Neptalí Carpio

La dictadura de los elegidos o la oligarquía electiva

Los peligros de subestimar al populismo

La dictadura de los elegidos o la oligarquía electiva
Neptalí Carpio
13 de agosto del 2020


La frase que encabeza este artículo no es de mi autoría, sino del sociólogo francés Pierre Rosanvallon. Sus reflexiones sobre los dilemas que atraviesan a la democracia en todo el mundo –tratados en sus recientes libros “El siglo del populismo. Historia, teoría y crítica”, “La sociedad de iguales y el buen gobierno” y “Contrademocracia”– calzan perfectamente con lo que pasa en el Perú en estos días, cuando rápidamente el cuerpo de los representantes elegidos al parlamento se separa de los electores y del interés público. Rosanvallon señala que el problema es que una parte de la democracia tradicional puede caer en la tentación de contentarse con dar la palabra periódicamente a los electores y terminar instalando muy pronto una oligarquía electiva.

En una reciente entrevista publicada en el diario La Nación de Argentina, Rosanvallon afirma que hay, sin embargo, una definición más moderna de democracia que dice que el voto no basta. Que el ciudadano es aquel que delibera, que es reconocido, que toma la palabra, que es tenido en cuenta. Ser representado quiere decir literalmente que las realidades que se viven están presentes en el debate público. Ser representado no significa simplemente tener un delegado, tener un vocero, un representante electo que hablará por nosotros en el Parlamento. Lo que uno vive debe ser tomado en cuenta como una parte de la realidad. A eso él llama "la dimensión narrativa" de la representación. La representación es relatar la sociedad y no simplemente tener un delegado.

Eso explica cuán importante es, en el caso peruano, que los partidos políticos realicen elecciones primarias, que se institucionalice el derecho de “un militante un voto” o que en la gestión pública se perfeccionen mecanismos como el presupuesto participativo y la rendición de cuentas. O que a la mitad del periodo de un mandato de gobierno, los ciudadanos tengamos el derecho a renovar por lo menos un tercio de la representación nacional. Tener distritos electorales más pequeños en Lima Metropolitana, por ejemplo, para acercar a los 36 parlamentarios de Lima con los dilemas de la ciudad policéntrica. 

Rosanvallon advierte que la democracia no es una sola, intangible, eterna e inmutable, y que el desencanto actual de los pueblos reside en la incapacidad de inventar una "democracia permanente" que permita una interacción entre los poderes y los ciudadanos, en la que estos puedan tomar iniciativas y sentirse escuchados. Si hoy el populismo triunfa es porque las democracias tradicionales son imperfectas, están atravesadas por profundas diferencias y fracturas a las cuales nuestros sistemas liberales no son capaces de responder. El populismo es el síntoma de todas esas disfunciones. 

Es inútil y muy peligroso subestimar el populismo. Y es que la política está hecha de emociones y pasiones. No se trata simplemente de una reacción pasajera que se manifiesta en las urnas o de un modo de hacer política, sino que es un fenómeno que corresponde, en el mundo contemporáneo, a una suerte de nueva filosofía de la política y de la sociedad. Es obvio que no se puede hablar en singular del populismo, porque todas las realidades son diferentes. ¿Cómo comparar el populismo de la Hungría de Viktor Orbán, que está en la Unión Europea y es un país muy próspero, con el de Jair Bolsonaro en un Brasil en plena crisis económica; o con el de una nación muy pobre, como la Filipinas de Rodrigo Duterte? Sin embargo, detrás de esas diferencias hay cierto número de constantes que es preciso descubrir, y esa es la tarea de las ciencias sociales. El populismo no es una ideología, sino una visión de la sociedad donde están “los de arriba y los de abajo". ¿Acaso se puede decir que se trata de una visión transversal de la sociedad que no hace distinción entre la izquierda y la derecha?, se pregunta Rosanvallon. 

La cuestión radica en que el populismo simplifica la cuestión de la soberanía del pueblo, afirmando que esa soberanía reside, simplemente, en las elecciones. Sin embargo, hoy vemos que muchos reclamos en nuestras sociedades demuestran que las elecciones son el árbitro y el corazón de la democracia, pero que eso no basta. Esto porque las elecciones son intermitentes, cuando el ciudadano pretende intervenir en forma permanente, tener cierta función de monitoreo, de control, ser parte del debate público. En toda democracia existe hoy la búsqueda de una ampliación de sus formas más allá de las elecciones, a través de la deliberación. 

Hay una forma de simplificación cuando se afirma que las elecciones son lo único que cuenta. Esto implica una crítica absoluta de todas las autoridades independientes y los cuerpos intermedios, de los tribunales constitucionales y de la independencia de la Justicia. Y es una característica común a todos los populismos. La gente se siente atraída porque, en la mayoría de los casos, los partidos populistas son los partidos de la crítica. Por eso, para algunos parlamentarios, se puede ahora aprobar que se entreguen todos los fondos de las AFP y la ONP, bajo el discurso de que “eso es lo que quiere el pueblo”, sin importar poner en cuestión el principio constitucional sobre la seguridad social establecido en el artículo 10 de la Carta Magna, en vista que de aquí a unos 10 a 15 años no habrá fondos para pagar a los jubilados. Más adelante, con ese mismo discurso populista, se propondrá entonces que el Estado asuma una pensión obligatoria, sin importarles de dónde provendrán los fondos. Y si el Estado quiebra, le echarán la culpa al “modelo neoliberal”. Ellos jamás tienen la culpa. 

Para los populistas, los pueblos pierden soberanía bajo los regímenes liberales, que estarían a las órdenes del mercado. El argumento que utilizan es "recuperaremos la capacidad de actuar políticamente a través del proteccionismo". Se puede decir que existe una economía política característica del populismo, el nacional-proteccionismo. La respuesta populista a aquellos ciudadanos que no se sienten representados es la encarnación. El líder es la encarnación de la sociedad. Uno de los primeros que expresó esa idea-fuerza en la historia occidental fue Napoleón III, cuando decía "soy un hombre-pueblo". Perón decía lo mismo. La historia de los regímenes populistas nos muestra que, poco a poco, pueden convertirse en "democraduras". Es decir, una dictadura de los elegidos. Y eso pasa con mucha frecuencia gracias a un artilugio muy simple: la modificación de la Constitución para poder renovar los mandatos presidenciales ad infinitum. Y después, también es posible pasar de la “democradura” a la simple dictadura. En otras palabras, si bien el populismo no es una dictadura, puede convertirse en una. 

Conformarse con la democracia actual también presupone peligros. Un peligro criticable radica cuando uno se conforma con señalar el “iliberalismo” del populismo. Es fácil ceder a la tentación de decir que la democracia liberal es suficiente. El problema es que una parte de esa democracia tradicional puede caer en la tentación de contentarse con dar la palabra periódicamente a los electores y terminar instalando una oligarquía electiva. En otras palabras, las democracias liberales no son un modelo definitivo.

La respuesta para aumentar la calidad de la democracia supone una sociedad civil activa, una prensa dinámica y, sobre todo, instituciones sólidas. Por el contrario, lo que caracteriza al populismo en todas partes es la domesticación de todos estos factores.

Neptalí Carpio
13 de agosto del 2020

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