Carlos Adrianzén

La lección central del caso chileno

El daño de las pócimas económicas de izquierda

La lección central del caso chileno
Carlos Adrianzén
02 de diciembre del 2019


Por décadas fuimos informados de que Chile era un tremendo un caso de éxito económico latinoamericano. De pronto, la nación con el producto por persona más alto de la región registra una interminable asonada, con protestas masivas e inacabables. ¿Qué pasó aquí? Pues la razón es muy sencilla: los gobiernos chilenos se hicieron cada vez más estatistas. Con los gobiernos de la Nueva Mayoría y el Frente Amplio y con un timorato Piñera. Consecuentemente, aún con términos de intercambio favorables, la economía chilena crecía, invertía, comerciaba y captaba inversiones extranjeras a un ritmo cada vez menor. La derecha (cada vez más mercantilista) y la izquierda (cada vez más astuta) repetían que las pócimas económicas de izquierda no habían hecho mayor daño en la supuestamente pujante nación sureña. Con desencantos
in crescendo y un poco de plata y mercenarios extranjeros, la camita estaba lista.

A pesar de la publicidad contraria, en el Perú de hoy vivimos en tiempos de flagrante retroceso económico. Si bien la inflación se encuentra dentro de la meta anual preestablecida por el directorio del BCR y el déficit en la cuenta corriente de la Balanza de Pagos se reduce en 3% del PBI (de la peor manera posible: asociándose a una megacontracción del crecimiento quinquenal de la inversión privada, que se reduce desde un promedio anual de 16.8% hacia -1%, a septiembre pasado), el crecimiento económico de la plaza se adelgaza y se aproxima a ese deprimente 1% anual con sesgo al alza. De hecho, las cifras publicadas confirman, a septiembre pasado, un crecimiento anual de apenas 1.6%. Esto, dentro de una clara tendencia contractiva (graficada en el desproporcionado descenso del dinamismo peruano desde aquel 10.4% anual registrado en septiembre del 2008).

Un primer detalle en el monitoreo de la economía peruana implica los precios externos. Ese maná imaginario que los economistas han bautizado como los Términos de Intercambio. Algunos creen que estos precios determinan nuestra suerte. Aunque en los hechos esta asociación dista mucho de ser tan sólida como se cree. A lo largo de la última década su comportamiento, aunque fluctuante, ha resultado aburrido. De hecho, su promedio de crecimiento quinquenal se ha registrado establemente en el 0%. Las mismas cifras del Banco Central de Reserva, cuando estiman los efectos de los Términos de Intercambio sobre el Ingreso Nacional, encuentran establemente un valor cercano al 0% del PBI. Esta vez, estimado lector, si alguien le cuenta –como le han hecho creer al dictador– que los precios externos explican la tendencia contractiva de la economía nacional… lo están engañando.

Si no fueron los precios externos… entonces ¿qué nos pasa? Aquí dos hechos estilizados emergen implacables. El primero implica el aludido colapso post humalista de la inversión privada. Entre el tercer trimestre del 2013 a la fecha, las ratios anuales de la Inversión Bruta Fija Privada (como porcentajes del PBI), se contraen cinco puntos porcentuales. Pocas asociaciones resultan tan ajustadas como la existente entre el aludido ratio de la inversión privada y el crecimiento de la economía. Dentro de esta misma perspectiva merece destacarse cómo los influjos de Inversión extranjera al país se reducen también en forma drástica (desde el 7% del PBI registrado a fines del 2018, al magro 3% registrado en lo que va del año).

El otro hecho estilizado nos refiere a la cerrazón comercial de la última década. El ritmo de crecimiento del comercio exterior se contrae desde su robusto crecimiento real pre crisis de Lehman-Brothers (15% anual) al 0.4% de crecimiento anual registrado el septiembre pasado. Lo cual generó –como reflejo de la inflación regulatoria y tributaria de estos tiempos– una contracción cercana a 5% del PBI en el coeficiente de apertura peruano.

Con una contracción simultánea de la inversión privada y del comercio exterior, múltiples trabas y controles, la combinación de un dólar rígido al alza y la sostenida elevación de la recaudación tributaria en dólares (que se duplica desde septiembre del 2009 a el mismo trimestre del 2019) la competitividad de nuestras exportaciones se ha deteriorado visiblemente. En español: los últimos diez años nos han dejado con una economía mucho menos atractiva por buenas razones. No solamente se infla la corrupción burocrática; se inflan los afanes estatistas, se controla el dólar, se reactivan las obras públicas oscuras, se inflan los impuestos y las regulaciones a rajatabla y se aplica una lucha anticorrupción, sino inexplicable y lenta, selectiva. Todo esto, nótese, con la bonita etiqueta de nuevas políticas públicas. Nótese además que las últimas reformas políticas (enfocadas a reducir libertades) y el quiebre del orden constitucional –asociado a la turbia disolución del Congreso– añaden dos factores de riesgo de corte depresivo. 

Uno –de corto plazo– asociado a la postergación de decisiones públicas y privadas; y otro, de largo plazo, referido al rumbo ideológico del manejo económico. Como en el caso chileno –donde la izquierda y derecha locales negaban la realidad y declaraban que esta nación sureña aún crecía– aquí también los sectores dizque ortodoxos peruanos (mal llamados de derecha) nos repiten que aún tenemos un crecimiento destacable. Pero esto no es cierto. 

Las pócimas izquierdistas inoculadas en los últimos años han deteriorado severamente nuestros ritmos de crecimiento, inversión, comercio exterior y reducción de pobreza. Como en Chile, aquí también se repite que estamos bien. Que los manejos socialistas –etiquetados como técnicos– no nos habrían hecho daño. Que el colapso de la inversión privada sería irrelevante. Que con mayores controles, impuestos y gasto estatal pasaríamos mañana a ser la nación estrella de la OECD.

Carlos Adrianzén
02 de diciembre del 2019

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