Iván Arenas
La “herencia colonial” y la batalla por el relato
No éramos una “colonia” española, sino una “cabeza de los reynos”

Pensadores, historiadores y escritores de todos los colores y arcos políticos e ideológicos han coincidido en llamar a ese largo periodo virreinal como el periodo colonial o la colonia, con toda la carga simbólica y peyorativa que ello produce. Por ejemplo, Vargas Llosa, en “La utopía arcaica”, no obstante refutar el indigenismo/indianismo de Arguedas y el pensamiento antropológico de la izquierda en general, jamás contradijo –como otros historiadores, escritores o pensadores– el uso de “colonia” o “periodo colonial” al virreinato y le dio, en cierta manera, patente de corso a la izquierda y al republicanismo naif que ve en eso llamado “colonia” todos los males del Perú.
El detalle es que gran parte de los acontecimientos que suceden hoy –tanto en la sociedad, la política, la cultural y la economía– no pueden entenderse sin soslayar que hay una construcción ideológica alrededor del significante “colonia” y que es referido como un periodo sombrío y de opresión, de “oro y de esclavos”. Cuando Pedro Castillo dice que “el pueblo (en referencia a él) ha llegado al poder después de 500 años de opresión” o cuando el historiador republicano o el intelectual y académico de izquierdas dice que hay una “herencia colonial”, en realidad se trata de una explicación más ideológica que real. Siempre a la izquierda, eso sí.
Sin embargo, tampoco es que podamos rehuir al debate sobre si las Indias fueron virreinatos o colonias y allí debemos puntualizar detalles. Por ejemplo, la historia dirá que el testamento de Isabel “La Católica” reconocerá la condición de “súbdito” del indio como la misma historia dirá que en “estricto sensu” la acción imperial de la Monarquía Católica en las Indias no se iguala al sistema fenicio de metrópoli y factorías que luego sería replicado en el imperialismo inglés, belga y holandés. No solo eso, sino que se soslaya que aquí hubo unas “Leyes de Indias”, un compendio de leyes basadas en la teología como justificación de la presencia de la Monarquía Católica en las indias. Vitoria, el gran teólogo, por ejemplo diría que “ante de las llegada de los españoles, los indios eran verdaderos dueños tanto pública como privadamente”, reconociendo la legitimidad del indio sobre sus reinos (“el derecho de gentes”). Semejante debate, que llevó incluso a una abierta discusión política-teológica (Controversia de Valladolid) se dio solo dentro de la acción imperial católica.
Asimismo, la Monarquía Católica desempeñó un rol de imperio generador de instituciones (como Roma que se replica así misma) frente al imperio depredador inglés que instauró colonias de metrópoli y factorías.
Decir o reconocer entonces que hubo un “periodo colonial” o que existen “herencias coloniales” “colonia” no solo es tragarse completamente el cuento que en realidad lo éramos y darle carbón a las explicaciones ideológicas de la izquierda y el republicanismo (liberal, por si acaso) que consideran al periodo virreinal como un periodo colonial como si fuésemos Jamaica, Haití o el Congo belga. En una “colonia” ni Joaquin de la Mosquera habría sido presidente de la Regencia del Reino de España, Rey de España en la práctica; ni Vicente Morales Duarez habría sido presidente de las Cortes de Cádiz. Tampoco habría un Dionisio Inca Yupanqui en las mismas Cortes, referido luego por el propio Marx y Lenin para desarrollar las tesis sobre la cuestión nacional y la autodeterminación de los pueblos.
Por eso, la guerra por el relato debe empezar con un examen de la historia y de la revisión de los conceptos y categorías y de lo que dice se de algunos periodos históricos. No éramos una “colonia” sino una “cabeza de los reynos” una provincia con un conglomerado de leyes y normas que la hacían distinta a la Norteamérica inglesa o francesa. Usar el término “colonia” es parte de un relato y no de hechos históricos.
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