La leyenda rosa de la independencia

El bicentenario de la proclamación de la independencia por José de San Martín, además de ser una fecha para celebrar, es también el marco para revisar y desarrollar diversas y nuevas aproximaciones sobre el significado y los resultados del proceso independentista y separatista en las primeras décadas del siglo XIX. En ese sentido, un gran sector de historiadores –ligados sobre todo a la intelectualidad zurda– ha logrado imponer una visión propia, una leyenda rosa de ese proceso, en la que solo hay héroes por un lado –los denominados “patriotas”–, y por el otro los villanos “godos” españoles.

Este sector de historiadores ha hecho uso y abuso de lo que se llama la “memoria histórica” que a juicio de los grandes historiadores “solo acepta las informaciones que le convienen” y por el contrario ha dejado en el sillón a la historia. No vale confundir entonces “memoria histórica” con historia. De allí, por ejemplo, que cuando Eduardo Adrianzén, cineasta de izquierda, en la serie “El Último Bastión” desliza la idea de que San Martín se inspira en los colores de la parihuanas para diseñar la bandera del Perú,  o que el 28 de julio de 1821 Lima bullía de júbilo, en realidad está repitiendo viejos lugares comunes de la memoria histórica. En la literatura serían solo licencias narrativas.

El detalle es que el abuso en estas licencias o memorias históricas producen y reproducen sentidos comunes que son demasiado potentes si la educación las hace suyas. En las cartillas de aprendizajes para los niños de tercer grado de primaria del repositorio de las páginas web del Ministerio de Educación aún se puede leer que los “flamencos influyeron en el diseño de la bandera”. Todo ello es evidentemente un fake, porque quien conoce algo de la historia sabrá que los colores de la bandera peruana son los colores de la Cruz de Borgoña o de San Andrés,  utilizada frecuentemente por los tercios y como bandera del Virreinato del Perú desde 1592 aproximadamente (de hecho aún hay diversas opiniones al respecto, pero eso es harina de otro costal).

A lo que voy es que el abuso de la “memoria histórica” es la columna vertebral de la construcción de la leyenda rosa del proceso independentista, que es absolutamente complejo pero que se ha reducido a una visión idílica de los personajes y su contexto, Y que en los colegios públicos y privados simplemente se reduce a fechas y datos. San Martín por ejemplo, debido a sus dolencias, habría dejado el liderazgo del gobierno a un Bernardo de Monteagudo que solo en el valle de Chancay “secuestró” o expropió, entre 1821 y 1824, alrededor de nueve haciendas de españoles americanos; y cinco en el Valle de Huaura generando miedo y sobre todo terror. ¿Imagínese usted ahora un ejército de más de 2,000 hombres armados a las puertas de su casa? Así la independencia parece entonces más un proceso insurgente y separatista que un anhelo patriótico, palabra con casi nada de significado en aquel entonces.

El asunto es que a la izquierda intelectual le cae a pelo, como se dice, esta visión idílica del proceso independentista y la iniciación de la República en las primeras décadas de 1800. Pero sobre todo de tirar por la borda los más de 300 años de hispanidad. El asunto es que la República, tal como pretenden desde la historiografía zurda, se debe construir desde la visión idílica del indigenismo.