Miguel Rodriguez Sosa
Historia de próceres y sublevados
La cruenta sublevación del curaca Pumacahua y los hermanos Angulo
A medida que se aproxima la fecha en que se ha de conmemorar el bicentenario de la batalla de Ayacucho, el día 9 de diciembre, se activan corrientes historiográficas retomando el cauce de ideas sobre los llamados próceres y precursores de la independencia del Perú; hasta se distingue entre los primeros, que serían actores con participación directa y decisiva en la lucha contra el «régimen colonial», y los segundos, quienes manifestaron ideas y doctrinas que cuestionaban el «dominio colonial», pero no necesariamente tomaron parte activa en las confrontaciones directas.
Se ha edificado así una versión de la memoria histórica que expone una continuidad y convergencia de esfuerzos enfrentados al orden político y social establecido por el imperio español en territorios que resultarían conformando el Perú que consigue su independencia de lo que erróneamente se ha denominado régimen o dominio colonial, un estatuto que en realidad nunca tuvo el Virreinato del Perú.
Hasta hay la Ley 29891, promulgada el 26 de junio del 2012, cuyo objeto es «promover la identidad nacional y la cultura» mediante la publicación de reseñas históricas de héroes y personalidades ilustres, entre los cuales se ubica a esos próceres y precursores, y se oficializa ambas condiciones en una relación de nombres.
Por otro lado, se hace presente el esfuerzo académico por revelar procesos y actuaciones que son mostrados como concurrentes al punto culminante de ese 9 de diciembre de 1824 resaltando que el hecho de armas acontecido efectivamente consolidó la independencia del Perú. En esta línea destaca el aporte de la historiadora Carmen McEvoy conduciendo una serie de podcasts desde el diario El Comercio.
Las celebraciones conmemorativas seguramente conciliarán los dos cursos de acción y el resultado podría ser una memoria mejor documentada de la historia que sea consentida como oficial respecto de la independencia, suavizando las texturas ríspidas (por intratables y políticamente incorrectas) de actuaciones de personajes y sucesos que pudieran afectar esa memoria; y de alguna manera pasarán por inadvertidos o serán disimulados aspectos incordiantes.
Uno de esos casos probablemente sea el de Mateo Pumacahua Chihuantito, curaca de Chincheros, Maras, Guayllabamba y Umasbamba-Sequecancha, de quien se dice que en 1814 encabezó «una revolución independentista que movilizó a Cusco, Puno y Arequipa» según la reseña publicada por el Ministerio de Cultura en diciembre del 2022, y quien es, por tanto, valorado como prócer de la independencia.
La memoria oficial tendrá, sin embargo, la ardua tarea de dudoso éxito en componer una versión de este personaje que pueda incorporarlo como prócer superando el contradictorio rumbo de sus acciones. Habría que explicar con juicio crítico cómo así el curaca indígena con el grado de coronel de milicias obtenido en diciembre de 1780 luchó por el rey contra el rebelde José Gabriel Condorcanqui (quien se autodenominó Túpac Amaru II y era tanto curaca como aspirante al marquesado de Oropesa ante la corona española) y que por eso fue nombrado alférez real de indios nobles del Cusco en junio de 1802, luego gobernador intendente también del Cusco en septiembre de 1807; combatió en 1809 a las órdenes del general español José Manuel de Goyeneche contra los rebeldes en el Alto Perú, ganando por eso el grado militar de brigadier del Ejército del Rey en 1811 y fue posteriormente elevado al cargo de presidente interino de la Real Audiencia del Cusco en septiembre de 1812.
También habría que explicar por qué Mateo Pumacahua se niega ese año 1812 a reconocer la constitución española de Cádiz, apostando por preservar el orden virreinal en el marco del absolutismo vacante en España debido a la invasión francesa. Desde luego esa explicación tendría que asentar que el curaca y autoridad virreinal se opuso entonces a la anulación del tributo indígena y a la eliminación de la mita, prescritos en el texto constitucional, porque uno y otra eran fuente del poder económico del estamento curacal, a la vez que nexo institucionalizado entre los indígenas y el orden corporativo del régimen virreinal.
La explicación habría de ahondar en las contradicciones sociales que personificaba Pumacahua y, lo más sensible, tendría que plantear una exposición plausible de las razones que subyacen al hecho de que este curaca investido de autoridad virreinal de pronto aparece en el bando de los constitucionalistas cusqueños opuestos al virrey Fernando de Abascal, sinuoso partidario del absolutismo borbónico, y forma filas con los sublevados en la rebelión que se inicia en 1813 y se desarrolla hasta inicios de 1815.
El curso de tal explicación debería aclarar los asuntos que conducen a que Pumacahua coincida con los hermanos Angulo Torres, oriundos de Apurímac que por entonces era parte del Cusco, quienes se alzan en armas contra el virrey Abascal, siendo que Vicente Angulo era oficial del Ejército del Rey y había combatido varias intentonas rebeldes; y que él junto a sus hermanos José, Mariano y Juan habían proclamado su «inconmovible» lealtad a la corona del rey Fernando VII, pero alegaron que esa lealtad había sido afectada por la que Vicente llamó «burda decisión» de la Real Audiencia del Cusco, de negar autoridad al cabildo de la ciudad que había tomado partido por la constitución emitida en las Cortes de Cádiz, reclamando el desatendido cumplimiento de la misma directamente a Martín Martínez de la Concha, quien era en 1814 presidente de la entidad que antes había presidido Pumacahua.
