Pedro Corzo
Huelgas de hambre colectivas
De los prisioneros políticos en Cuba

Una vez más un grupo de hombres y mujeres, enarbolando el decoro que le falta a muchos, han decidido poner su vida en peligro y denunciar los crímenes sistemáticos y permanentes que comete el régimen de los Castro. Esos valientes han retomado una tradición de los opositores cubanos que se ha fortalecido en la lucha contra el totalitarismo: las huelgas de hambre, una gesta que un entrañable amigo, que decidió permanecer en Cuba, definía como, “morir a plazos y tal vez seguir viviendo luego.”
La decisión de ir a una huelga de hambre es compleja, difícil. No faltan quienes la critican; sin embargo, otros recurren a ella porque la consideran un arma estratégica contra el régimen si logra hacer eco en la opinión pública internacional, ya que dentro de Cuba esa opinión no existe como consecuencia de la censura integral existente.
Las consecuencias de una huelga son impredecibles, máxime cuando esta es masiva como la que protagoniza José Daniel Ferrer, líder de la Unión Patriótica de Cuba, un hombre que ha demostrado coraje y entereza en todas sus actividades.
Ferrer, ex prisionero político de la Primavera Negra, inició el ayuno el 20 de marzo último, al que se han incorporado varios activistas de dentro y fuera de la Isla. El reclamo de todos es justo, con una demanda razonable: el cese de la represión y poder seguir ayudando a los necesitados, en un país donde la necesidad es el más común de los denominadores.
La sombría situación cubana se ha agudizado desde el momento que estos activistas decidieron declararse en huelga de hambre en un país donde las necesidades son masivas y las oportunidades para resolverlas prácticamente nulas. El gobierno es incapaz de resolver los problemas sociales de la población, aunque ejerce un férreo control sobre la asistencia social, como corresponde al Estado totalitario que representa. Ellos serán criminales, pero no tontos, un estado absolutista no permite ninguna gestión independiente.
La policía política y sus sicarios acosan a los huelguistas, intimidan a la familia y procuran por todos los medios romper la unidad de los protestantes. De ahí la necesidad de manifestar en todas las instancias posibles la solidaridad con aquellos que han puesto en peligros sus vidas para reclamar los derechos de todos.
Las condiciones físicas de los huelguistas están en constante deterioro, y sabemos a ciencia cierta que de seguir así la muerte es un seguro destino. De ahí la necesidad de que los que crean sinceramente en la Libertad y los Derechos Humanos se sumen al reclamo del exilio, de parlamentarios de la Unión Europea, del Relator de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos. En particular esos políticos que en defensa de la Pluralidad, la Tolerancia y la Diversidad demandan que a la dictadura cubana le levanten las sanciones, cese el embargo y sea retirada de la lista de países terrorista, donde se reafirma que debe estar por la constante opresión y represión que practica contra los que disienten del régimen.
No tengo dudas, aunque no los comprendo, que en Estados Unidos y América Latina hay políticos, académicos, dirigentes sociales y creadores que creen de buena fe que el castrismo merece gestionar a Cuba y su pueblo en base a sus expectativas. Pero si son sinceros en esas ideas, deberían ponerse del lado de José Daniel y sus compañeros huelguistas, porque estos están reclamando el derecho de ayudar a su prójimo, de asistir a los más necesitados.
Por ejemplo, escuché en la radio que el 42.2% de la población de Argentina está en pobreza extrema. Una dolorosa cifra, pero no creo que a pesar de las inclinaciones ideológicas del presidente Alberto Fernández y de su vicepresidente Cristina Fernández ellos reprimirían a los sectores de la oposición que ayuden a esos necesitados.
Ser consecuente en política es un mandato irrevocable, Por ello, el gobierno de Argentina y los muchos justicieros que reclaman igualdad de oportunidades, entre ellos los Pastores por la Paz, deberían exigirle al gobierno de la Isla que cese la represión y permita a los huelguistas cumplir con el compromiso social que voluntariamente contrajeron.
Me dice mi esposa que despierte, que esos sueños bonitos no se cumplen.
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