Jorge Morelli

Jefes e indios

La izquierda nuevamente quiere unirse

Jefes e indios
Jorge Morelli
30 de enero del 2019

 

Víctor Andrés Ponce exagera para fines didácticos cuando llama “soviets” a los gobiernos regionales de Puno, Junín, Moquegua, y a los partidos aspirantes de la izquierda radical que ya hicieron su primer ensayo teatral en Huancayo. Y se anuncian tres más. ¿Qué están tramando estos gallos? No tienen forma de ponerse de acuerdo en lo ideológico, de manera que piensan contentarse con un plan B: pegar entre sí los retazos de un programa común. Ya veremos la consistencia de ese programa común.

Por lo pronto, lo urgente es que uno de ellos sea ungido jefe. Cohabitar en una misma tienda de un solo jefe, sin embargo, es algo a lo que no están ni remotamente habituados, educados como están en el juego letal del más radical, aprendido de Lenin, Trotsky y Stalin. Si no consiguen superar su incurable desconfianza —es el karma del radicalismo— cada encomendero se quedará por su cuenta con sus indios.

Este asunto de los jefes y los indios es crucial. En teoría podrían mantener sus tiendas separadas dentro de un mismo frente electoral, pero el enigma mal resuelto de la identidad del jefe único va a desplazarse y disfrazarse de un debate sobre el programa. Aquí reaparece entonces la contradicción. Para marcar su terreno en todas las esquinas, la competencia va a ser sobre cuál es el programa más radical, más revolucionario, más antiminero, más antisistema.

No obstante, el frente único necesita más que concesiones al programa del otro. Es la cuadratura del círculo. Generaciones anteriores de radicales sucumbieron ante ella. La generación actual recién va a descubrirla. Pero es forzoso tomarlos seriamente y examinar cómo sería ese “programa común”. Afortunadamente, han tenido la transparencia de adelantárnoslo. Se trata de siete puntos destinados a ocultar que se trata de uno solo, un único “plan”: una nueva constitución, con su respectiva asamblea constituyente a la venezolana, es lo primero en el “programa/plan” para copar todo el poder. Faltaba más.

El “plan” incluye, luego, revisar todos los contratos-ley de concesión de recursos naturales. ¿Para entregar la propiedad del subsuelo a las comunidades andinas y amazónicas poseedoras del suelo? No. Los recursos naturales tienen que seguir en manos del Estado. Si no, ¿cómo va a hacer la revolución un Estado sin el control de los recursos naturales?

El “plan” también incluye su instrumento: la “autonomía de las regiones en cuanto a zonificaciones económicas y ecológicas”. Se apunta a expropiar las concesiones privadas mineras, energéticas y forestales. Redondea el ”plan” una descentralización tributaria y fiscal, de manera que cada región cree sus impuestos, los recaude con su propia mini Sunat y los gaste como crea conveniente. O sea, varios países: uno para cada jefe con sus indios.

Respecto de los “indios”, finalmente el “plan” de sus jefes prevé que las comunidades andinas y amazónicas se contenten con una “consulta previa de carácter vinculante” y con lo que el futuro Estado revolucionario les dé a título de “reparto de utilidades de las trasnacionales”. Hay una contradicción insoluble en esto, que atraviesa el centro mismo del “plan”, pero pasa inadvertida para los jefes. Hay, por último, unos “gremios y organizaciones sociales reprimidas”. No son un problema, porque los jefes les ofrecen un “trato”. No preguntemos más, es un misterio gozoso.

Hace bien Víctor Andrés Ponce en llamar “soviets” a este orden de cosas, en el que cada jefe tiene el suyo. Lo bueno es que la izquierda radical nos ha adelantado su “plan” y ya sabemos cómo combatirlo: es calco y copia del chavismo. Con razón no pueden denunciar a Maduro.

 

Jorge Morelli
30 de enero del 2019

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