Hay importantes detalles que para la historia oficial va a ser difícil conciliar. Entre ellos que los Angulo, desde el cabildo del Cusco, se hayan enfrentado a Martínez, quien había sido elegido diputado por el Cusco para las Cortes de Cádiz, pero no acudió, siendo sustituido por Luis Astete, el que, cuando regresa de su misión trayendo los preceptos constitucionales aprobados y con ellos la creación de las juntas de gobierno (con base en los cabildos) es apoyado por los hermanos Angulo enfrentados a Martínez.
Deviene imperioso que la explicación de los procesos que comprometieron a Mateo Pumacahua revele los motivos de que haya abandonado su retiro en una hacienda de su propiedad y retome la actividad pública esta vez a favor de los constitucionalistas opositores al virrey a quien antes había brindado su fidelidad. Este tópico plantea la cuestión del por qué el ya veterano curaca apartado de la vida pública retorne a la escena política como integrante de la junta gubernativa del Cusco, asociado a los hermanos Angulo y a otros personajes regionales ahora considerados próceres de la independencia.
Es todavía materia discutible que Pumacahua haya brindado su conocimiento militar así como su ascendiente jerárquico sobre los indígenas cusqueños a la causa inicialmente constitucionalista de los sublevados que pronto derivó en un movimiento de diferente carácter, propiamente anti-virreinal, tal vez impulsado por la idea pre-gaditana, presente en los hermanos Angulo, de la soberanía residente en las comunidades territoriales americanas a partir de la abdicación del rey Fernando VII. De cierta manera esa idea planteaba un escenario futuro a la vez mítico y utópico. Mítico porque proponía la restitución del poder soberano al pueblo ante la muerte simbólica del titular de la corona española (anunciada por el trono vacante en España). Utópico porque pretendía un nuevo orden social y político donde se exprese una nueva integración de los órdenes estamentales de los indígenas, los «españoles americanos» y los peninsulares residentes en los territorios suramericanos del hasta entonces Virreinato del Perú.
La sublevación forjó tres fuerzas militares que debían operar con centro en el Cusco, una hacia el Alto Perú, otra en dirección a Huamanga y la tercera hacia Arequipa y la costa surperuana. Los insurrectos se enfrentaron con las tropas del virrey el 10 de noviembre de 1814 a inmediaciones de un cerrillo llamado Apacheta a unas cuatro leguas del camino de Arequipa a Huamanga. El combate fue rústico y primitivo, predominando lanzas, huaracas y macanas empuñadas por los indígenas de ambos bandos que se dispensaron violencias mortales con tanta bravura como saña enfrentando a sus enemigos, otros como ellos, sólo que de pueblos distintos.
Los victoriosos aprisionaron al cusqueño Francisco Picoaga, mariscal de campo del Ejército del Rey, y al intendente de Arequipa José Gabriel Moscoso, quienes estando presos en un convento fueron fusilados en enero de 1815. Los actos de vesania cometidos por uno y otro bando llevaron al paroxismo homicida de no dar cuartel y en Arequipa cundió la versión de que se había visto al joven poeta local Mariano Melgar, quien era auditor de guerra de los Angulo, empuñando una bandera negra de «guerra a muerte».
Desde el Alto Perú una expedición de fuerzas virreinales marchó a combatirlos, al mando del brigadier español Juan Ramírez Orozco y el 11 de marzo de 1815 en una ribera del río Llalli del lugar conocido como Umachiri, en Puno al norte del pueblo de Santa Rosa, aconteció el enfrentamiento definitivo con marcada ventaja numérica de los sublevados, principalmente milicianos indígenas inexpertos, que se enfrentaron a tropas militares disciplinadas.
Narraciones de la batalla coinciden en que presentó un desenlace incierto durante todo el día, hasta que, al oscurecer, derrotados por ataques firmes de tropas en cuadro, los rebeldes emprendieron la desbandada y el campo quedó regado de cadáveres, de los que la abrumadora mayoría eran de insurrectos, una verdadera carnicería de la que se libraron los fugitivos, que no fueron perseguidos, pero hubo muchos prisioneros, de los cuales algunos oficiales fueron fusilados en el acto. Una salvajada que continuó cobrando la vida de Mariano Melgar, que había sido apresado y según se menciona parece que mostró arrogancia y se negó a solicitar la clemencia que le hubiera correspondido pues no había sido combatiente. Como sea, sumando horrores fue fusilado al aclarar el día siguiente.
Mateo Pumacahua, en su huida fue apresado por indios de Ayaviri, a quienes poco antes había reprimido duramente por su fidelidad al virrey y fue entregado al brigadier Ramírez, quien lo hizo fusilar en Sicuani el 18 de marzo en plaza pública y luego su cadáver fue desmembrado; dicen que su cabeza fue exhibida sobre una pica en el Cusco. Los hermanos Angulo, apresados en otro momento, fueron fusilados el 29 de mayo junto con otros jefes de la rebelión. Así terminó, ahogada en sangre, la cruenta sublevación del curaca Pumacahua y los hermanos Angulo.
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