Carlos Adrianzén

¿Hacia el fondo?

Las trabas a las inversiones privadas y los afanes redistributivos

¿Hacia el fondo?
Carlos Adrianzén
17 de agosto del 2020


Las cifras económicas le dan la razón a Pablo Macera. El último ha sido un siglo perdido: creyéndonos ricos y perdiendo regularmente los buses de la economía mundial en cara paradero, somos hoy una nación atrasada. Nuestro nivel de vida se retarda consistentemente –década tras década– en comparación con el de una nación desarrollada. Solo entre los años treinta y el año pasado, aunque el producto por persona ha crecido cinco veces en dólares constantes, nuestro coeficiente de desarrollo relativo (índice de Ilarionov) se redujo en 11%. Esto sin que se destaque abiertamente tamaño retroceso. Sí. Nuestros escritos económicos en el tiempo se caracterizan por omitir o simple y sencillamente maquillar esta situación; con miopías de la moda económica del momento, ideología socialista y cifras e interpretaciones metodológicamente más que discutibles.

Un aspecto sugestivo de este retroceso resulta común entre nuestras democracias y dictaduras. Destaca su conexión con lo demagógico y lo represivo. Esa amalgama entre el populismo (will of the people) y el totalitarismo (el cambio o la dizque revolución). Con excepciones esporádicas, en el Perú posvelasquista se ha preferido lo popular sobre lo sesudo. A nombre de lo pragmático, se han exacerbado las trabas a las inversiones privadas y los afanes redistributivos, a costa de menor crecimiento y mayor pobreza con corrupción burocrática. No es por tanto algo sorprendente que –localmente– la supuesta legitimidad política se estructure sobre este torcido lugar común. No es casual que Belaunde Terry, en su segundo mandato, no desmontase el infecto aparato mercantilista-socialista de la dictadura militar; ni que, actualmente, el grueso de los temas de la campaña del 2021 se estructure sobre el grado de retorno a esta senda económicamente suicida. 

A nadie le debe sorprender, pues, que hablar hoy de la agenda electoral implique una chocante diferencia entre lo que previsiblemente será y lo que debería ser. Lo primero implica los tópicos que –en ausencia de accidentes o de algún escándalo mediáticamente exacerbado– previsiblemente serán aireados en las redes sociales y lo que queda de los periódicos, televisión o radios en Lima; y –a modo de compartimentos estancos– en cada departamento. Allá se discutirán, además de la distribución de medicamentos rusos o mascarillas chinas anti covid-19, una serie de iniciativas populares y destructivas: el incumplimiento de los pagos de las deudas bancarias, los préstamos concesionarios a firmas sin capital (pymes), los controles de precios e intereses, el retiro selectivo de los ahorros de los trabajadores en el AFP, el desfalco de los alquileres, etc. Todo un recetario infalible para mayor descomposición burocrática y menor crecimiento.

En cambio, los otros temas de la agenda, los que deberían ser enfocados –si tuviésemos una discusión seria y democrática del hacia dónde queremos ir– serán omitidos. Tanto en las calles como en los medios tradicionales. Es cierto, cuando el elector vota –en Pongo Grande, París y Houston– lo hace por quien le ofrezca lo que él quiere escuchar. Los candidatos con opción saben esto. Viven obsesionados con encuestas de intención de voto muy sensibles a los presupuestos de campaña. 

Pero el tiempo no espera y los países se deterioran. En 1991, fuera de un puñado en el MEF, pocos visualizaron lo positivo que se pudo hacer en términos de reforma política y económica. Recordemos que esto se dio cuando tocamos fondo, en medio de una crisis social extrema. Entonces, los ideólogos socialistas y sus amigos mercaderes salieron corriendo. Y este punto resulta quizá el corolario más esperanzador del devenir de la actual megarrecesión y la próxima elección. 

Ubiquémonos. De tal escala viene desarrollándose la caída económica hoy, que podemos prever que el candidato –Forsyth, Del Solar, Cillóniz, Mendoza, Nieto, Arana, Urresti, López, Guzmán o Hurtado– finalmente seleccionado como presidente, tendrá una mecha económica cortísima. Aun asumiendo que el Banco Central no resulte avasallado, la previsible caída del producto per cápita de un peruano nos regresará –más rápidamente de lo que muchos anticipan– a una situación de estancamiento parecida a la de 1989. Entonces saldrán a flote los temas que se debieron enfocar en la campaña del 2021. Y es que el debate de estos días debió enfocarse en tres cuestiones sencillas: ¿Cuán comprometidos estamos con crecer a un ritmo alto (ergo una reducción significativa de la pobreza)? ¿Cuánta libertad estamos dispuestos a perder por alguna dádiva? ¿Cuánta opresión y corrupción burocrática estamos dispuestos a cargar?

La primera implica aclarar si estamos dispuestos a hacer todos los sacrificios requeridos hoy para crecer por un largo tiempo. Por ejemplo, como la China dictatorial, a un ritmo promedio década de 8% anual per cápita. La segunda implica entender que los controles burocráticos (de precios, tasas, alquileres, o actividades) son la causa básica de la corrupción, ineficiencia y opresión política. Que nos quitan mucho más que los que nos dan; por un corto periodo… si acaso. Y la tercera, enfoca el núcleo del mercantilismo socialista de la última centuria: la arbitrariedad del (o descontrol) gobernante. Esa causa subyacente de la indisciplina monetaria, la irracionalidad fiscal, las confiscaciones y el endeudamiento público. La razón por la que somos pobres y arrastramos la cerviz (tenemos bajos índices de libertad económica y política). 

Por todo esto, entendamos de una buena vez, que los temas previsibles en la campaña del 2021 implican hoy solamente el plato fuerte de los candidatos y de los medios. Nada más. Otra vez, parecemos buscar llegar al fondo con una suerte de velado entusiasmo. Y que, solo tal vez, llegados a este punto socialmente crítico tengamos que reaccionar.

Carlos Adrianzén
17 de agosto del 2020

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