Arturo Valverde

¡He visto la guerra!

Sobre la gran novela “La cartuja de Parma” (1839)

¡He visto la guerra!
Arturo Valverde
16 de abril del 2024


La violencia y el horror que caracteriza a la guerra (y que algún día deberá ser una palabra menos frecuente o caída en desuso porque ninguna persona, ninguna, podría complacerse viendo morir a hijos, padres y hermanos) es retratada con crudeza por el escritor francés Henri Beyle, conocido por su seudónimo de Stendhal, en esa gran novela titulada, la cual me acompaña por estos días.

Aquí la guerra no es más ese relato secuencial, recargado de fechas, sino que se presenta ante nosotros a través de la mirada de un joven aventurero, Fabricio del Dongo, quien siente un intenso deseo por ir al campo de batalla, ir “hacia esa humareda blanca”, a decir de Stendhal. 

-Ya comprendo que no sé nada -repuso Fabricio-, pero quiero batirme y estoy decidido a ir para allá, hacia esa humareda blanca. 

-¡Mira cómo empina las orejas tu rocín! En cuanto esté allí, por poca fuerza que tenga, te forzará la mano, se pondrá a galopar y sabe Dios a dónde te llevará. ¿Quieres hacerme caso? Pues mira, en cuanto te juntes con los soldaditos, agénciate un fusil y una cartuchera, ponte junto a los soldados y haz exactamente lo que ellos. Pero, Dios mío, apuesto a que no sabes ni siquiera romper un cartucho.

Fabricio ha sido advertido por una cantinera, una mujer de mayor experiencia, por lo cual nosotros, los lectores, hemos sido advertidos también de los horrores que encontraremos en las siguientes páginas. Uno de los primeros encuentros con la guerra es la escena del cadáver. 

“No había Fabricio caminado quinientos pasos, cuando su penco se paró en seco: era un cadáver atravesado en la vereda lo que horrorizaba al caballo y al jinete”.

En ese instante, los lectores de “La cartuja de Parma” también nos volvemos testigos de las fatalidades de la guerra. 

Fabricio estaba yerto. Lo que más le impresionaba era la suciedad de los pies del cadáver, que estaba ya despojado de sus botas y al que sólo habían dejado un mal pantalón todo manchado de sangre.

  • Acércate -le dijo la cantinera-, bájate del caballo; tienes que acostumbrarte. Mira -exclamó-, le dieron en la cabeza.

Una bala, que había entrado por la nariz y salido por la sien opuesta, desfiguraba el cadáver de un modo espantoso; había quedado con un ojo abierto.

Stendhal, uno de los grandes escritores franceses del siglo XIX, no necesita contar el número de soldados, de fallecidos y sobrevivientes, ni describir el desplazamiento de los batallones en el campo.

La presentación del cadáver con el ojo abierto a consecuencia de un disparo, el ruido de los cañones o la imagen de un caballo despanzurrado, expresan la ferocidad y crueldad de esta y tantas otras guerras, que ocasionan dolor y son el fracaso de la humanidad. 

Quien lea “La cartuja de Parma” podrá decir, al igual que Fabricio del Dongo mientras pasaba entre los cadáveres: “¡He visto la guerra!”.

Arturo Valverde
16 de abril del 2024

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