Jorge Varela
La República autoritaria
El colectivismo justicialista de Platón

¿Qué significa ser republicano? En primera instancia parece pertinente preguntarse: ¿qué es la República? La república, la cosa pública (res publica) –aquella esfera de los asuntos públicos– es de antigua data. Sus antecedentes se retrotraen a una época de los griegos (siglo IV a. C.) y de la vieja Roma, antes de que esta polis fuera imperio. A través de la historia, de sus avances, retrocesos y percances, se instauró una modalidad de convivencia política que permitió normar dichos asuntos y deberes.
Con Platón comenzó a encenderse la idea de Estado: una forma organizacional de gobierno que requeriría siglos de largo recorrido para evolucionar y devenir en eso que se conoce como democracia, un sistema mínimo de consenso y libertad, aunque la República con división de poderes –la cercana a nuestros tiempos–, se inicia cuando el pueblo se levanta contra el régimen monárquico absolutista existente en Francia y reclama la abolición del derecho divino de los reyes (año 1789); de esto hace ya más de dos siglos, gracias a hombres como Montesquieu, Rousseau, Voltaire. No obstante la gran República libertaria, justa y buena continúa como una tarea pendiente, pese al aporte de tantos y tantos.
Un Estado gobernado por filósofos
Platón propuso su idea de República sobre cimientos de justicia: un Estado sostenido por ‘la idea de Bien’, un Estado ideal fundado en la justicia, la virtud y el saber. El asunto es que descuidó empotrar las columnas básicas de la libertad en roca firme.
En sus diálogos postuló a través de Sócrates que: “La ciudad perfecta no se logrará a no ser que los filósofos sean puestos al frente del gobierno”. “Si los ciudadanos aún no están convencidos del valor de los filósofos ¿cómo se conseguirá que modifiquen la educación de los niños, sin lo cual no podrá forjarse el gobernante ideal capaz de llevar a cabo, en primer término, esa reforma educativa?”. Sócrates arguye que bastaría con arrebatar a sus familias y confinar en el campo, lejos de toda influencia extraña, a los niños y jóvenes mayores de diez años, y de este modo el cambio se haría de la forma más fácil y rápida, pero este bienintencionado secuestro a gran escala tampoco parece algo muy factible. Quien comenta y resume estas contradicciones es Glaucón, -hermano de Platón-: “Creo, Sócrates, que has explicado perfectamente cómo se llevará a cabo ese Estado, si alguna vez llegara a existir”. La República se presenta pues, como una utopía política autoritaria, en la cual la comunidad política permanece sujeta a una clase gobernante aristocrática de la virtud y del saber. (“El Pensamiento político de Platón”, Benito Sanz Díaz, Universidad de Valencia, España, 2010)
La República de Platón
Esta concepción platónica de una sociedad única de carácter utópico o Estado ideal, oculta varios aspectos controvertidos de un nebuloso pensamiento antidemocrático. Es lo que señala el juicio macizo de Bertrand Russell, quien sostuviera que Platón fue hábil para disfrazar los planteamientos antidemocráticos de tal forma que engañaran a las generaciones futuras. (E. A. Dal Maschio, “Platón. La verdad está en otra parte”, Batiscafo, España 2015)
Desde esta perspectiva russelliana, ¿es convincente una comunidad política en la que existía la censura, el adoctrinamiento, la eugenesia y había relaciones deshumanizadas?; ¿es posible que ella sea la luz unidireccional que alumbre la convivencia del ser en mundos futuros? ¿Puede calificarse de libre a una comunidad -como la descrita- donde a sus miembros se les aplicaba un listado obsceno que iba desde la mentira, -la doctrina impuesta-, hasta la selección de la raza?
Entre las propuestas relacionadas con la selección racial hay algunas tan inhumanas que no parecen surgidas de un filósofo amante de la verdad y supuestamente de la justicia. Por ejemplo, Platón postulaba lo siguiente: “es preciso, según nuestros principios, que los mejores individuos de uno y otro sexo se relacionen entre sí las más de las veces, y los inferiores con los inferiores; además, es preciso criar a los hijos de los primeros y no a los de los segundos, si se quiere que el rebaño (la muchedumbre) no degenere”. (Platón, “República”, 459e) A los niños que presentaban algún defecto se les dejaba morir o se les arrojaba desde lo alto del monte. La vida estaba regida por un código legal y moral inflexible que sometía la existencia del individuo a la supervivencia y estabilidad de la ciudad-Estado.
¿En qué se fundamenta la esencia republicana?
¿En que el rebaño no degenere? Es lo que explica la cascada de preguntas contingentes que surgen hoy: ¿quiénes son republicanos al modo de Platón? ¿Los que se declaran tales sin saber por qué, o aquellos que abominan de ese concepto? ¿Los que destacan el valor del ciudadano o aquellos que justifican lo colectivo-despótico? ¿Los sostenedores de la autonomía circunscrita o aquellos que se amparan en la hegemonía autoritaria del Estado? ¿Los defensores de la libertad individual o aquellos que otorgan prelación a la igualdad?
¿Alguien conocía a fondo la verdadera esencia del Estado ideal de Platón? ¡Qué decepcionante! Este constructo autoritario anquilosado anterior a la era cristiana es la gran propuesta colectivista-justicialista que después de varios siglos todavía suscriben y comparten viejos profetas del totalitarismo y su séquito de jóvenes aprendices autocalificados de progresistas hegemónicos. Y también –lamentablemente– muchos liberaloides perdidos en medio de callejones estrechos sin salida.
Quizás todavía no nos hemos percatado que esa República soñada murió y sería oportuno enterrarla. Era conocida como ‘platónica’.
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