Jorge Varela
¿Hacia dónde va el yo?
Tiembla de nuevo la estructura de la psique

El neurólogo español Rafael Yuste, émulo contemporáneo de Santiago Ramón y Cajal (padre de las neurociencias modernas), afirma que será posible crear seres superhumanos, que el hombre podrá googlear con la mente y recurrir a la telepatía; y que los gobiernos, las empresas y los hackers estarán tentados de lavar el cerebro desde adentro. En la actualidad ya existen artefactos creados para leer determinados pensamientos que anidan en la mente. Algunos han cruzado el umbral y avanzado más allá de la decodificación de lo que se ve o escucha. La tecnología capaz de editar el pensamiento viene, ya está en camino.
Este mismo neurólogo propuso el año 2011 mapear la estructura y la actividad neuronal; es decir, las conexiones y funciones de las más de 80,000 millones de neuronas que se conectan en el cerebro humano. Idea que fue acogida por el Proyecto Brain en virtud del cual científicos de diferentes países –dotados de tecnologías ópticas, ondas ultrasónicas, ingeniería genética, inteligencia artificial y herramientas de big data– han comenzado a internarse en “la selva impenetrable de la sustancia gris”.
Avances en la lectura del pensamiento
“La tecnología necesaria para eso viene, solo falta saber cuándo. Y qué vamos a hacer con ella”, ha señalado Yuste. Ya existen máquinas que leen el pensamiento.
Un grupo de científicos de Berkeley ha logrado mostrar una imagen y escanear la respuesta del cerebro a ella. Luego exhiben otra imagen y vuelven a mapear la respuesta neuronal, y lo hacen así con 100 imágenes. Luego dicen: “piensa en una de las 100 imágenes. La persona piensa en una y ellos pueden decirle en cuál está pensando”.
Facebook, a su vez, está desarrollando una tecnología para descifrar las palabras que una persona quiere escribir en el ordenador solo con pensar en ellas. Un estudio financiado por dicha empresa ha logrado identificar con hasta el 97% de acierto qué palabras dice una persona –dentro de un vocabulario pequeño– mirando el interior de su cerebro. Por ahora, se hace con pacientes (epilépticos) que tienen sensores médicos, pero se está buscando el modo de hacerlo mediante dispositivos externos.
Según Yuste “en 20 años más se podrá sostener una conversación sin necesidad de hablar”. Se trata de tecnologías para leer. Para escribir falta un poco más. Las neurotecnologías se dividen en dos tipos: las que leen la actividad cerebral, que permiten “bajarla” del cerebro al dispositivo, y las que cambian la actividad, que es como escribirla o “subirla” desde el dispositivo al cerebro.
Lo logrado hasta ahora
En mi laboratorio, declara Yuste, somos expertos en escribir actividad cerebral en ratones. Podemos, usando láseres infrarrojos, implantar en su cerebro imágenes que el ratón no está viendo realmente, pero se comporta como si las viera. Primero se lee la actividad que produce su corteza visual en respuesta a distintas imágenes que sí ve. Después se le entrena de manera que, cuando vea la imagen A beba de una cánula donde se le proporciona un poco de jugo, y que cuando vea la imagen B no beba. Así se conoce lo que el roedor cree estar viendo. Cuando está enseñado, se le apaga el estímulo visual y se le introduce con láseres la imagen A o B, estimulando las neuronas que responden a cada imagen. Se comporta exactamente igual que como si la estuviera viendo: si es A, bebe; si es B no bebe. Aunque se le implanta su propia memoria de la imagen, todavía no es posible trasplantarla desde la memoria de otro ratón.
“Estas tecnologías, tanto en ratones como en humanos, son todavía individuales”. No puedes coger el patrón de un ratón y ponérselo a otro. Por eso a cada persona que participa de un estudio primero hay que hacerle todo el mapeo. Porque a otra persona le muestras la misma imagen y se le encienden otras partes del cerebro, no muy distintas pero tampoco iguales.
Trasplante de memoria
Hoy todavía es prematuro para saber si se podrá trasplantar la memoria de una persona a otra. Sí se podría, por ejemplo, mapear la respuesta cerebral de dos personas cuando ven un perro y luego hacer que cada vez que la persona A vea un perro, la persona B también crea verlo, o al menos piense ‘perro’. No sería trasplantar la memoria de A a la de B, sino usar los parámetros equivalentes en la memoria de cada uno. “Con toda seguridad se acabará haciendo en humanos”. Una demostración es la que presentó Elon Musk hace pocas semanas, con un chip implantado en el cerebro de una chancha a la que “se le puso una interfaz cerebro-computadora para leer su cerebro y también escribir en él. Funciona de manera inalámbrica, es una tecnología muy sofisticada. Y ya pidieron permiso para ponérsela a personas”.
