Arturo Valverde

La escala social

Sobre un cuento de Antón Chéjov

La escala social
Arturo Valverde
10 de marzo del 2022


Decía un conocido, que los jóvenes siempre pueden saber hasta dónde ha podido escalar alguien mayor. Y en cambio, estos últimos no pueden saber hasta dónde puede llegar alguien que tiene todavía largos años por delante. Tal parece ser el caso del consejero provincial Dolbonosov, quien a su paso por la ciudad de Petersburgo, según cuenta el escritor Antón Chéjov en uno de sus cuentos, terminó en una velada organizada en casa de un príncipe, donde se cruzó con el joven Schepotkin; sí, el muchacho que años atrás le daba clases a sus hijos.

Sorprendido por encontrar al joven en la velada, le dice: “¿Cómo es que…, cómo ha venido usted a esta velada?”, y ya puede entreverse en su pregunta, un tono de desconcierto, e incredulidad. El otro, por su parte, no tarda en responderle con franqueza: “Lo mismo que usted…”. Enseguida le cuenta al consejero provincial de su paso por la universidad, y cómo poco a poco ha terminado subiendo en la escala social. Y mientras le platica de sus relaciones sociales, al otro se le agrandan los ojos. ¿En qué momento este Schepotkin trepó en la escala social?, parece decirse el otro. Le pregunta: “¿Cómo conoció usted al dueño de esta casa?”. “Muy sencillo –respondió, indiferente, Shepotkin–. Me presentaron a él en casa del secretario civil Lodkin…”.

El consejero no puede creerlo. Aquél muchacho a quien solía pagarle para que dictara clases a sus hijos, y que ahora parece ocupar un buen cargo que le permite solventarse a sí mismo, resulta que además está casado con una sobrina del tal Lodkin. “¿Con una sobrina? ¡Hem…! ¡Quién lo iba a decir! Pues yo, ¿sabe usted?, siempre le deseé, siempre le predije… un porvenir brillantísimo, respetable Iván Petróvich…”, dice el hombre.

Pero resulta difícil creer algo de lo que dice; por el contrario, sus diálogos nos convencen de que se trataría de un hombre egoísta, y que jamás dio crédito en el joven Schepotkin. Sin embargo, ahora, al ver que aquél joven ha logrado ascender en la escala social, opta por llenarlo de falsos elogios, y ver la manera de sacar provecho de la situación. Por eso, supongo, que al final le dice:

Cuando le vi me dije: “Es una cara conocida”. Al momento le reconocí, y pensé: “Tengo que invitarlo a almorzar. No rechazará la invitación de un anciano”. ¡Je, je, je! Hotel Europa, habitación treinta y tres. De la una a las seis…

Sus intenciones no me parecen honestas. Por tanto, yo, en lugar de Schepotkin, rechazaría la invitación del anciano que, como a muchos otros suele pasar, jamás podía imaginar hasta dónde un joven puede llegar o escalar en la sociedad.

Arturo Valverde
10 de marzo del 2022

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