Carlos Adrianzén
La lógica económica actual
Bajo los efectos del ruido político
El ritmo de crecimiento de largo plazo de la economía peruana se va reduciendo persistente y sostenidamente. Desde un 7% promedio anual por quinquenio a mediados del 2011 hasta un promedio de 3% en los últimos cinco años. Estos enormes cuatro puntos porcentuales de menor crecimiento reflejan meridianamente los amenguados flujos de comercio exterior e inversión privada, e implican algo que trasciende el corto plazo: una reducción severa de nuestro PBI potencial.
Bajo esta perspectiva, el gráfico adjunto dibuja la imagen de una economía congelada. Que invierte a niveles próximos a su tasa de depreciación y cuya tasa anual de expansión, ya se ubica en el minúsculo rango del 2% anual. Esto –nótese– en una plaza que otrora era reputada como la más dinámica de Latinoamérica y que, en los últimos meses, no ceja de revisar a la baja sus proyecciones de crecimiento mediato.
Este escenario macroeconómico afeado reflejaría tres vectores. El efecto de un ruido político incesante, que amenaza los fundamentos de la economía (vía sucesivos cambios constitucionales); errores de política económica de corte intervencionista, aplicados consistentemente desde la segunda mitad del 2011; y el impacto –sobre una base económica local poco competitiva– de la contracción de los flujos de comercio global asociado a la guerra comercial chino-estadounidense.
Estos tres vectores explican meridianamente la lógica del accionar del gobierno. Tanto por el lado del comportamiento del Ejecutivo cuanto por el lado del Legislativo. El Perú debería estar involucrado en una fase de reformas de mercado. Por un lado, desmantelando los controles y entrabamientos poshumalistas y, por otro, consolidando el restablecimiento de reformas políticas y económicas. Las primeras implicarían la reliberalización de derechos políticos y libertades civiles (tales como la introducción del voto facultativo y el desmantelamiento de los retrocesos del vizcarrato).
Las segundas implican reformas estructurales de demanda (fundamentalmente fiscales, de redimensionamiento y reglas) y de oferta (en los ámbitos laboral, de derecho de propiedad, de libre comercio y de destrabe a las inversiones privadas). Tanto ha retrocedido el Perú en ámbitos de reforma de mercado, que mantener el statu quo que el no cambiar de rumbo, es y seguiría siendo, algo gradualmente destructivo, si no suicida.
Pero esta solo es la lógica que debería estar prevaleciendo. En la realidad, la lógica económica peruana sigue otra senda. Retóricas afuera, el ambiente económico del país se comprime por la continuación de la fórmula humalista y la vizcarrista. La primera implica inflar la burocracia y las regulaciones masivamente, bajo un esquema mercantilista y socialista. Algo así como una receta chavista incipiente o grado uno. La segunda implica descubrir que la erosión de las libertades económicas no basta. Pasado el usual entusiasmo populista –de los regímenes socialistas mercantilistas– sus regímenes resultan expectorados electoralmente. Por eso, requiere erosionar las libertades políticas. Para quedarse y quedar impunes. Algo así también como una receta chavista moderada o grado dos.
Dentro de este estadio un fenómeno económico exógeno los refuerza y retroalimenta. El negocio de los medios y encuestas se comprime severamente. La red proporciona canales de acceso a las noticias sustitutos a costos marginales cercanos a cero. En el Norte venden sus líneas editoriales a conglomerados privados. En el sur se prostituyen al gobierno de turno. La pauta estatal financia elefantes mediáticos y sus firmas dependientes (las encuestadoras). Con esto el camino totalitario se facilita drásticamente. La burocracia de turno ya no comete errores y es diáfana y pura. En cambio, los opositores con corruptos y obstruccionistas.
Cualquier similitud con la realidad peruana actual nos debe llevar a preocupación. Funciona en La Habana, en Caracas y en Lima. Si no se prohíbe el financiamiento público a privados en el área mediática, la libertad de prensa virtualmente desaparece. Si además ellos cuentan los votos dizque electrónicamente, la democracia desaparece.
En este ambiente cualquier tonto en el poder puede destruir económicamente al país y robar quebrando registros sudamericanos. Electores resignados a no ejercer ciudadanía por alguna dádiva y colaboradores obsecuentes a estos regímenes, abundan y abundarán en toda Latinoamérica. Esta es la lógica: sin reformas de mercado drásticas y proscripción al financiamiento estatal a medios y encuestadoras, el horizonte luce ófrico.
COMENTARIOS