Vallejo, Porras, y sin duda alguna, José Carlos Mariátegui—, era gente que no pasaba de los veintitantos años, pero ya sabían que había que salir al mundo exterior. Al joven y provinciano Vallejo, se rieron de sus poemas, Los Heraldos Negros, y Vallejo se queda para siempre en el viejo continente. Porras se sirve de su estadía en España para ir a los archivos de Indias que están en Sevilla. En París recibe un consejo, de nada menos que de Max Uhle, fundador del Musée de l’Homme, «que estudie también los cronistas indios», y Porras se ocupa de Guamán Poma de Ayala.

En otros campos del conocimiento ¿podemos imaginar un Haya de la Torre sin la experiencia adquirida en su exilio mexicano, luego en Oxford, luego en la Alemania de la República del Weimar y luego, en la Rusia bolchevique, antes que se establezca Stalin? Y que, ¿un Mariátegui sin su «alma matinal», en Francia, en Italia, «donde desposé una mujer y algunas ideas»? (Más o menos, escribo a calamo currente). Los García Calderón no regresaron. Manuel González Prada se va de Lima en 1981 a 1989. Valdelomar se hace cosmopolita puesto que su metamorfosis le ocurre en Italia, aunque lo conocemos por El caballero Carmelo. ¿Un cuento de costumbrista o el elogio universal al luchador?

En nuestro tiempo, el casi inevitable viaje al mundo europeo de ayer, no resulta tan drámatico, se va y se viene. Pero ¿dónde colocar a César Moro? Estudia en el colegio de los jesuitas, viaja a París, descubre el surrealismo, vuelve al Perú, en 1938 tiene que irse, son diez años en México y La Tortuga Ecuestre. Otro diez años después, docente en un colegio militarizado, el Leoncio Prado, donde lo conoce Mario Vargas Llosa. Acaso entre los creadores, hay algo en común, la errancia.   

Me explico: la errancia es un proceso de uniformalización engendrada por el pensamiento técnico y científico, y es Heidegger quien sugiere que es el evento mayor de los tiempos modernos. Pero no lo aplaude. Vio la norteamericanización de nuestros días. Eso lo vio en los años treinta. Y hoy no hacemos sino constatar visiones insólitas, la errancia como  fenómeno, ¿una anunciación de metamorfosis de diversas sociedades? 

En fin, algún día volverá la sensatez en las escuelas secundarias del Estado y se estudiará no solo literatura peruana sino latinoamericana. Y entonces, los cuatro volumenes de José Miguel Oviedo brillarán  por sus propias luces. Por ahora, ojalá lo reediten para escuelas públicas. Una manera de aplaudir al amigo que se fue y, de paso, mostrar cómo se lee, se critica y se admira. Así de sencillo y así de eterno. Trucos del oficio de escribir.

Hugo Neira
22 de diciembre del 2019

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