Rafael de la Piedra
La Sábana Santa de Turín
Un ícono escrito con sangre, entre la muerte y la vida
La muerte siempre fue una visitante inesperada; sin embargo, la dolorosa realidad de la pandemia mundial nos ha acercado demasiado a esta señora no querida. La realidad del dolor —desgraciadamente creciente en estos tiempos— también está presente con un protagonismo lacerante. Todos tenemos o hemos tenido un familiar o amigo con covid y que, lamentablemente, ha fallecido.
Eso nos emplaza a una realidad nueva e inmanejable: el dolor y la muerte. Y entonces descubrimos que hay diversas facetas del dolor humano y que es un estado realmente misterioso: lo conocemos, pero siempre hay algo más por conocer. No lo podemos abarcar y mucho menos dominar. Se nos escapa de las manos. C. S. Lewis decía: “El dolor insiste en ser atendido. Dios nos susurra en nuestros placeres, también nos habla mediante nuestra conciencia; pero en cambio grita en nuestros dolores, que son el megáfono que Él usa para hacer despertar a un mundo sordo”.
Entre esos diversos aspectos del dolor humano están el físico, el psicológico y el espiritual. Como escribía un amigo: “¿Cómo hacer para que Él me oiga? ¿Rezar? No basta, no. Tendría que haber otro conducto que nos permita preguntarle por qué de tantas desgracias, una tras otra, como si se tratase de la única manera de someternos a la verdad, a creer sin haber visto. Lo atosigante es la forma: expuestos al dolor, al llanto, al miedo”.
Entonces, emitimos un grito al cielo hasta rozar con la afonía: “Elohim, elohim, lama sabachthani” –Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado–. Es el grito que nos recuerda la humanidad de aquel que no debió morir, Jesús de Nazaret, y que nos habla del abandono del Padre.
¿Cuánto sufrió Jesús en su agonía? ¿Podemos llegar a saberlo? ¿Cómo fue su agonía final? ¿Realmente sufrió como hombre? Y ante estas preguntas tenemos los caminos de la fe y de la ciencia. Podemos leer los relatos de los evangelios y hacernos una idea muy clara a partir de lo que sus amigos y testigos han podido recordar sobre lo que padeció el maestro de Galilea. Pero también tenemos un objeto que nos puede introducir de manera insospechada y científica a esta realidad: el manto de Turín.
Estamos hablando de una tela que se encuentra desde 1578 en la Catedral de San Juan Bautista de la ciudad de Turín, al norte de Italia. Es una tela enorme de 4.41 m de largo por 1.13 m de ancho, que presenta quemaduras, manchas de agua, manchas de sangre y la imagen de un crucificado con todas las características y detalles que leemos en los evangelios acerca de la pasión y muerte de Jesús.
Es una tela mortuoria que ha envuelto a un hombre desnudo que ha sido torturado, flagelado, golpeado y, finalmente, crucificado, pero que no presenta ningún signo de descomposición física. Es decir, ha permanecido envuelto no más de 36 horas y las manchas de sangre —arterial, venosa e hipostática— calzan perfectamente donde anatómicamente tienen que estar.
Esta misteriosa tela apasionó a la ciencia desde que en 1898 se tomó la primera fotografía de ella, revelando así que la imagen tenue que se ve directamente se comporta como un negativo fotográfico perfecto, revelando datos realmente insospechados.
Luego se han descubierto en ella polen (casi el 80% de plantas que solamente crecen en Palestina), áloe y mirra (sustancias aromáticas para embalsamar cadáveres según las costumbres judías), polvo aragonito (un carbonato cálcico que se encuentra a las afueras de la ciudad de Jerusalén) entre otros sorprendentes hallazgos. Tal vez el análisis con resultados más sorprendentes fue el que hicieron John Jackson y Eric Jumper, físicos asimilados a la Fuerza Aérea norteamericana, quienes descubrieron en 1977 que la imagen tiene información ¡tridimensional!
Finalmente, lo más impresionante de este cuerpo de un crucificado, totalmente desgarrado, con más de 5,000 puntos de sangre y 1000 marcas de algún tipo de azote, es el rostro sereno de aquel que ha sido capaz de enfrentar y vencer a la enemiga más cruel: la muerte. Benedicto XVI, en su visita a la ciudad de Turín, nos dijo: “La Sábana Santa es un icono escrito con sangre; sangre de un hombre flagelado, coronado de espinas, crucificado y herido en el costado derecho. La imagen impresa en la Sábana Santa es la de un muerto, pero la sangre habla de su vida. Cada traza de sangre habla de amor y de vida. Especialmente la gran mancha cercana al costado, hecha de la sangre y del agua que brotaron copiosamente de una gran herida provocada por un golpe de lanza romana, esa sangre y esa agua hablan de vida”.
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