Martin Santivañez
La muerte de Danton
El sentido común siempre vence al terror
Famosa es una vieja lámina de propaganda inglesa titulada “Robespierre guillotinando al verdugo después de haber guillotinado a todos los franceses”. Robespierre era conocido como “El Incorruptible”, Pero era un hombre peligroso por su radicalismo. En su implacable despliegue de terror, Robespierre logró unir a todas las fuerzas de la Convención francesa en su contra. Era un personaje radical y maniqueo. El gran Pedro J. Ramírez ha dicho que su fórmula era dos cucharaditas de terror disueltas en la leche de la virtud.
En efecto, fue Robespierre quien convirtió la Revolución francesa en el reino del terror jacobino. Para Robespierre lo único importante era la supervivencia de sus partidarios. Nadie más merecía vivir. Para los jacobinos de todos los tiempos todos son culpables, especialmente los enemigos. Los revolucionarios pensaban que sus enemigos tenían que ser aniquilados sin misericordia, y que el nuevo régimen de igualdad, libertad y fraternidad solo podía construirse destruyendo el antiguo régimen, sepultándolo para siempre. El adanismo político es el signo de toda revolución jacobina. El nuevo hombre solo puede bautizarse en la sangre de la vieja humanidad.
Danton era un rival político de Robespierre, y lo superaba en elocuencia y carisma. El pueblo lo amaba, era un héroe de la revolución. Su moderación siempre fue un obstáculo para la utopía jacobina de Robespierre, que buscaba eliminar toda oposición a su modelo político. Robespierre pensó que la muerte de Danton era imprescindible para sus objetivos y decidió eliminarlo, aunque ello fuera el principio de su propio fin. Así cayó el león.
Tras la muerte de Danton la mayoría de los miembros de la Convención reaccionaron contra el peligroso régimen de terror de Robespierre. Se unieron para acabar con él. Llegaron a la conclusión de que toda utopía jacobina finaliza en un régimen de terror en el que ningún derecho es respetado; porque lo más importante, para los revolucionarios, consiste en alcanzar un nuevo estado de perfección social. Ante la realidad del terror, el sueño utópico de una sociedad perfecta se diluye. Se impone entonces el sentido común y el libre juego amigo-enemigo, la oposición necesaria para todo equilibrio. El terror jacobino siempre tiene una fecha de caducidad. No puede durar por siempre, aunque a veces su orgía sangrienta parezca eterna.
Por eso, cuando Robespierre fue finalmente apresado uno de sus adversarios gritó: “Robespierre, la sangre de Danton te ahoga”. En efecto, Danton, como Pompeyo, regresó de ultratumba para vencer. El sentido común siempre vence al terror. El pueblo reflexiona y restaura el equilibrio. Para eso es preciso que la clase dirigente actúe.
Stefan Zweig advirtió que el pecado original de la Revolución fue “embriagarse de palabras sangrientas” porque “los hechos siguieron fatalmente a las expresiones frenéticas”. Destrozadas las instituciones, encendido el pueblo, liquidada la clase dirigente, Fouché y Talleyrand avalaron la transformación de la República en el Imperio. Era la hora de Napoleón. Que esto no suceda en el Perú.
Martín Santiváñez Vivanco es Doctor en Derecho por la Universidad de Navarra
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