Eduardo Zapata

La democracia abierta

Según conceptos de la retórica clásica

La democracia abierta
Eduardo Zapata
04 de octubre del 2018

 

Con la literarización de la cultura en el siglo XVII, la palabra “retórica” pasó a significar ornato, superficialidad encantamiento verbal. Palabra sin referente. Virtual engaño. Y ese es el sentido que la palabra tiene para muchos. Pero para los clásicos del mundo clásico, la Retórica era la ciencia y el arte de la argumentación en busca de la verdad. Ejercicio de ciudadanía. Garantía de acuerdo social.

Sin embargo, hoy se le considera hasta obstáculo para las democracias modernas. Olvidando que la Retórica fue arma de transformación de la polis griega, herramienta para el ascenso del demos, del pueblo, en su lucha contra la tiranía. Mientras esta era dogmática, la democracia era retórica; mientras el poder centralizado era uniformizante, la otra era diferenciadora; mientras el autoritarismo es sentencioso, la democracia es argumentativa. La democracia, pues, era y es favorable a la Retórica, así como todo poder mercantilista de grupos le es profundamente hostil.

De esa Retórica traemos aquí dos conceptos para contribuir al esclarecimiento de la construcción democrática.

Por quaestiones finitae se entienden argumentos referidos a un tema concreto, relacionados con personas reales y circunstancias específicas de tiempo y espacio. Por quaestiones infinitae se entienden sentencias referidas a temas abstractos, relacionados más bien a clases de personas o situaciones por encima de tiempo o espacio.

En la medida en que una quaestio infinita se interioriza en contextos alejados del contacto con la vida concreta y no tiene por qué estar en permanente comprobación, estas quaestiones seducen por parecer aplicables a todo.

El ejercicio ciudadano sabía del intercambio de quaestiones finitae e infinitae. Pero la quaestio infinita también debía ser argumentada. No bastaba la enunciación del principio general. Era menester argumentar su aplicabilidad en casos concretos. Lo que podía desbalancear el ejercicio democrático era que un individuo argumentase con validez algo y que la formulación de una sentencia de supuesta validez universal —pero no argumentable— interrumpiese el diálogo.

La recurrencia a quaestiones infinitae no atentas a la argumentación, no atentas a las quaestiones finitae del hombre de a pie, enturbia el ejercicio de la ciudadanía. Y aun cuando medien declaraciones democráticas hay allí una visión totalitaria de la democracia. En el fondo, su negación.

El mundo excluyente de las sentencias de validez universal propicia, en definitiva, la construcción de una ficción democrática como un sistema cerrado, perfecto, terminado. Como un sistema, análogo al de un circuito electrónico, donde las funciones vienen predeterminadas y configuradas en un tablero. Tablero que de preferencia debe ser soldado para evitar la manipulación humana.

La democracia que creemos estar construyendo en el Perú, ¿está basada en quaestiones infinitae y corresponde a una visión de la democracia como un sistema cerrado? Si eso fuese así, no estaríamos sacudiéndonos debidamente del totalitarismo. Y estaríamos viciando desde un principio el Estado de Derecho y la autoridad.

 

Eduardo Zapata
04 de octubre del 2018

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