César Félix Sánchez
La estupidez: una reflexión ética
Aquellos que oscurecen a propósito su inteligencia

La ética es la disciplina filosófica que se ocupa de la virtud –y de la ausencia de ella– en el obrar humano. A lo largo de la historia del pensamiento, muchas han sido las opiniones de los filósofos respecto a la naturaleza del bien en este ámbito; sin embargo, existe una relativa modestia reflexiva respecto a un tema que creemos urgente: el fenómeno de la estupidez en cuanto vicio moral.
Pero este interés no significa que nos consideremos libres o «más allá» de ese azote; todo lo contrario: el descifrar los arcanos del vicio moral de la estupidez nos servirá para exorcizar sus tentaciones, que en esta época son muy frecuentes.
Cabe señalar que no nos referimos a cualesquiera deficiencias dianoéticas o intelectuales, que sea en cuanto orgánica o en cuanto ignorancia, dispensa o puede ser remediada; sino a la dimensión ética de la deficiencia culpable intelectual, a aquel que, por falta de virtud moral, oscurece a propósito su inteligencia.
Dice la Escritura que «infinito es el número de los estúpidos» (Eclesiastés, 1:15) y dice bien. El Libro de los Proverbios es todo un tratado –quizá el mayor de toda la historia- sobre la estupidez y sus amenazas; la conclusión: «huye del hombre imbécil» (Proverbios, 14:7).
Pero, ¿qué significa ser estúpido? ¿Podemos juzgar acaso a quienes profesan este «error», si así lo fuera? ¿Existe un «derecho a la estupidez»? En primer lugar debemos reiterar que no nos referimos a la ignorancia, que en cuanto invencible, dispensa; ni de ninguna limitación mental innata o adquirida, sino de lo que santo Tomás de Aquino –para el anticlerical James Joyce «el ingenio más lúcido que ha producido quizá la humanidad»– denominaba stultitia, el oscurecimiento culpable de la razón. Siendo la vida un servicio divino del que nadie puede privarse sin culpa (vid. Platón, Fedón o del alma) y siendo propios de la vida humana el uso de la razón y del juicio, despojarse de ellos sin motivo alguno es un vicio grave. En este sentido, el estúpido quintaesencial sería el terco, que por razones pasionales (“psicológicas” dirían ahora), «viendo, no ve» y «oyendo, no oye». En la Secunda Secundae de la Summa, Santo Tomás desentraña distintos tipos de estupidez. Nos habla del «torpe», que al igual que los atacados por el pez torpedo, se paraliza y actúa de forma obtusa; y del «pusilánime» que por falta de fortaleza, busca enajenarse huyendo de la realidad, entre otros. En nuestro tiempo, dos inmensos ejemplos de estupidez en el peor grado serían el drogadicto y el suicida.
De entre los autores contemporáneos, uno de los pocos que se ocupa de la teoría de la estupidez es el medievalista y narrador italiano Umberto Eco, a través de su personaje Belbo en El Péndulo de Foucault. Allí, en el capítulo décimo, hace una distinción entre cretinos, locos, imbéciles y estúpidos propiamente dichos. Para Eco, la diferencia entre estos dos tipos de estultos sería que el imbécil se equivoca de comportamiento, mientras que el estúpido propiamente dicho erraría en el razonamiento. El imbécil, por eso, es «un comportamiento social. El imbécil es el que habla siempre fuera del vaso (…), es el que siempre mete la pata, el que le pregunta cómo está su bella esposa al individuo que acaba de ser abandonado por su mujer (…). El imbécil está muy solicitado, sobre todo en las reuniones mundanas. Incomoda a todos pero les proporciona temas de conversación. En su versión positiva llega a ser diplomático (…). El imbécil no dice que el gato ladra, habla del gato cuando los demás hablan del perro». En cambio, «el estúpido no se equivoca de comportamiento. Se equivoca de razonamiento. Es el que dice que todos los perros son animales domésticos y todos los perros ladran, pero también los gatos son animales domésticos y por tanto ladran. (…) El estúpido es muy insidioso. Al imbécil se le reconoce enseguida (y al cretino ni qué decir) mientras que el estúpido razona casi como uno, sólo que con una desviación infinitesimal».
Es menester considerar que nuestra mente es en algo sagrada; estamos llamados a conocer la verdad, no a aturdirnos con bullas y distracciones, ni tampoco a caer en esa muerte en vida que es el relativismo. Urge, entonces, precavernos contra la tentación de la estupidez, lamentablemente tan común en las batallas de redes sociales luego de estas agotadoras elecciones.
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