Juan C. Valdivia Cano

Humanidades humanistas

La educación como descubrimiento de nuestra humanidad

Humanidades humanistas
Juan C. Valdivia Cano
27 de septiembre del 2023


Además de los paradigmas o esquemas escolásticos que determinan la concepción educativa, que mantienen a la educación mayoritaria peruana en
la tradición premoderna, otro factor en la debacle educativa en todos sus niveles (ahora se extiende, en lugar de solucionarse, a muchos postgrados a nivel regional) es la desaparición o ninguneo de las humanidades. Casi nadie se opuso críticamente a la eliminación o reducción de los llamados dos años de Letras o Humanidades (justamente) Años Previos o Estudios Generales, cuando ésta se produjo a fines de los sesenta o en los primeros del setenta. Agréguese a esto la tecnologización dogmática de la pedagogía (su enseñanza reducida a un proceso para adquirir técnicas sin humanidades); la dogmatización por la vía del marxismo escolástico en una buena parte de universidades (incluso en universidades que no son de tradición marxista); la casi desaparición de los programas de filosofía (pilar de las humanidades) y no tendría que sorprendernos el estado de cosas educativo al que hemos llegado. Todo ello en un contexto histórico de profunda confusión, en gran parte consecuencia de ese estado de cosas educativo, en un complicado y siempre novedoso contexto nacional y mundial. 

Salomón Lerner, respetable ex Rector de la PUCP y respetable ex Presidente de la Comisión de la Verdad, en una visita a Arequipa, nos hacía ver su preocupación a este respecto, desde su respetable punto de vista: “Las universidades, si son fieles a su espíritu original, a ese ethos fundamental que se halla condensado en la idea de una formación humana integral, pueden y deben cumplir con la señalada tarea de modelar a sus estudiantes dentro del espíritu que inspira al sistema democrático y, adentrándose en los valores que la democracia supone, convertirse en gestoras de la formación de un espíritu ciudadano rico y plural. Ahora bien, esto no ocurrirá si ellas consienten en reducir sus funciones al simple cometido de producir técnicos (...). La formación integral que proporcione la Universidad debe significar, pues, el despertar de una conciencia ética”, (La educación y los Derechos Humanos, UNSA, mayo 2005). Esa tecnologización ha llegado (como discurso) a la enseñanza de la pedagogía como ideología tecnologista, una vez expulsado el espíritu humanista de la mayoría de universidades, abierta o disimuladamente. Pero la buena asimilación de la tecnología parece estar ligada a un tipo de mentalidad que no es precisamente la del espíritu tradicionalista escolástico, que repite la tradición pero no la re crea. De ahí la máscara, el fingimiento, la inautenticidad, la falsa modernidad, la falsa tecnología, la falsa república, la falsa democracia: la cultura bamba. etc. Constituciones y leyes nuevas, basada en valores modernos, tratando de convivir con sociedades viejas, basadas en valores básicamente pre modernos.

Hay que considerar esa expulsión de las humanidades entre los condicionamientos de nuestra baja calidad educativa actual, que a los gobiernos no parece inquietarles (la educación es un ministerio más como otros del poder ejecutivo). Atención que el ex Rector de la Universidad Católica de Lima no sostiene que en las universidades hay que difundir el catolicismo o el marxismo (aunque él sea católico y haya sido Rector de la Pontificia Universidad) sino el pluralismo y los valores democráticos o cívicos, es decir, los derechos humanos, los valores modernos creados y reconocidos en la Constitución: la dignidad, la libertad, la tolerancia, la igualdad ante la ley, etc., contra el mayoritario consenso. Hay que decirlo porque este es justamente el problema: en el Perú las exiguas élites cultas siempre han ido por un lado y la mayoría por otro. Y hay que resaltar que Salomón Lerner no habla de moral tradicional (la mayoritaria) sino de un despertar ético. ¿Quiere decir que estamos dormidos éticamente? Creo que es evidente que sí, aunque habría que aclarar previamente lo que cada quien entiende por “ética”, “moral”, etc. Todo ello, como dice él ex Rector de la PUCP, dentro del “espíritu que inspira al sistema democrático y adentrándose en los valores que la democracia supone”. Creo que esto está muy claro y demuestra una gran honestidad. 

Las humanidades aparecen en la cultura clásica y reaparecen en el Renacimiento europeo: el amanecer de la modernidad. Pero nosotros como países básicamente pre modernos no tuvimos Renacimiento, ningún amanecer moderno: ni Reforma, ni Ilustración, ni revolución, etc. y, en consecuencia, no tuvimos nunca humanidades de verdad que renacieran en una versión moderno andina, salvo entre las exiguas elites de siempre y en casos excepcionales. De ahí el apelativo de “hijos de la Contrarreforma” de Octavio Paz. Como los peruanos no somos precisamente modernos, a pesar de algunas apariencias, o salvo por excepción, no renacimos. Nuestras humanidades regionales son como simples rellenos con materias dispersas que nadie sabe con claridad para qué se mantienen tal como están. Renacimiento y modernidad y en consecuencia humanidades de verdad, son incompatibles con el espíritu de la Contrarreforma, nuestro espíritu.