Como es constatable desde los años 2016 y 2017 en que se propuso regular las consecuencias éticas de esta nueva disciplina, la aceleración de la neurotecnología y su incidencia en el uso de los datos neuronales ha sido tremenda, sobre todo en el último año. “Nos preocupaba lo que ya se podía hacer en los laboratorios de la academia, pero en el último año esto saltó a las empresas privadas”.
Uso de los datos cerebrales
¿La idea es exigir el uso consentido de los datos cerebrales o prohibir su uso aunque haya consentimiento? Depende del caso, responde Yuste, pues lo importante es que eso se tiene que discutir democráticamente. “Nuestra propuesta es que sólo se debiera acceder a los datos cerebrales por razones médicas o científicas. Y que no se debería poder comerciar con ellos”, como ocurre actualmente. “La idea es que los datos obtenidos del cerebro sean tratados como un órgano del cuerpo. Eso limitaría la posibilidad de que las personas vendan sus datos o tengan actividad neuronal a cambio de una recompensa financiera, tal como la legislación prohíbe la venta de órganos humanos”.
Si esta causa prosperara, hay soluciones intermedias para las inversiones que están haciendo Mark Zuckerberg y Elon Musk. Una propuesta es que los datos se queden en el dispositivo personal y no vayan al servidor de las empresas, pero permitiéndoles utilizar lo aprendido a través de los datos con la finalidad de mejorar sus programas y sus algoritmos. Esta fórmula ha surgido de Google. Ellos son los primeros interesados. La ley también será pionera en esto, porque propone regular estas tecnologías desde las pautas éticas de la medicina. Así ocurre hoy con la industria médica y farmacéutica. En el futuro se podrá hacer todo más rápido y procesar mucha más información en tiempo real.
El modelo de regulación ética
El tema de la protección y resguardo de datos cerebrales no es reducible al mero ámbito del derecho de propiedad sobre estos, pues se está en presencia de un “derechos humano” de connotación superior. Tampoco se trata, previene el neurobiólogo, de crear regulaciones (éticas) demasiado restrictivas. Sería cerrarle el paso a una verdadera revolución en el tratamiento de enfermedades mentales, como la esquizofrenia, el Alzheimer o el mal de Parkinson o privar a quienes sufren de parálisis de herramientas que les podrían cambiar su vida.
Buscando un punto de equilibrio, la propuesta que ha liderado Yuste contempla cinco neuroderechos fundamentales, los cuales fueron descritos en un artículo anterior: “Neuroética y neuroderechos”.
Desde la academia ya han surgido críticos de esta cruzada legal, dicen que falta mucho para que sea necesaria. “Precisamente porque se ha perdido mucha privacidad con internet y las redes sociales, debemos aprender la lección”. Por lo tanto, sí pensamos que regular la neurotecnología no es una tarea urgente, probablemente llegará el momento que sea tarde. Mientras antes lo hagamos, mejores opciones tendremos.
El neurocapitalismo es inminente
El neurocapitalismo ya empezó. En el último año Microsoft y Facebook invirtieron millones de dólares comprando startups de neurotecnología. Por su parte el objetivo de Elon Musk con Neuralink de aumentar cognitivamente a las personas, busca alcanzarlo directamente; ya no se disfraza con el argumento de: “esto es para curar enfermedades”.
En la academia se está haciendo para combatir enfermedades o entender cómo funciona el cerebro, pero las compañías (privadas) lo que pretenden es obtener beneficio económico. No quieren quedarse atrás en lo que puede ser la próxima revolución tecnológica: saltar de un iPhone en el bolsillo a un dispositivo en la cabeza.
Hoy nadie aceptaría que le lean la mente, pero se cede muchos datos privados que hace 20 años se consideraban íntimos. En el futuro nos iremos acostumbrando a que nos lean el cerebro a cambio de facilitarnos la vida. “Veo muy posible que, de aquí a 10 años, los dispositivos celulares se conviertan en cascos o diademas o gorras o gafas que nos comuniquen directamente al cerebro, de ida y de vuelta. Y creo que esto significará una gran evolución para la humanidad”. Me encantaría poder pensar y que se vaya escribiendo todo. Lo haría mucho más rápido. Imagínate a la gente que tiene impedimentos para hablar. Son dos ejemplos entre las miles de aplicaciones que podría tener esto. Pero es indispensable acordar algunas normas éticas. Así como se ponen barreras de contención en las carreteras para que no se salgan los vehículos, pues hay que ponérselas a estas tecnologías para que vayan por donde tienen que ir.
La pregunta de siempre: ¿quién soy?
