Miguel Rodriguez Sosa
La gran derrota del progresismo en Estados Unidos
Se abre un nuevo horizonte para el gran país del norte y para el mundo
El triunfo electoral de Donald Trump en EEUU ha dejado patitiesos a los progresistas y globalistas allí y en todo el mundo; en el Perú también. Porque no sólo se trata de la victoria en el marco del Colegio Electoral donde Trump ha obtenido (al 8 de noviembre) 301 votos electorales, superando largamente la mayoría requerida de 270 votos frente a los obtenidos por Kamala Harris, sino porque Trump además ha ganado en la expresión de los ciudadanos por un aproximado de 5 millones de votos. Aunque los resultados definitivos todavía no se han publicado, todo indica que en este proceso electoral se ha revertido la tendencia que apuntaba a la disminución de votantes en las elecciones generales y es posible que en esta oportunidad se haya superado el 62,4% de participación electoral del 2020 cuando fue elegido Joe Biden.
La contienda de este 2024 parece haber contrariado la apatía de los votantes que no ejercían su derecho por falta de interés en la oferta electoral de republicanos y demócratas, las insignias del bipartidismo estadounidense. Como he señalado en esta columna, en julio pasado, el hecho grueso a considerar es que más de una tercera parte del electorado estadounidense no votaba en las elecciones generales sencillamente porque no se sentía representada en el esquema bipartidista; y hay que tener en cuenta que una parte significativa y tal vez mayoritaria de esa población indiferente es considerada «no blanca» en las estadísticas electorales.
Pero este año el contingente de electores ha incorporado gruesos números de «latinos/hispanos» y de sectores tradicionalmente ajenos al acontecer electoral como la comunidad Amish, además de contar con el voto de sectores decisivos en la población de estados donde predominan los trabajadores de bajos ingresos. En otros términos, las elecciones de este 2024 han hecho aparecer o reaparecer después de lustros a quienes en el conglomerado del american people se sentían ajenos a la representación en el bipartidismo; y significativamente sus votos han favorecido a Trump.
Es muy importante valorar por qué ha sucedido este fenómeno y es inevitable mencionar que en parte acontece porque Trump es percibido como dotado de esa cualidad que llaman «liderazgo alfa», el carisma del personaje capaz de imponer su radicalismo conservador y a la vez pragmático con el mensaje dirigido al ciudadano del común, sobreponiéndose al establecimiento político predominante, y más entre los votantes que fueron de la opción por el Partido Demócrata. En buena cuenta, Trump se ha alzado con votos que los demócratas consideraban una clientela electoral inamovible. El caso más relevante es el del condado de Starr, Texas, donde el 97% de la población es «latina». El 2016 la candidata demócrata Hillary Clinton ganó abrumadoramente por 60 puntos en ese condado, que también favoreció marcadamente a Biden el 2020. Pero ahora Trump consiguió el 57% de los votos en Starr, un vuelco gigantesco en un condado que apoya con su voto a un candidato del Partido Republicano por primera vez desde 1896.
Los análisis poselectorales estiman que Trump aumentó en un 18% su votación entre los latinos/hispanos y eso a pesar de la percutante campaña adversaria que lo presentaba como racista, anti-latino y enemigo de los migrantes de esa procedencia. El mensaje anti-Trump no fue efectivo y en buena parte de la frontera sur de EEUU el voto por él ha sido el mayor para un candidato republicano en los últimos 30 años.
En un cierto sentido el resultado electoral del 2024 marca una fractura de la representación política en el bipartidismo, pero el hecho de que haya aumentado el número de votantes y entre éstos los que optaron por Trump, sugiere con fuerza que esa fractura establece una nueva relación entre el arraigo político del bipartidismo y el enraizamiento social del mismo. Hay que repetirlo: Trump ha ganado con votantes que eran un caudal considerado naturalmente adepto al Partido Demócrata.
Es inevitable señalar que ese traspaso de voto demócrata a voto republicano a favor de Trump es resultado del creciente desarraigo social del Partido Demócrata penetrado en su cúpula y en su plataforma política por el discurso del globalismo progresista que ha desvirtuado el ideal del liberalismo social que lo animaba, inclinándolo a la cultura woke y a otros desvaríos de la razón que tienen asiento en las poblaciones cosmopolitas de las costas este y oeste del país. De hecho, la candidata Kamala Harris es ganadora en estados de la costa oriental como New York, Washington, Massachusetts y Maryland, y en estados de la costa occidental como California y Oregon, sedes del globalismo cosmopolita y progresista. Pero Trump es ganador en los estados del macizo continental donde está arraigada la tradición estadounidense que resiste a las proclamas disruptivas de cuestionamiento a la familia tradicional, en materias de «identidad sexual» y representación de minorías culturales artificiosamente promovidas. Que Trump haya ganado en Texas, bastión del conservadurismo social que sin embargo alberga una gran población latina y de migrantes recientes, y que por lo mismo haya vencido en Florida, muestra otras referencias del tránsito del electorado demócrata al voto por el candidato republicano. Trump también es ganador en Carolina del norte y del sur, en Georgia; en Dakota del norte y del sur, Ohio, Kansas, Utah y otros estados mediterráneos donde se asienta la población menos sensible a la prédica progresista y woke impulsada por la ideología globalista.
