César Félix Sánchez
La alternativa López Aliaga
Reivindica la tradición moral cristiana y la libertad económica

Hasta hace algunos meses, los que manifestábamos nuestro apoyo a la candidatura de Rafael López Aliaga éramos considerados, incluso en algunos predios conservadores y cristianos, como extravagantes dispuestos a «perder el voto». Es que para muchos «espíritus fuertes» y otros maestros casi siempre fracasados del cálculo político, la cuestión era subirse a algún carro ajeno de alguno de los múltiples seres indefinidos, pero maleables, que existen en la política nacional; y que, precisamente por esa indefinición, podían tener arraigo en un electorado al que se considera a priori como carente de una concepción del mundo.
Pero López Aliaga parecía encarnar lo que algunos habíamos aspirado desde hacía tiempo: que, sin intentar monopolizarlos, apareciese alguna alternativa política que, por convicción, reivindicase los principios «no negociables» de la tradición moral cristiana, junto con la economía libre y la defensa de la soberanía nacional. No de la manera instintiva como lo solían hacer otrora muchos políticos en un país todavía bastante tradicional como el Perú, sino de forma consciente y esencial. Aun si esta alternativa no tuviera un éxito inmediato en las elecciones. Dado que –y esa es la lección del FREPAP– cuando la doctrina está clara y los militantes motivados, a la larga se triunfa, aun si a la decimoctava vez, gracias a la perseverancia. Porque finalmente en la política la única derrota real es traicionar y abandonar los principios.
En un artículo de hace algunos meses, sobre las posibilidades políticas para el 2021, considerábamos como muy remota pero no imposible la aparición de un líder conservador que pudiera abrirse paso entre las ruinas del fujimorismo y que reúna al voto evangélico, al de los defensores de la economía libre y que se proyecte incluso a captar al electorado nacionalista del sur andino. Y quizás López Aliaga esté haciendo esto.
Hubo dos puntos de inflexión: el primero fue el cerco mediático que inicialmente sufrió y que acabó jugándole a su favor. Porque el único canal de televisión que le daba espacio era también el único que se atrevía a dar versiones alternativas en medio de la absoluta unanimidad de las tiranías sanitarias, de las excomuniones a medicamentos y a científicos por parte de políticos y periodistas y del culto a Vizcarra y a sus aliados morados, que estuvieron a punto de poner a una marxista feminista como presidente. A medida que se deterioraba la hegemonía de la narrativa oficial, mucha gente se volcó a este canal y, en consecuencia, al candidato López Aliaga, dándole una base crítica, que, aunque pequeña, lo acabó por posicionar como la única alternativa real ante un coro de repetidores de consignas.
El segundo punto de inflexión –y más importante, creo yo– fue su oposición pública y rotunda a la segunda cuarentena. Mientras tantos políticos que, in pectore, pueden ser muy críticos pero que ante las cámaras temen que los dueños de la narrativa los consideren “bárbaros” e “incivilizados”, por no apoyar lo que “toda persona decente” apoyaría (es decir, medidas fracasadas de dudosa efectividad pero que tienen el sello de calidad globalista), López Aliaga dijo lo que pensaba. Y era precisamente lo que estaba esperando un sector nada desdeñable de peruanos; particularmente de los sectores menos “sofisticados”, cansados de ser infantilizados por un gobierno que les destruye la vida y los insulta con una limosna ineficaz.
López Aliaga no es José Antonio Kast ni Jair Bolsonaro. Pero el Perú no es Chile ni Brasil. Aquí tenemos a un comerciante de talante apacible y de profunda piedad religiosa, no a un habilísimo e inteligente dialéctico ni a un líder militar de ethos imperial. Y su perfil no es distinto en esencia al de muchos peruanos emprendedores que solo quieren que el Estado deje de distorsionar sus vidas y las de sus familias con ideologías y medidas antisociales.
La candidatura de López Aliaga tiene ante sí cuatro escenarios posibles ahora. Y los cuatro son victoriosos, aunque en diverso sentido. Si pasa la valla, cosa que ya es casi un hecho, existirá una bancada con principios cuyo rango de acción, en un contexto de dispersión, se multiplicará. Si logra sacar más votos que De Soto, cosa también probable, enseñará a los liberales utópicos a no despreciar el potencial político de la cosmovisión tradicional peruana por acomplejamientos globalistas; y a lo mejor marcará el camino a una unión ordenada de esfuerzos fructíferos en el futuro. Si queda tercero o cuarto, en la segunda vuelta quizás alguno de los “finalistas” pueda firmar compromisos que salven algunos puntos programáticos para recibir su endose. Y finalmente, si pasa a la segunda vuelta contra alguna alternativa antisistema, podríamos tenerlo en Palacio el 28 de julio. Así que para él, a diferencia del caso de figuras antiguas como Keiko Fujimori o Verónika Mendoza, casi todos los escenarios son un triunfo.
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