José Beteta

Juicios sagrados, respuestas urgentes

Sobre el discurso del Papa en Puerto Maldonado

Juicios sagrados, respuestas urgentes
José Beteta
26 de enero del 2018

 

No habían pasado 24 horas desde que el papa Francisco pisó suelo peruano, y en su primer mensaje en la ciudad de Puerto Maldonado, el Papa invertía toda la energía que quizás podíamos esperar de él. Pero que quizás no queríamos esperar de él. El evento central tuvo como invitados a líderes y pobladores de diversas comunidades nativas amazónicas. “El pueblo” se sentó adelante, al mismo nivel que el Papa, cerca de él. Las autoridades públicas y eclesiales atrás, en una tribuna.

Había indígenas de Perú, Bolivia y Brasil. Desfilaron frente al Pontífice diversos voceros asháninkas, shipibos y awajunes. Y el encuentro estuvo caliente. Casi todos los líderes que se dirigieron al Papa hablaron de los “foráneos” y de aquellos que querían contaminar sus bosques por oro, madera o petróleo. “Hoy estamos vivos y seguimos resistiendo. El espíritu de nuestros antepasados nos acompaña, le pedimos que nos defienda”, dijo Yésica Patiachi.

“Los foráneos nos ven débiles e insisten en quitarnos nuestro territorio de distintas formas. Si logran quitarnos nuestras tierras podemos desaparecer”, agregó más adelante Patiachi. Y ese miedo a “desaparecer”, figura que usaron al menos un par de líderes en sus respectivos discursos, le dio una tonalidad más dramática aún al momento.

Pero el problema con este evento no solo se limita a lo que el Papa y los líderes amazónicos dijeron. Quizás no les faltó razón para decir lo que decían, su sensibilidad social no está en duda. El problema es el escenario que nos dejan este tipo de acontecimientos en un contexto en el que la inversión privada, formal y responsable es más necesaria que nunca para poder salir de la parálisis económica.

Primero, la sacralización de la tierra amazónica (el Papa usó la frase bíblica de Moisés frente a la zarza ardiendo, “quítate las sandalias”). Segundo, su mención del “neo-extractivismo”; un concepto muy querido por sectores académicos de izquierda, que entienden que cualquier actividad extractiva —sin distinción— es dañina. Y tercero, su crítica sin tapujos al modelo capitalista, por promover un estilo de vida cuyo costo en la naturaleza es irremediable.

Todos ellos son juicios explícitos que no pueden quedar sin respuesta. No solo porque creo que es tiempo de pensar en la selva de forma realista y comprometida, sino también porque ¿qué legitimidad o impulso puede tener la inversión extractiva en la Amazonía después de este evento?

Por otro lado, posiciones tan contrarias a la inversión privada, además de generar este ambiente enrarecido, dejan flotando en el aire graves preguntas: ¿será verdad que la empresa le roba la tierra a los indígenas?, ¿que la empresa contamina los bosques?, ¿que los indígenas van a desaparecer por culpa de los “foráneos”?

Y preguntas así de relevantes tampoco pueden quedar sin respuesta. Y cuando hablo de respuestas, me refiero a estrategias de relacionamiento transparentes y éticas, a inversión en desarrollo sostenible de acuerdo a las necesidades reales de las comunidades. Me refiero a demostrarle a la opinión pública que desde el sector privado y el Estado, el compromiso con la selva es real, se cumple, y es a largo plazo.

Es evidente que el discurso del Papa encuentra eco y consigue evidencia en la realidad. Y estemos de acuerdo o no con su postura, el Estado y la empresa tienen una deuda histórica con la selva. Ambos, entonces, deberán responder con propuestas, soluciones y estrategias concretas, y con una energía proporcional a la del Papa. Nada menos.

No esperemos que los congresistas de izquierda empiecen a promover proyectos de ley en contra de la inversión privada en la Amazonía. Combatamos la minería ilegal y la deforestación clandestina primero. Estos son los principales enemigos de nuestras comunidades nativas.

 

José Beteta
26 de enero del 2018

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