La respuesta a esta pregunta de siglos, se ha vuelto demasiado inquietante e indescifrable, pues “las neurotecnologías mal usadas, podrían dar lugar no sólo a distopías sociales y políticas, sino incluso existenciales”.
Se han reportado casos de pacientes expuestos a neurodispositivos que no han podido indicar dónde termina su yo y dónde empieza la máquina. Un hombre que usó un estimulador cerebral para tratar su depresión dijo en un estudio: “se difumina hasta el punto en que no estoy seguro, francamente, de quién soy”. Una mujer epiléptica llegó a experimentar una simbiosis tal con su interfaz cerebro-computadora que afirmó: “me convertí en mí”. Cuando el implante debió serle retirado porque la empresa responsable quebró, lloró diciendo: “me perdí a mí misma”. Un paciente implantado con electrodos para tratar su mal de Parkinson comenzó a derrochar sus ahorros familiares en juegos de apuestas y sólo tomaba conciencia del problema al apagarse la estimulación.
La concepción de Ortega y Gasset, -‘yo soy yo y mi circunstancia’-, pareciera haber sido superada por aquella de Arthur Rimbaud: ‘yo es otro’, o por la de Jorge Délano (Coke): ‘yo soy tú’. ¿El yo como lo concibiera Sigmund Freud se ha vuelto aún más difuso? ¿Comienzan a temblar entonces, los cimientos conocidos de nuestra estructura psíquica?
Hacia un segundo Renacimiento
¿Quedará espacio para aquellos estados de conciencia que requieren frecuencias más lentas, ya sea para mirar el cielo, leer un poema, escuchar música?
El problema planteado ocurre con todas las tecnologías: siempre parten desde un desfase con la realidad conocida. Lo que hay que hacer es adaptarla para que haya una integración sin fractura, sin obstáculos insalvables. “Va a ser maravilloso”. “Vamos en camino hacia un nuevo Renacimiento, porque nos vamos a reinventar como seres humanos”. Va a ser un salto tecnológico igual a los que tuvimos en la historia con el fuego, la rueda, la imprenta, la revolución industrial, las computadoras, y ahora con el desarrollo de las neurotecnologías. Ese mismo pasado enseña que cuando se aprende a usar bien la tecnología, la humanidad acaba siendo más libre.
Sin embargo, la crítica de los humanistas a las neurociencias es que, en lugar de emanciparnos, nos predeterminarán desde mecanismos ajenos a la voluntad, lo que sería la ruina de ese ‘sujeto kantiano’ basado en su autodeterminación racional. “Soy kantiano a un cien por cien”, afirma Yuste. “Kant predijo, acertadamente, que el mundo en el que vivimos está construido por nuestra mente. O sea, que la mente no refleja el mundo: proyecta su propio reflejo sobre él. Y esto lo estamos empezando a confirmar los neurobiólogos” (La Tercera, 3 de octubre de 2020).
Explicar cómo funciona la mente nos llevará a entender por fin quiénes somos. Será un momento brillantísimo que nos hará admirar todavía más al humano. En el Renacimiento, cuando los médicos empezaron a diseccionar cadáveres, los quemaron en la hoguera, Se decía: “El cuerpo humano es sagrado. Y al abrirlo y enseñar cómo funciona en plan máquina, se lo está desacralizando. ¡Vamos a deshumanizar al hombre! Y fue lo contrario. Cuanto más aprendemos del cuerpo humano, más crece la admiración por la máquina que llevamos puesta. Esto nos instala en los umbrales de un segundo Renacimiento. Si en el primero nos descubrimos desde el cuerpo, en este nos descubriremos desde la mente. Y el gran proyecto del humanismo es descubrir qué es el ser humano”.
“Evidentemente somos algo. Pero no sabemos lo que somos”. Actuamos como si tuviéramos una caja negra de la cual surge una variedad de ideas: libertad, autonomía, creatividad, pero son conceptos que utilizamos aunque no conocemos bien lo que hay dentro. Cuando lo sepamos será impresionante y aparecerán nuevos humanismos.
La vida es sueño
No somos una alucinación de nuestro cerebro. “Para ser precisos, lo que dijo Kant no es que el cerebro se inventa el mundo, sino que lo construye. Crea un modelo del mundo a su propia medida, pero ajustándolo a la información sensorial que recibe de afuera”. Esa es la diferencia entre la vigilia y los sueños: mientras dormimos, ese modelo sigue funcionando, pero sin ajustarse a la información sensorial. De manera que Calderón de la Barca tenía razón hace cuatro siglos cuando dijo “la vida es sueño”. “Cuando estamos despiertos, en realidad seguimos soñando, pero los sueños tienen que ver con lo de afuera”.
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