Humanidades viene, como es evidente, de humanismo, pero el significado preciso de humanismo es menos evidente en nuestro medio cultural, no sólo por la vaguedad que ha adquirido el término con el tiempo, sino por razones ligadas a nuestra historia hispano andina, que hemos esbozado ligeramente en párrafo anterior. La palabra “humanismo” no significa solamente relativo a la humanidad o relativo al ser humano. Si así fuera todos seríamos humanistas en cierta manera, en todas las épocas y culturas. La palabra humanismo tiene un sentido más preciso que, por tanto, excluye otros cuando baja de la generalidad y se define más específicamente. El humanismo, como actitud, como hecho histórico social e ideológico o cultural, es un producto de la época clásica greco-romana, es decir, de aquella cultura que desde el punto de vista cristiano y con un sentido despectivo se llamaba “pagana”. Aunque el término humanismo fue usado por El término pagano puede proporcionar la clave del humanismo. El humanismo re-nace en la baja Edad Media y con él renacen las humanidades (entre ellas el derecho romano) que preparan el Renacimiento del siglo XV. Y por eso no se llama nacimiento, sino Renacimiento (de la antigüedad) pero dentro de una cultura milenariamente cristianizada. Esa es la diferencia ¿Qué es lo que renace en el Re-nacimiento entonces? No sólo las volutas del estilo dórico, obviamente, o tal o cual aspecto aislado de la cultura antigua, como se suele creer o hacer creer, sino su visión integral o pagana de la vida, su arte, su política, su ética. Pero no es una mera repetición de lo mismo, por supuesto, eso no es posible: renace su espíritu. Y hasta los Papas se contagian, por ejemplo Rodrigo Borgia, llamado Alejandro VI, el de la bula que repartió América hispana y portuguesa.

El diccionario Yahoo (ver humanismo) le atribuye un sentido más amplio y a la vez más preciso a esta palabra: “El Humanismo comienza siendo en el Renacimiento una aproximación al hombre y un rechazo al teocentrismo medieval. En el Renacimiento vemos cómo se descubre al hombre en todas sus dimensiones: su anatomía desde el punto de vista científico, y al cuerpo humano desde el punto de vista estético. El Humanismo del Renacimiento debe ser visto como un interés primordial por el hombre y por todo su quehacer. Es una doctrina que antepone, frente a cualquier otra instancia, la felicidad y bienestar del hombre en el curso de su vida. El término tiene su origen en las corrientes teórico-pragmáticas que durante el Renacimiento europeo se rebelaron contra las limitaciones de tipo moral impuestas por la teología dogmática de la Edad Media”. Y de paso contra la idea de la felicidad y bienestar después de la muerte. Ahora se trata de pasarla lo mejor posible aquí en la tierra, en este valle que no tiene por qué ser sólo de lágrimas. Nada humano me es ajeno decía un pensador clásico: Plauto. Era la frase favorita del modernísimo Karl Marx. 

Esas “limitaciones de tipo moral impuestas por la teología dogmática de la Edad Media” son en gran parte las nuestras todavía, como occidentales pre modernos que aún somos como conjunto social. Y no solo algo exclusivo de tal o cual grupo socio económico. En nuestras condiciones ideológicas e históricas no se considera como de “interés primordial” “al hombre y su quehacer frente a cualquier otra instancia”, como en la cultura greco latina. “Pagana” es aquella cultura en la que se admira al hombre por sobre la naturaleza o los dioses. En ella no existe la idea de obediencia a un Dios único, fundamento de una única moral obligatoria y general. Los griegos y romanos no creían en absoluto en ese Dios único, ni en su infierno ni en su pecado, ya que siendo politeístas, es decir pluralistas, estaban condicionados psíquicamente para la tolerancia de todos los dioses y religiones y, a la larga, de todos los puntos de vista. Fernando Savater: “Los griegos sintieron pasión por lo humano, por sus capacidades, por su energía constructiva (¡y destructiva!), por su astucia y sus virtudes... hasta por sus vicios. Otros pueblos se pasmaron ante los prodigios de la naturaleza o cantaron la gloria misteriosa de los dioses; pero Sófocles, resumió la opinión de sus paisanos al escribir en una de sus tragedias: “De todas las cosas dignas de admiración que hay en el mundo, ninguna es tan admirable como el hombre”. (Política para Amador, Edit. Ariel, Barcelona, 15º Edición, pág. 83). Que el pagano Sófocles ponía al hombre por encima de los dioses y la naturaleza no era un caso aislado. 

¿Cómo separar la economía, de la política, del derecho, etc., en una realidad concreta? Se requiere que la universidad eduque a quienes quieran mantener más acá o más allá de las especialidades, la posibilidad de educarse integralmente, aquellos que no sólo quieren conocer sino también interpretar y recrear la realidad integralmente. Para eso está la Filosofía, el Derecho, el Arte, la Literatura, etc., enseñados por profesores humanistas. El ciudadano es el producto del humanismo, que le da esa capacidad de adecuarse a la tonalidad y potencia de su tiempo, como dice Antonio Negri. Lo cual es fundamental y decisivo en la vida de la comunidad: la necesidad de ver la realidad como un todo ubicándose y reconociéndose en él. A partir de esa visión global que, sin embargo, se concentra en lo determinante, tal vez podemos trazar un camino educativo coherente.

