Eduardo Zapata

Huachafería en el poder

Lleva a la sensiblería populista y a la inacción grandilocuente

Huachafería en el poder
Eduardo Zapata
22 de febrero del 2024


Acabo de releer la magnífica novela
Le dedico mi silencio de Mario Vargas Llosa. Para mi gusto personal una de las tres narrativas literarias más brillantes del autor. Junto a Los Cachorros y Conversación en La Catedral. En las cuales los episodios de vida y la voz de los personajes tienen casi siempre huellas deliberadas de trozos de vida y de voz del escritor.

Pero como esta no es una crítica literaria, me dedico particularmente al  capítulo XXVI. Donde supuestamente en la voz de uno de los personajes –Toño Azpilcueta– hay una lúcida reflexión sobre la huachafería y donde de entrada se distingue entre la cursilería o el kitsch de lo huachafo. Al respecto se nos dice que: “La cursilería es la distorsión del gusto. Una persona es cursi cuando imita algo –el refinamiento, la elegancia– que no logra alcanzar y, en su empeño, rebaja y caricaturiza los modelos… La huachafería no pervierte ningún modelo, porque es un modelo en sí misma; no desnaturaliza los patrones estéticos sino, más bien, los implanta, y es no la réplica ridícula de la elegancia y el refinamiento, sino una forma propia y distinta, peruana, de ser refinado y elegante”.

Se trata pues –sea en la voz de Toño Azpilcueta o de Vargas Llosa– de una variante peruana de la cursilería. “… una de las contribuciones del Perú a la experiencia universal; quien la desdeña o malentiende queda confundido respecto a lo que es este país, a la psicología y cultura de un sector importante y acaso mayoritario de los peruanos. Porque la huachafería es una visión del mundo a la vez que una estética, una manera de sentir, pensar, gozar, expresarse y juzgar a los demás”. Y ciertamente hay huachaferías aristocráticas y proletarias.

Por su naturaleza –y para bien o para mal– la huachafería está más cerca de ciertos quehaceres y actividades que de otros, pero, en realidad, no hay comportamiento ni ocupación que la excluya en esencia. Y así nos encontramos precisamente con la huachafería en el Poder.

Aparte de las buenas intenciones, el Poder resulta seductor. Por sí solo o lamentablemente como un medio para acceder al dinero o como un instrumento de afirmación de autoestima. Pero visualizando las imágenes de los ´poderosos´ entre nosotros constatamos que el Poder –más allá del dinero en sí– sabe más de autoestimas bajas y de oropeles y de externalidades que del Poder en sí mismo.

Personajes políticos que nunca lo soñaron persiguen el Poder por la seducción de comparsas de seguridad. Los motociclistas llamados liebres despejan sus caminos. Agentes de seguridad cada vez más numerosos siempre los rodean. Y más que seguro que con sus cursos de media training deben creer hasta que hablan bien. Los ascensores exclusivos, edecanes y hasta cortes de asesores y secretarios parecen alimentar conductas  huachafas que parecen dar derecho –a quien adquiere una posición de poder transeúnte– a contratar a la querida o querido ocasional, a las decisiones discrecionales amiguistas, a la maniobra oscura y al psicosocial barato; y a un cinismo proverbial derivado de sentir un Poder omnisciente. Aunque se trate de compensaciones a autoestimas frágiles y aunque la proyección de estas imágenes constituya un daño moral serio. 

Y regreso a Le dedico mi silencio. Allí dos personajes –Toño Azpilcueta y Lalo Molfino– son víctimas de un rasgo malsano de la huachafería: la tendencia a ocultar o menoscabar el éxito ajeno para que brille lo propio. Pero en la novela hay un tercer personaje –Cecilia Barraza– que logra sobreponerse a los condicionamientos.  Y triunfa. Siendo ella quien precisamente recibe un reconocimiento tanto del escritor en la novela como en las declaraciones del propio Vargas Llosa.

La huachafería (que, obvia decir, alienta la corrupción) y en voz del Vargas Llosa todo, se alimenta más de la ingenuidad y de una sensibilidad llevada a la sensiblería; escasos contactos tiene con la razón. De modo que siendo un condicionamiento social, la huachafería está no solo reñida con la razón sino abierta a la sensiblería populista; a la inacción grandilocuente. De donde la huachafería en el Poder no puede signar la propuesta ni el ejercicio político serio. Los resultados –tristemente– los sufren los gobernados todos.

Eduardo Zapata
22 de febrero del 2024

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