César Félix Sánchez

La cruz de Jerusalén

Hitos religiosos e históricos en Arequipa

La cruz de Jerusalén
César Félix Sánchez
02 de mayo del 2022


No es extraño encontrar en Arequipa cruces en las calles, de todos los tamaños y formas. Por lo general los vecinos, cuando llega mayo, el mes en que se celebra la
inventio Crucis, el hallazgo de la Santa Cruz por la emperatriz santa Helena, las celebran a lo grande. Cada cruz es representativa de un barrio y sirve como un punto de encuentro ritual y festivo para sus habitantes. Lo que se sabe menos es que muchas de estas cruces, especialmente las más antiguas, fueron puestas en lugares donde ocurrieron sucesos extraordinarios. 

Una de las más antiguas es la cruz labrada en el paredón de sillar del monasterio de Santa Catalina, en la calle Bolívar, que conmemora una aparición de ultratumba presenciada por el alcalde Juan de Cárdenas en 1643. También está la vieja cruz del Pasaje de la Catedral, donde se encontraba el viejo cementerio, el primero de Arequipa, lugar también de apariciones misteriosas, la más célebre de las cuales era la del llamado cura-sin-cabeza. 

Incluso ya en el siglo XX, en 1905, el párroco de Pocsi, Emeterio Retamoso, en un informe al obispo de Arequipa, mencionaba el caso de un campesino que había erigido una cruz en un puente donde una noche había tenido la mala suerte de encontrarse con un súcubo. 

Pero veamos el caso de una de las cruces más famosas del centro histórico, la cruz de Jerusalén, que se encuentra en la esquina de las calles Jerusalén y Zela, en el muro del convento de San Francisco. Hará tres años que escuché su historia, en una homilía del recientemente fallecido fray Pacífico Zegarra, franciscano que llegó casi a los cien años. La pongo por escrito, no en ánimo de parangonarme con Palma ni con mis paisanos Cateriano e Ibáñez, sino porque no la he visto escrita en ningún otro lugar y creo que merece la pena salvarla del olvido. 

Antiguamente ese lugar servía como apeadero para los jinetes que venían del campo. Hasta entrado el siglo XX todavía podían verse unas gruesas argollas que servían para atar a los caballos. 

A fines del siglo XVIII, dos amigos chacareros solían ir juntos a la ciudad todos los domingos. En cierta ocasión, uno de ellos, urgido por una quiebra inminente, le pidió a su amigo que le preste una suma de dinero, cosa que este hizo con gusto. Pasaron algunos años y el amigo acreedor, por delicadeza, no le mencionaba la deuda, hasta que, necesitando su dinero, se atrevió a preguntarle por la obligación. El deudor manifestó su extrañeza, incluso hasta se sintió ofendido: «¡Pero si usted no llegó a prestarme ningún dinero, compadre!». El benefactor burlado no podía creer tamaña trapacería por parte de una persona que hasta hace no mucho se preciaba de ser un leal compañero. Sin embargo, se contuvo y apeló al juicio divino: «Compadre, acompáñeme a misa». Y en el momento de la elevación de la hostia le exigió: «Dígame ante Nuestro Señor que no le he prestado nada». El deudor, muy suelto de huesos, no dudó en perjurar: «Ante el Santísimo lo digo, usted no me prestó nada». «Perfecto», dijo el estafado, «no me ha prestado nada, entonces. No le volveré a hablar del asunto». 

Acabada la misa, el perjuro se acercó al apeadero, como siempre, para desatar su caballo y montarlo. Apenas lo hizo, aparecieron repentinamente dos grandes perros negros que espantaron al animal, que se encabritó de tal manera que su jinete acabó estrellado contra el muro del apeadero, desnucándose en el acto. Los perros desaparecieron tan misteriosamente como aparecieron y nadie los volvió a ver. En el lugar del accidente, el vecindario decidió colocar una cruz como testimonio permanente del horror del pecado de perjurio, que clama venganza al cielo. 

Muchos otros monumentos y signos misteriosos existen en el centro histórico de Arequipa –como la misteriosa serpiente que sale de un cráneo en el pavimento externo de la catedral justo a la altura del lugar, dentro de la basílica, donde se encuentra el famoso Lucifer de madera, las inscripciones descubiertas en los muros de la iglesia de la Compañía de Jesús con el emblema del vítor, símbolo de triunfo académico en la España aurisecular, rescatado siglos después por Francisco Franco, la muy tardía águila bicéfala de la capilla del barrio del Solar o los rostros andróginos esculpidos en el Portal de Flores– que esperan todavía un cronista acucioso que revele sus secretos.

César Félix Sánchez
02 de mayo del 2022

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