Un factor clave en la victoria de Trump ha sido el comportamiento electoral en los swing states (estados bisagra) que en conjunto aportan 94 votos del Colegio Electoral, casi el 35% necesario para ganar las elecciones presidenciales. En estos, Trump derrotó a Harris en Arizona, Georgia y Carolina del Norte, y en Michigan y Wisconsin que se consideraban inclinados al voto por la candidata demócrata. En el caso de Pennsylvania, que se perfilaba con un marcador electoral en el que las proyecciones anticipaban un empate técnico entre Trump y Harris, el resultado sorprendió al mostrar la clara preferencia por el primero, y lo mismo pasó con Michigan y Wisconsin; esos tres estados eran considerados el «muro azul» ahora derruido del Partido Demócrata en el macizo continental de EEUU.
Interesa destacar que en esos estados como en otros el voto latino ha sido favorable a Trump revelando el fracaso de la prédica de los activistas y think tanks del progresismo vinculados al Partido Demócrata que acusaban al candidato republicano de ser indiferente a la población de ese origen y de ser un enemigo de la inmigración. Ciertamente el progresismo no ha advertido que los latinos nacionalizados o con residencia legal temen por su propia posición emergente en la sociedad estadounidense ante la inmigración descontrolada con marea de ilegales, cuya asistencia federal impulsada por los demócratas en el gobierno les cuesta en términos de inflación de precios. En el voto latino del 2024 mucho ha pesado el costo económico cargado a los contribuyentes por el asistencialismo gubernamental que ellos consideran enemigo del progreso individual en el que se han forjado.
Por otro lado, la fractura del bipartidismo en la representación electoral a favor de Trump ganando votos que antes eran considerados por los demócratas un patrimonio propio, se va a reflejar en un nuevo diseño de la hegemonía política en EEUU. Porque, aparte de superar al Partido Demócrata en las elecciones presidenciales, el Partido Republicano ha conseguido la mayoría en el Senado con 52 escaños y se alza también con la mayoría en la Cámara de Representantes. En este escenario, la plataforma liberal-conservadora de Trump tiene ante sí la singular oportunidad de materializar sus propuestas de gobierno sin el obstruccionismo de sus opositores en el Legislativo, realizando con hechos su consigna Make America great again que recoge el sentido popular de la que será cuando menos en sus inicios la próxima administración federal.
Un horizonte nuevo se abre para EEUU y para el mundo, donde el progresismo –con cualquiera de sus etiquetas: liberales o de izquierdas– resiente su contundente derrota y desvaría en un sentimiento de duelo pero que luce también alegatos risibles en muchos países. En el nuestro ya aparecen los comentarios en el «ecosistema caviar» que forma en medios de prensa y redes sociales con opiniones y comentarios destilando prejuicios, algunos atontados como golpeados en la cabeza por su propia incapacidad de creer que los votantes de Trump puedan ser considerados un «electorado pensante», ese que, precisamente, se sobrepuso con razonamiento a la mendacidad de las grandes cadenas de prensa orquestadas en defensa de la opción electoral de Harris con la especulación y la mentira descarada.
Brotan como herbajos los lamentos e imprecaciones como el de Diego García Sayán (en La república, por supuesto) al escribir sobre Trump electo: «Que su mensaje violento, xenófobo y falsario haya logrado imponerse en el país más poderoso del mundo revela que la democracia no cuenta con suficientes herramientas para combatir la mentira y la desinformación». Naturalmente, prefiere olvidar –y aquí la razón de su fastidio– que la energía simbólica del discurso del presidente electo no porta violencia personal ni belicismo (Trump ha sido el único presidente estadounidense de este siglo y la mitad del precedente que durante su mandato no inició alguna guerra), como prefiere omitir que la xenofobia que se le imputa es desvirtuada por el voto de la población latina legalmente establecida, y que la falsía ha sido –sigue siendo– precisamente el arma de la desinformación trasegada por las encuestas preelectorales y por las vocerías del activismo progresista que no pueden digerir la derrota de su visión globalista en –precisamente– el que llaman el país más poderoso del mundo, que ciertamente no lo es y que con Trump en la presidencia sabrá encontrar una relación de firmeza con China y Rusia enfrentando a la decadencia de la ONU en el escenario internacional. El nuevo orden mundial que se avizora no será, sin duda, el prefigurado por el progresismo globalista y eso es muy bueno.
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