Ligado a la visión integradora de las humanidades está el autoconocimiento, el délfico conócete a ti mismo que es fundamental no sólo para entender la cultura antigua, sino toda la cultura occidental y especialmente para aplicarlo en el proceso (auto)educativo. En las humanidades hay que contar con la subjetividad. En estas disciplinas el objeto de investigación es el propio sujeto y su contexto entero y no puede hacer abstracción de sí mismo, de su peculiar humanidad. La separación es artificial o abstracta. Al investigar a otros se investiga a sí mismo sin mutilaciones, en su concreción. Al investigarse a sí mismo conoce mejor al otro, a los otros, y puede entenderlos y entenderse mejor. Esto es humanismo. 

A este respecto el doctor Salomón Lerner también nos dijo algo verdaderamente remarcable en su visita a Arequipa, con motivo de su nombramiento como doctor Honoris Causa por la UNSA. Me parece que esto es ignorado o mal entendido o ninguneado entre docentes y discentes peruanos: “... la educación como descubrimiento de nuestra humanidad debe ser llevada a cabo por uno mismo. Esto significa que es uno, en su esfera más íntima, el que debe terminar descubriéndose como pieza insustituible de una historia compartida (...) la realización humana requiere de un proceso de autodescubrimiento y despliegue de nuestras posibilidades y capacidades (...) cuando hablamos de reconocer a otro nos estamos refiriendo a reconocerlo como ser singular único e irrepetible, nos estamos refiriendo a reconocerlo en su diferencia...”

Y hay que ligar la idea del auto conocimiento a la idea de cultura, pues, ser culto no significa acumular información en la cabeza, sino conocerse uno mismo en el afán de auto formarse, de desarrollar las propias potencialidades en armonía, con y sin ayuda, en el proceso de combate con los propios defectos. Auto interpretarse o analizarse posibilita auto transformarse en lo que uno es auténticamente y no seguir siendo lo que el resto quiere y ha querido y querrá que uno sea. Eso es el desarrollo: un salto cualitativo. Personal o social. Si se llama reforma o revolución no importa. Para este sentido de cultura no basta la erudición, la información, la lectura por la lectura. Hay que aplicar esos conocimientos e informaciones a nuestra personal y específica realidad, para cambiarla en lo que haya que cambiar. Ese “yo” implica la realidad nacional entera porque, parafraseando a Ortega y Gasset, no basta con el “yo” (suponiendo que hay uno sólo) “yo”, sino también sus circunstancias, el contexto de la problemática humana de su tiempo. Por eso tampoco es sólo asunto psicológico, cosa de tenderse en el diván del doctor Freud, sin menospreciar al revolucionario doctor Freud.

No se trata tampoco de la denominada “cultura general”, que es un nombre redundante, porque la cultura sólo puede ser general. Ortega y Gasset lo decía claro en los años veinte: “Cultura general. Lo absurdo del término, su filisteísmo, revela su insinceridad. Cultura, referida al espíritu humano — y no al ganado o los cereales— no puede ser sino general. No se es culto en física o en matemáticas. Al usar este término cultura general se declara la intención de que el estudiante reciba algún conocimiento ornamental y vagamente educativo de su carácter o de su inteligencia. Para tan vago propósito, tanto da una disciplina como otra (...). Pero es el caso que si brincamos a la época en que la Universidad fue fundada para transmitir lo que entonces constituía, entera y propiamente, la enseñanza superior... todo era cultura general”. (Id.).

Es con la aparición y el desarrollo de las ciencias modernas que surgen los “compartimentos estancos”, es decir, las especialidades, disciplinas que construyen sus objetos con partes de la realidad aisladas físicamente o por abstracción y que constituyen sus propios métodos. Sin embargo, hay áreas del conocimiento de la realidad que no llegan a alcanzar esa autonomía, que no son ciencias en el sentido moderno, que es el de la especialidad y el fin cognitivo. Esas disciplinas que no llegan a desprenderse de la totalidad son las que constituyen las humanidades, que son lo contrario de una especialidad científica y tienen otros fines, medios, objeto y método. ¿Qué es lo que caracteriza a estas disciplinas? ¿Qué es lo que les impide alcanzar la autonomía necesaria para constituirse en especialidades? No sus carencias, por supuesto, sino su complejidad, su riqueza, su apertura, su concreción: tratan del espíritu sin excluir la naturaleza, que es objeto de las ciencias. ¿Pueden las humanidades ser enseñadas por especialistas? No lo creo. Las humanidades sólo pueden ser bien enseñadas por humanistas. Algunos ciudadanos tienen que ver integralmente la realidad, y la Universidad tiene que garantizar su existencia, so pena de enajenación masiva o retorno a la barbarie. Situación ideal para cualquier despotismo, caldo de cultivo de toda satrapía. No olvidemos que el especialista es, para Ortega y Gasset, el bárbaro moderno.

Juan C. Valdivia Cano
27 de septiembre del 2023

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